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Estar bajo la piel de alguien es como explorar un mar sin buceo.

Lady.

Los días pasaron y Evangeline le dió el pase a Ester con el permiso de ir casa por unos días. Yo estaba en su habitación, como era de costumbre, mordiéndome las uñas por la incertidumbre de saber qué dirá Ester a lo que iba a proponerle.

Pensaba en esto desde el día que dijo que puede ir a casa, pero no me atrevía a comentarle hasta hoy. Y debo admitir que estaba un poco nerviosa.

Miraba por la ventana y el día estaba bastante nublado, parecía que podría llover en cualquier momento, pero no caía ni una gota. Me recordó a los ojos de Ester y lo mucho que me gustaban, eran similares a este clima.

La puerta se abrió y el pelinegro apareció en la habitación, le acababan de suministrar unas vitaminas para sus defensas para prevenir cualquier imprevisto. Se acercó a mí me dió un beso, acariciando mis mejillas.

—Pensé que estarías en casa —dijo extrañado y lo comprendo. Yo no le había dicho que iba a estar aquí.

—Quería proponerte algo —le hice saber.

Bajé sus manos de mis mejillas y puse las mías en su rostro, recorriendo cada esquina de este mismo, para mantenerme distraída pero sin dejar de mirar su expresión.

—¿Qué pensarías si te dijera...? —vacilé un poco— ¿Que quiero que veas mi casa?

Su ceño se frunció levemente, no parecía confundido si no extrañado. Bajé mis manos de su rostro y esperé a la expectativa lo que diría.

—¿A tu casa? —preguntó, yo asentí afirmando—. ¿A qué viene eso?

Me encogí de hombros, restándole la importancia que sí tenía.

—Solo quiero que la conozcas, ya después puedes ir a tu casa —le propuse.

Noté que lo pensaba mientras miraba mi rostro con sus ojos grises. Tenía razón al comparar sus ojos con el clima que hacía. Mordí mi labio inferior ya que tardaba mucho en pensarlo y pasó su dedo por el para liberarlo de mis dientes.

—Déjame avisarle a mi madre que llegaré tarde a casa primero —dijo y asentí en acuerdo.

Lo esperé sentada en la cama mientras hablaba por teléfono con su madre. Mi pierna izquierda subía y bajaba a un ritmo constante y no sabía porqué estaba tan ansiosa de que Ester fuera a mi casa.

Bueno, sí sabía. Era la primera vez que invitaba a alguien a conocer mi casa. Evangeline estaría de guardía hoy y como no quería quedarme mucho tiempo sola decidí proponerle esto a Ester. Además era una manera más que tenía de conocerme un poco.

—Listo —avisó.

Entrelacé sus dedos con los míos y salimos del hospital. Al empezar a caminar un poco lejos del estacionamiento Ester me preguntó:

—¿No trajiste tu moto?

—Me quedé sin gasolina —le informé.

Siguió caminando sin soltar nuestras manos haciendo un pequeño balance entre ella.

—Y, ¿qué tan lejos queda tu casa? —preguntó intrigado.

—Un poco lejos, pero no tanto para llegar a cansarnos.

RemembranzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora