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Un corazón roto, con otro agrietado, se remedia.

Lady.

3 de Julio del 2018

Tenía el volumen de la música demasiado alto, tanto que me vibraban las orejas. El profesor Wilberth hacía gestos con las manos explicando algo que no prestaba en absoluto atención. Estaba más pendiente de escribir en mi cuaderno de tapa negra con la calavera y la rosa. Recuerdo que mi padre me la dió por mi cumpleaños número once y era por una de sus camisetas favoritas.

Una punzada de dolor surcó mi pecho pero lo ignoré deliberadamente.

Era el último día de clases y dentro de unas semanas sería la graduación. Estoy molesta por ello, porque todo está pasando demasiado rápido, pero contenta de que ya no estaré en esta basura de institución.

Además en unos nueve días. Exactamente nueve días, se cumplen una de las peores fechas de mi vida, y solo quería ausentarme de la faz de la Tierra por estos mueves días y no puedo hacerlo con el desdeñoso profesor explicando algo que a nadie la importa.

Tocaron mi espalda y yo volteé a ver qué ser osa de molestarme y la chica que estaba detrás de mí señaló al profesor que me miraba con cara de pocos amigos.

Me quité un audífono para prestarle atención.

—¿Qué? —pregunté directamente.

—Te preguntaba, si está bien que seas tú quien dé el discurso de graduación Lady, ya que eres nuestra mejor estudiante—dijo Will con un tono falso de amabilidad.

Arqueé una ceja. ¿Eso era lo importante que me iba a decir?

—Me importa una mierda —solté siendo franca.

—No utilices ese tono conmigo —demandó con autoridad.

—Utilizo el tono que yo quiera, Wilberth. Tus aires de profesor intachable y prepotente me están ocasionando dolor de cabeza, de verdad —dije sobándome las sienes.

Escuché algunas risas ahogadas en el salón y el profesor se ponía rojo de la furia y la falta de respeto que le estaba dando.

—¡Silencio! —sentenció y procedió a mirarme—. Cuida como me hablas, Lady, porque todavía estoy a tiempo de mandarte a detención.

—¿Enserio quieres mandarme a detención teniendo la oportunidad de dejar de ver tu horrible rostro? No seas imbécil —solté.

—¡Se acabó! —se dirigió a su puesto y escribió algo en un papel que me extendió al instante—. Espérame en en dirección, llamaré a tu madre y hablaré seriamente conmigo.

Todo el salón se llenó de murmullos y yo giré los ojos e imploré paciencia. Me acerqué con mi mochila y le arranqué el papel.

—Sigues siendo patético —le solté y me dirigí a la dirección.

El pequeño despacho de la dirección me recibió, y no me había dado cuenta de lo mucho que había cambiado este lugar, había pasado un año entero desde que evitaba problemas para no tener que venir aquí. Desde que me quitaron la beca de la universidad a los quince por mala conducta he tratado de dejar los problemas de lado. De ser castigada constantemente por la dirección, pase desapercibida durante un año entero. Pero, por supuesto, tenía que cerrar el año con broche de oro.

Me senté en la silla que estaba enfrente del escritorio de la directora, está me dió una sonrisa cuando me vió y dejó lo que estaba haciendo para centrarse en mí.

—¡Pero mira! Si es mi rebelde favorita —dijo recostándoce de la silla—. ¿Qué hiciste ahora para que tenga el honor de recibirte?

Teresa siempre ha sido amable conmigo, pero muy empalagosa. Piensa que todo se va a solucionar con amor y respeto o enviándome al psicólogo. Es una buena directora, pero odio no poder sacarla de sus casillas, es demasiado pacífica.

RemembranzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora