Epílogo

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La madre de Lady suspiró profundamente después de que Ester se perdió en el taxi de camino a su nueva casa, su nueva vida, su nuevo comienzo. Quizás uno más feliz, menos doloroso como el suyo.

Miró la foto de los dos grandes amores de su vida, con tristeza y coraje sintiendo que todo pudo haber sido diferente si hubiera estado más presente.

Pero nunca supo ser una madre, y no era su culpa, pero así lo sentía. Lo sentía en la pérdida de su esposo que lo amaba con locura, en el dolor reflejado en los ojos de su hija cada vez que discutía con ella, cada que la veía drogada o borracha, cada que desaparecía en los primeros días de Julio.

¿Era culpa suya no saber ser una madre? Nunca tuvo una figura a la cuál seguir, y su esposo la enseñaba de a poco, pero su temperamento, al igual que el de su hija, no era algo fácil con que lidiar.

Pero la quería, a pesar de todo lo que hizo mal, la quería. Era su niña inteligente y rebelde. La amaba, era el fruto del amor maravilloso que vivió con su Albeiro y, aunque jamás lo admitiría, amaba que fuera como ella en actitud, eso le daba algo en común.

Acarició la sonrisa de los dos en la foto. Debió tomarla algún vecino ya que ella estaba de turno ese día. Ver sus sonrisas inmensas y lo feliz que fue Lady con su padre le rompía el corazón por no haberle dado lo mismo. Jamás fue a esos eventos de ciencia dónde se inscribía, ni la enseñó a montar bicicleta lo que fue el inicio de su amor por las motos, llegaba muy tarde los días de su cumpleaños y pateticamente veía las fotos todas las noches donde no aparecía ella para ser feliz con su familia. Siempre ocupada, siempre lejos, siempre ausente.

Se maldijo por eso.

Entró a la casa sintiendo el aire pesado, todo estaba tan en silencio y eso casi la ahogaba, ¿así se sentía Lady siempre que estaba sola?

Desde que murió su esposo todo se sentía tan grande y vacío, tan sombrío y doloroso. Como si el luto hubiera quedado impregnado en las paredes desde el primer funeral.

No quedaba nada vivo en esa casa, salvó ella y...

Subió las escaleras lentamente, cansada de todo el duelo emocional que tuvo que cargar por meses, y guardando la foto en su bata de dormir, abrió la puerta de su habitación.

—¿Quién era? —preguntó la voz de Lady, rasposa y dolorida, desde la cama de su madre.

Evangeline la miró, inevitablemente, con un dolor inmarsesible dentro de sí. Cada vez que la veía desde que salió del hospital sentía lo mismo.

Después del accidente y que esa vara de metal la atravesara y quedara inconsciente, a Lady la llevaron a emergencias a un hospital de la ciudad de al lado. Nunca supieron quiénes la habían llevado y tardaron en localizar Evangeline porque no traía consigo identificación, pero por un número anónimo pudieron obtener la dirección de su casa.

Estaba desecha cuando la vió en esa habitación, con miles de tubos y máquinas conectados a ella, una especie de yeso que cubría por completo su torso, la mitad de su hermoso rostro destrozado y amarañado por la caída, y sin una pierna.

—Siéndole sincero, señora —había dicho el médico—, no tengo una explicación sólida para darle del porqué su hija sigue viva. Es fuerte, el dolor que sintió en todas esas horas pudo haber matado a cualquiera.

La vara que le atravesó le rompió parte de la columna, por el choque se quebró seis costillas y parte de la clavícula, su rostro impactó con un metal caliente que le causó quemaduras de segundo grado en toda la mejilla izquierda, la moto le cayó encima de la pierna dónde tenía una herida profunda y por la gravedad del asunto, tuvieron que amputarsela. Contusiones e intoxicación severa, pero sorprendentemente al despertar dos semanas después podía recordar perfectamente todo lo ocurrido.

RemembranzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora