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Cometemos decisiones que tarde o temprano nos traen consecuencias.

Lady.

Movía el lápiz constantemente contra el cuaderno pensando en qué puedo escribir para un ensayo de filosofía en el piso de la habitación de Ester.

Odio literatura, odio filosofía. No me gusta, demasiado contexto y demasiadas palabras complejas como para entenderlas a la primera.

“Cuando el fanatismo a gangrenado el cerebro, la enfermedad es incurable", Voltaire.

Tuve que leer tres veces para entenderlo y aún así me he quedado corta.

¿Qué necesidad tienen los filósofos de poner palabras tan complejas en frases que pueden ser simples? ¿Es tan difícil? Me hacen la vida cuadritos al tratar de entender esto.

“La filosofía es un silencioso diálogo del alma consigo misma”, Platón.

Whoa. Si Platón no me explica hubiera quedado en duda toda mi existencia -nótese el sarcasmo-.

Solté una maldición por lo bajo y seguí escribiendo con el ceño fruncido. Escuché una risita y levanté la mirada para encontrarme con Ester riéndose a mí cosa. Lo fulmine con la mirada.

—¿La cerebrito no entiende algo? —comentó divertido, con la laptop en su regazo.

Lo señalé con mi lápiz.

—Primero: que sea primera y última vez que me llamas cerebrito —lo amenacé, mirándolo molesta—. Y segundo: no es que no entienda nada, es que odio filosofía.

Pareció más divertido aún y siguió escribiendo algo en su laptop.

—Bueno, quería saber si sabes algo sobre arte. —preguntó arrugando el entrecejo a la pantalla.

—Puede, ¿por qué?

—Tengo que hacer un informe sobre la percepción visual con un resumen, pero es demasiado largo y para mí todo es importante. Si quieres puedo leer la primera parte y...

—No hace falta ya te explico —lo corté, mirando un punto en el vacío tratando de entrar en los archivos de mi cerebro dónde recuerdo haber tenido una clase así—. Uhmm, que yo recuerde la percepción visual es un proceso neuropsicológico en dónde se registra y almacena información de todas las imágenes que vemos y cuando necesitamos recordarlas, hurgamos en nuestros registro, y asociamos imágenes ya conocidas con las que estemos percibiendo, de una forma completamente estructurada.

Cuando lo volví a ver me miró incrédulo y parpadeo dos veces sin salir del pasmo. Yo alcé una ceja, extrañada por su expresión.

—Eso explica porqué las personas como tú son odiadas en los institutos. Le bajan la autoestima a cualquiera —dijo cruzándose de brazos y yo lo miré con aburrimiento.

—Ester, eso se ve en séptimo grado.

—Gracias por tu opinión, pero no te la pedí. Sigue con tu filosofía —alegó algo enfurruñado y a mí me dió gracia su reacción.

—Y ha este discurso arrogante, fanático en el desprecio, abiertamente al criterio ajeno lo llamaré: “mi humilde opinión” —bromeé y el me miró con cara de pocos amigos—. Tú dijiste que siguiera con mi filosofía.

Me dedicó una sonrisa de boca cerrada, negando con la cabeza y siguió en lo suyo. Yo terminé mi tarea y me puse a escribir en un cuaderno de tapa gruesa y negro, dónde en la portada tenía una calavera y una rosa. Mi cuaderno favorito.

Ya me estaba acostumbrando a venir aquí después del colegio a pasar tiempo con Ester. No hacíamos gran cosa; lo normal era estar acostados en su cama escuchando música que yo le recomendaba, una vez intentamos ver una película pero era demasiado aburrida y nos quedamos hablando, aunque poco porque me distraigo mucho mirándolo y él igual.

RemembranzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora