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El sentimiento no tiene distinción de tiempo, porque podemos sentir en una par de semanas con una persona lo que otras no han logrado durante años.

Ester.

Una semanas. Siete días. Ciento sesenta y ocho horas desde que no hablaba con Lady.

Y no, no llevaba la cuenta.

Quería creer que estaba demasiado ocupada para venir a verme, el día que se suponía iba a venir la estuve esperando todo el día, viajé de un lado al otro por el hospital y no la ví. Y sé que estaba aquí porque la doctora Evangeline vino a verme y a tomarme el control.

Le escribí un par de veces y nada. Quise llamarla, pero no quería parecerle un pesado y cese de la idea.

La he esperado varías veces y preguntado a Sol por ella y nada. No me contestaba los mensajes. Según ella, estaba ocupada por el colegio, pero no me lo creía del todo.

En cuanto a mí, me sentía como si me hubiera atropellado un camión o algo peor.

Tenía fiebre, vivía con la cámara de gas pegado a mí como si fuera mi pulmón, había olvidado que la quimio era algo horrible y por ende las consecuencias de está. No puedo salir, me duele todo, siempre ando drogado, con algún aparato pegado al cuerpo y me cuesta mucho moverme, como si mis huesos se fundieran cada vez que lo hago.

Y la única parte buena era que había cierta chica que me distraía, que ahora he dejado de ver y genera una frustración en mí que no puedo simplemente obviar.

Por otra parte, mi padre dejó de venir por un tiempo ya que tiene trabajo y mi madre no viene casi nunca ya que mi hermana estaba tratando de adaptarse a su nueva escuela porque le costaba hacerlo y tenía que centrarse en ella.

Y… he tenido mucho tiempo para mí, más del que me gustaría.

Suspiré, levantándome de la cama. Estaba aburrido, realmente aburrido. Pensé en editar unas fotos que tomé del hospital pero también me aburrió la idea, la que sí he estado editando bastante es la que le tomé a Lady. Y cada que la editaba quedaba mejor.

No supe qué me hizo esa chica que ocupaba mis pensamientos de una manera tan desastrosa, no he dejado de repetir el número inexacto de pecas en mi mente, ese cabello morado y esos ojos.

Esos ojos. Carajo, nunca me habían gustado tanto unos ojos tan negros.

Pero en fin, supuse que también ella tenía una vida y tenia que centrase en ella, con mejores cosas qué hacer que estar pendiente de un enfermo. Es comprensible.

Fruncí los labios y salí de la habitación con mi cámara. Quería tener algo que hacer y estaba cansado de estar todo el día en la habitación.

Me metí en el ascensor y bajé a un piso cualquiera. Ni siquiera ví el botón cuando lo pulse. No estaba de ánimos para nada hoy.

Cuando paró, me adelanté al pasillo y no podía creer en dónde había terminado.

En la morgue.

Genial, lo primero que quería en esta vida era tomarle fotos a los cadáveres. Qué productivo.

Estaba apunto de volver sobre mis talones, pero escuché una voz algo pasiva y melodiosa que provenía de una de las puertas. La abrí y ví a la tortura de mis días viendo algo de unos papeles de lo que parecía un laboratorio.

RemembranzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora