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Nos sentimos mejor con desconocidos porque los que nos conocen apenas nos prestan atención.

Lady.

Que bueno que no fuí, Lady Di...

Tarareaba a Gloria Trevi, la música inundando mis oídos a través de mis audífonos mientras recogía mis cosas de la habitación de huéspedes. Amaba sus canciones, estaban tan llenas de energía y una melodía que era simplemente pegajosa.

No quiero ser princesa.

Mucho menos reina.

Ni siquiera las de belleza.

Prefiero ser plebeya... ¡Sí!

Plebeya, pero contenta

Esa canción era tan pegadiza.

Estaba recogiendo mis cosas ya que a mi madre le habían dado un día de descanso y ya mañana por la tarde tendría que volver con ella a este lugar.

Sigo odiando los hospitales, pero ya no me daban tanta fobia desde que había cierta persona que me mantenía ocupada.

Ester.

La verdad, me gustaba su nombre. Me gustaba demasiado. Tanto que me encontré escribiéndolo en mi cuaderno mientras estaba en clase.

Sí, algo estúpido y raro, pero sí. Su nombre era muy bonito.

Dejé de recojer y me quedé sentada en la cama unos segundos, aprovechando que llegó a mis pensamientos como pasaba frecuentemente.

No he hablado con él desde ayer. Ya que él tenía quimio cada cierto tiempo y no salía mucho de su habitación por miedo a que cogiera una infección.

Hace dos días que me regresó el libro y que tuvimos esa agradable conversación en la habitación del piso de abajo.

Sonreí sin podermélo creer. Era demasiado la forma en la que me miraba. Y aunque a mí me gustaba hacerme la desinteresada, me he encontrado a mí misma subiendo al último piso, sentada en la sala de estar con mis audífonos esperando a ver si pasaba.

Y sí funcionó. Un par de veces me vió sentada allí y se quedaba a mi lado, ya sea mirándome o tratando de crear una conversación. No era muy hablador, pero lo intentaba.

Han sido ocasiones cortas, no duraban más de quince minutos hasta volver a encerrarse en su habitación. He querido entrar varias veces, pero me daba... vergüenza de parecer una patética desesperada.

Sentí un pellizco en mi costilla y brinqué sobresaltada. Giré mi cabeza y encontré a Cavalier mirándome con ojos de diversión mientras sostenía las muletas para no forzar su pierna enyesada.

—Imbécil, casi me de un infarto —dije dándole un golpe en el hombro, quitándome los audífonos.

Él rió, con su risa ronca y rara. Como lo era él en la vida.

—Te veías tan soñadora que creí que te iban a salir mariposas de las orejas.

—Muy gracioso. ¿Trajiste lo que te pedí?

RemembranzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora