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Kansas City.

Hace muchos años que no pisaba esta ciudad. Y por supuesto me genera conflicto todo lo que pueda pasar.

Aún así, mamá quiso venir y aquí estamos.

Con Valentina que decidió venir de metiche. Es que la rubia no sabe estar sola. Siempre quiere estar en todo.

—Había olvidado lo grande que era esta casa.

—Solo estuviste aquí una vez, Valentina. —le recuerdo causando su risa.

Mamá estaciona el auto, bostezo estirando mis brazos mientras me bajo y un hombre aparece de la nada.

—Bienvenidas.

Grito llevando mis manos a mi pecho, él se disculpa y relamo mis labios.

—¿Quién eres?

—Federico, señorita Sevilla. Estoy a sus órdenes. —musita con un asentimiento. Sonrío.

—¿Y cuántos años tienes, Federico?

—Karol, déjalo en paz. —advierte mi mamá.— Gracias por tu ayuda, Federico.

Sin decir más se adentra a la casa. Vuelvo a mirar al guapo Federico que le sonríe y dice;

—Veintisiete, señorita.

Ay, me gustan mucho de esos.

Mayores para mí, altos, guapos... Quiero llevármelo a casa.

Valentina se pone a mi lado y tira de mi mano llevándome con ella. Le sonrío a Federico antes de perderme dentro de la casa.

Y cuando atravesamos el largo pasillo y entramos a la sala, miles de recuerdos invaden mi mente mientras bajo los pequeños escalones para enfrentarme a la abuela Nina.

La mayor me sonríe y lleva sus manos a mi rostro, sus ojos se llenan de lágrimas.

—Pero qué preciosa estás.

—Buenas noches, señora Nina. —saludo alejándome de ella.

—¿No me dirás abuela?

Quiero recordarle todas las veces que me gritó pidiendo que no le llame así pero me quedo callada solo porque se lo prometí a mamá.

La mayor suspira y se sienta frente a nosotros.

Y si... Dice todo exactamente como lo esperaba.

Sus dos hijas, las hermanas de papá, han pasado por algo el hacerse cargo de ella. No la quieren cerca.

Y Federico es su única compañía ahora en una casa tan grande.

Me siento mal por ella. Pero dicen que cara uno cosecha lo que siembra.

Y ella misma se lo buscó.

Aunque por supuesto eso no quite que la quiero abrazar.

No me gusta cuando las cosas se ponen así de feas.

Nos pide disculpas por cómo actúo toda mi vida. Por cómo me trataba por no ser su nieta de sangre y por cómo nos trató a ambas cuando papá murió.

Y por supuesto mamá la disculpa. Yo no.

No tengo por qué.

Que se joda.

Ay, sé que está mal desearlo pero es inevitable.

Esa noche, paso por alto el cenar. Solo me quiero ir a dormir pero me jode que haya mandado a preparar y decorar una habitación específicamente para mí...

Almas Que Si Son Gemelas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora