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La mayoría de las veces, el dolor creado por el recuerdo se refleja en el enfado al no poder cambiar el presente.

Lady.

Hakuna Matata, una forma de ser...

Ay, no.

No, no, no, no, por favor no.

Ese olor a palomitas y mantequilla...

Esa sonrisa de oreja a oreja...

Esa mirada cálida que siempre me regalaba...

Carajo, ¿porqué no despierto? No quiero ver esto de nuevo.

Tengo frío.

Me acercó a mi padre

También está frío.

Y se torna pálido cuendo veo el hilo de sangre salir de su nariz.

Abrí los ojos de golpe y me incorporé precipitadamente en la cama, algo mareada.

Apreté los dientes y me froté los ojos en frustración, miré la hora. 4:40 a.m. ¿Por qué siempre me tenía que despertara a las cuatro de la mañana? ¿Por qué siempre tenía que tener el mismo tortuoso sueño? ¿No podía soñar nada que no fuera ese maldito momento siempre?

Me levanté de la cama molesta y salí de la habitación hacía la cocina. Cogí un vaso de agua y decidí sentarme en la sala. Lejos del sofá.

Miré ese sofá con el ceño fruncido, recordando las noches de película, las cenas con pizza o la vez que lo ensuciamos de barro después de jugar con la pelota.

«Lo extraño demasiado...».

Al lado del sofá había una mesita con una lámpara, la encendí y en ella había un marco con una foto de los dos, disfrazados de la princesa y el sapo. Yo siendo siempre su princesa.

—Mi Lady, mi pecosa linda, mi princesita feliz —me decía cada que me agarraba los cachetes.

Sentí mis ojos húmedos y un nudo incómodo en la garganta.

¿Cuando será el día en que tu recuerdo deje de dolerme tanto?

La sostuve contra mi pecho y me volví a sentar en el sillón. No quería tocar ese sofá.

Bebí un sorbo de agua e inhale profundo tratando de no quebrarme.

Al ser una niña poco sociable y sin hermanos, mi padre siempre había tratado de que tuviera una infancia normal. Con sus altos y bajos, pero puedo decir que fue la mejor etapa de mi vida. Al contrario de otros niños, yo no quería crecer, nunca pensé en ser grande o querer ser adulta, solo me importaba seguir siendo niña junto al único hombre de mi vida.

—¡Papi, saqué diez en el exámen de matemáticas! —le había dicho una yo de cinco años, muy orgullosa.

—Muy bien, nena. Esa es mi Lady, siempre tan inteligente.

RemembranzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora