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La atracción física es normal, la atracción mental ya es simbólica.

Ester.

—¡Esme, deja de saltar en la cama! — le gritó mi madre a mi hermana, que ni siquiera se inmutó en hacerle caso.

—¡Pero es divertido! —refutó esta, saltando más fuerte.

Mi madre empezó a regañarla y yo solo pude reírme de lo adorable que se veía, con esos ojos grises iguales a los míos y su cabello negro callendo por su espalda.

A pesar de tener seis años seguía actuando como una niña de cuatro y lo amaba. Amaba que mi hermana siguiera teniendo ese espíritu tan infantil.

Habían pasado un par de días desde el encuentro que tuve con la chica del cabello morado, la busqué en distintas ocasiones, pero no la encontré, supuse que su estadía aquí ya había acabado.

No podía negar que estaba un poco decepcionado por ello.

—Listo —dijo Sol a mi lado.

Ya me habían hecho los análisis de sangre y sí, tenía Leucemia Linfocítica aguda, cosa que no me agrada para nada.

Ahora estaba en el hermoso proceso —nótese el sarcasmo— de la quimioterapia, que conociste en múltiples vitaminas, tratamientos, terapias y drogas en mi sistema. Estoy empezando hoy, pero como ya he pasado por esto no me es muy importante.

Asentí a modo de agradecimiento y bajé la manga de la camisa después de que me hizo la primera inyección de muchas.

—Dentro de un par de horas vendrá la doctora para seguir con la quimio, mientras cómete eso que te traje que necesitas tener energías. Y te tomas la vitaminas —recalcó lo último con un tono falso de amenaza—. Que no se te vuelva a “olvidar”.

Sonreí y volví a asentir. Ayer se me bajó la tensión porque no había comido a la hora y olvidé tomarme las pastillas. A Sol casi le da algo cuando me vió más pálido de lo normal y con mis defensas bajas.

Antes de salir por la puerta, mi hermana le gritó Sol.

—¡Adiós, Solecito! —dijo mi hermana sacudiendo su pequeña mano.

—Adios, Esme —respondió sonriéndole, me miró por un corto segundo y me hizo una seña de que me estaría vigilando.

Sonreí de lado y me levanté para acercarme a mi cama donde mi hermana seguía saltando. Sol me caía bien, ha sido la mejor enfermera que he tenido hasta ahora.

Agarré a mi hermana de los hombros y la senté en mi regazo.

—Muy bien, enana, creo que ya fue suficiente por hoy.

—Eres aburrido, ¡quiero seguir saltando! —dijo retorciéndose entre mis brazos para intentar safarse.

Mi madre se sobó las sienes y me miró con cara de suplica. Mi sonrisa se amplió.

Empecé a hacerle cosquillas al pequeño monstruo que tenía en mi regazo y ella empezó a reírse abiertamente y gritar que parase, seguí haciéndole cosquillas por unos segundos más hasta que decidí parar.

—¡Eso no se vale!

—Deja de saltar y come con tu hermano —le dijo mi madre, en ella irradiando una sonrisa.

—Yo no quiero, su comida es fea —hizo una mueca de asco al ver las verduras.

—¿No quieres gelatina? —pregunté yo levantando una ceja con una sonrisa.

—¡Eso sí quiero!

Se acomodó en mi regazo y le dí el vasito de gelatina de fresa que ella misma empezó a comer. Mientras yo, como niño responsable, comía mis verduras.

RemembranzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora