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Toda acción tiene una reacción, ya sea en beneficio o consecuencia.

Lady

La luz de la ventana pegaba justo en mi rostro, despertándome e intensificando el dolor palpitante de cabeza.

Puse una almohada a mi cara y el simple olor de la misma me dió repugnancia.

Mis almohadas no olían a vainilla...

Y en mi habitación no tenía ventana...

Me levanté de golpe en la cama, conciente de que no era mía, porque era demasiado suave y el movimiento brusco hizo que mi cabeza empezara a dar vueltas.

Miré alrededor y ví los tonos crema y gris en las paredes, sillones del mismo color, una estantería llena de libros de medicina y una organización perfecta, digna de alguien que está obsesionado con el orden.

¿Qué demonios pasó anoche y que habré hecho para terminar en la habitación de mi madre?

Traté de recordar, pero mi cerebro protestó enviando una punzada de dolor.

Escuché el sonido de unos tacones retumbando contra el piso y supe que llegaría mi verdugo, así que me puse cómoda entre esas sábanas de seda.

La puerta se abrió produciendo un ruido en el cuál mis oídos se tensaron formando un dolor agudo en una parte de mi cabeza.

Frente a mí estaba mi progenitora y la mujer que me ha dado más dolores de cabeza en mi vida: La doctora Evangeline Belcourt.

Graduada en neurología con un posgrado en la anatomía del cuerpo humano y un doctorado en el estudio profundo de las células sanguíneas. Toda una genio, si me lo preguntan.

Cabello marrón chocolate, piel hermosa y clarita, ojos color miel y postura de dama aristocrática. Me miraba de una manera tan fría y tan calculadora. Su mirada me recordó a la mía, y reafirmando lo que ya sabía que en lo único en lo que nos parecíamos era en el carácter.

Le devolví la mirada, solo que la mía no expresaba absolutamente nada al igual que mi expresión, y con una respiración profunda tuve las agallas de hablar.

-Buenos días, Evangeline.

No me respondió, solo me sostuvo la mirada por unos cortos segundos antes de que se le cristalizaran los ojos. Retuvo las lágrimas y su expresión se endureció.

-¿Me puedes explicar, Lady, que fue lo que hiciste anoche? -dijo con la voz firme y controlada, como si temiera en gritar.

-No -contesté encogiéndome de hombros.

-¿No? -preguntó, confundida.

-No -le aclaré-. Verás, Evangeline, como bien sabrás, el consumir cantidades ilimitadas de alcohol hace que tenga efectos secundarios como la pérdida de memoria temporal o lagunas mentales. Pero, como dije, eso ya lo sabes.

-No estoy jugando, Lady.

-Y yo tampoco. Es simple: no recuerdo qué hice, por lo tanto no puedo darte explicaciones que ni yo misma puedo darme.

Se cruzó de brazos entre cerrando los ojos y luego negando con la cabeza, sus lágrimas rebeldes desbordándose por sus mejillas.

-Lady, llegaste aquí dando trompicones, casi inconsciente. No podías mantenerte de pie de lo ebria que estabas.

Soltó un sollozo que se me antojo dramático y exagerado.

-Ni siquiera sabía que te drogabas...

Eso era algo más difícil de afrontar. En realidad, me he drogado solo en ciertas fechas y de allí no más, no me he vuelto adicta, no he cometido un crimen (que yo sepa) y no ha pasado a mayores males. Mi idea no era llegar a esos extremos, pero o estaba muy ebria, o simplemente rememore algunas cosas.

RemembranzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora