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Uno nunca debe dudar referente a lo que quiere y desea.

Lady.

Nunca me ha gustado estar sola en mi casa. La sentía muy grande para que solo una persona pase la mayor parte del tiempo aquí. Ahora que ya no tenía que ir a la escuela, los días eran más largos y nunca pensé extrañar a un salón lleno de gente inepta y hacerle la vida imposible a un profesor tan cascarrabias como Wilberth.

Siempre intentaba mantener mi mente ocupada, los días consiguientes a la muerte de mi padre eran iguales a estos; eternos e inservibles. Cada inhalación y exhalación de aire desperdiciado en unos días grises, iguales, monótonos. Lleno de tanto sufrimiento vacío y las ganas de luchar por el suelo.

Es casi como tocar el fondo de un abismo interminable.

Llevaba días sin salir de mi casa, sin salir de mi habitación, pensando y pensando qué es lo que más he logrado hacer, pero sin llegar una conclusión clara, a una decisión asertiva que combine con mis ganas y deseo.

Ya estoy al borde del colapso, nunca imaginé que iba a llegar a un punto sin retorno solo porque no sé qué hacer con una simple decisión.

Si quiero o no seguir con Ester...

Y aún no lo sé.

Tengo tantas inquisitivas y dudas en mi cerebro, pensando en qué puede pasar en cualquier decisión que tome yo. Porque la maldita solución de Ester siempre va a ser la misma: quedarse conmigo a vivir felices para siempre como una película de Disney.

Lo único de lo que tengo certeza es que no quiero dejarlo, no sabría cómo. Me volví a lo que tanto le huía, ahora soy lo que odio y lo que alguna vez fuí; me acostumbré tanto a Ester que esa costumbre se volvió dependencia, y ahora que él se va ¿qué haré yo?

Solté un suspiro pesado y me levanté de la cama, al bajar las escaleras cogí mis llaves y el casco y me encaminé a la moto.

Conducir en moto me relajaba bastante, tener ese tipo de adrenalina en mi cuerpo era bastante grata para mis sentidos, sentir la velocidad, el riesgo, las ansias solo ocasionaba que me olvidara de todos los problemas y el caos mental que solo adornaba en estos días mi vida.

No sé exactamente a dónde me dirigía, conducía sin rumbo fijo a ningún lugar, pero estacioné en una calle secundaria lo bastante lejos como para hacerme cuestionarme de si seguía en la misma ciudad.

Me senté en la acera y saqué un cigarro para solo encenderlo y fumar un poco. Al dar la primera calada profunda solté el humo más rápido de lo que quería.

Volví a quedarme pensando allí sentada en la calle, pero mi mente viajó a esos días donde me la pasaba con Ester todo el tiempo, los primeros días que empezamos a hablar, el día que lo lleve al techo, el día que llegó a la morgue, la primera vez que escuchamos música los dos, las veces interminables que paseamos por el hospital, la primera vez que nos besamos y luego no podíamos despegarnos del otro...

Todo se reprodujo como una película vieja, las charlas, las caminatas, las peleas, las palabras. Todo lo que vivimos en unos cuatro meses que se hicieron los más cortos de mi vida y al rebobinar todo me dí cuenta de que él también paso por ello.

Él también debe estar sufriendo por mi silencio, no me paré a pensar en el dolor que a Ester le causaría también, solo en el mío. Allí me sentí una verdadera egoísta y una avariciosa sin igual.

Y es que nosotros somos tan diferentes, eso era lo que nos atraía del otro, eso fue lo que nos condujo a saber más de los dos y lo que nos llevó a queremos como lo hacemos. Nunca me hubiera imaginado tener algún tipo de vínculo con el chico del 3-14 iba a ser tan especial que me iba a costar alejarme de él porque ya se volvió una parte esencial en mí.

RemembranzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora