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Una sensación inefable al sentir un roce tan profundo, los sucumbió a doblegarse ante aquella secuencia tan imposible de borrar de la piel, el alma, el cuerpo y la memoria

Ester.

Carajo, no siento mi cuerpo.

Todo me daba vueltas a pesar de estar acostado. No sentía ni mis ojos cuando los abría y veía a mis padres en la habitación y a mí hermana dormida a los pies de cama.

—¿Cómo estás? ¿Qué sientes, hijo? —preguntó mi mamá con unas ojeras espantosas, seguro no durmió tratando de cuidarme.

—Nada —apenas pude pronunciar, tampoco sentía mi lengua.

Ella sonrió secándome la frente y mi padre se acercó y se sentó a mi lado.

—En unas horas desaparecerá la anestesia, la doctora dijo que es para evitar que sientas dolor —me informó frotándome el hombro—. Estoy muy orgulloso, Ester, no muchas personas son capaces de aguantar con tanto como tú lo haces.

Si supiera que solo aguantaba esto por cierta señorita con pecas espectaculares. Que por cierto, no veía por ningún lado.

De hecho no la veía desde que se fue la otra mañana de mi habitación, de eso pasaron unos cuatro días ya que hace dos que me hicieron el transplante de médula pero no desperté hasta ayer y aún así me dijeron que no estaba y que tampoco había aparecido el día del transplante.

Traté de ocultar mi decepción al no encontrarla con la mirada y mi padre se dió cuenta de ello porque me dijo:

—¿Quién es esa chica que ocupa tanto tus pensamientos, Ester? Tu madre me ha dicho que andas algo risueño con ella —dijo divertido y lo miré haciéndome el desentendido.

—No es nadie.

—¿Cómo no? Si hasta rojo se pone —se metió mi madre y la fulminé con la mirada.

Mi padre se rió a mi costa y lo único que hice fue girar los ojos, señal de que no quería participar mucho en aquella conversación.

—Ester, está bien. Sé que es la hija de la doctora Evangeline, me ha a hablado mucho de ella y su relación tan extraña —soltó y obtuvo toda mi atención.

—¿Evangeline te dijo eso? —pregunté con el ceño fruncido.

Mi padre asintió junto a mi madre.

—Sí, nos ha estado hablando desde hace un tiempo sobre Lady y tú. Nos dijo que has mejorado bastante en humor junto a esa chica. Y tienes más ganas de hacerte el tratamiento. —comentó con una sonrisa de oreja a oreja.

No tenía ni humor ni energía para hablar de Lady ahora, mucho menos cuando no estaba y no ha aparecido en días. Aunque fueran solo dos veces que se ha desaparecido de esa manera, aun así no me gustaba, se ha corregido bastante en al menos decirme a dónde va. Pero no estaba conciente para que me lo dijera.

Ok, debería calmarme un poco, quizás está resolviendo todo lo del asalto de su casa y yo estoy aquí frustrándome con su ida.

—¿No ha llamado? —pregunté desviando mi mirada a mi hermana, que estaba echa un ovillo y se chupaba el dedo.

—No y tampoco la hemos visto. Seguro debe estar ocupada con todo esto de la graduación —alegó mi madre.

¿Graduación? Lady me había hablado de ello pero hace semanas, y aún así no mencionó gran cosa realmente.

Me estoy comiendo el coco por estupideces, sea lo que sea que esté haciendo seguro volverá y me lo dirá. Solo estoy siendo paranoico.

Mis padres se quedaron un rato más conmigo, hablando y haciendo bromas pesadas sobre mi comportamiento cuando estoy con Lady y no sabía que me hacía falta estos momentos familiares con mis padres, mi padre trabajaba mucho para pagar el hospital y mi madre se encargaba de cuidar a Esme que es como cinco personas en una, había añorado estos momentos con los cuatro juntos a pesar de que Esme estuviese dormida, pero cuando volvió a darme sueño y los párpados se me cerraban solos tuvieron que irse, prometiendo que vendrían el día siguiente.

RemembranzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora