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Especial; La noche en la clínica.

Muy pocas veces en la vida sentí el miedo que ahora siento.

Personalmente, no creo en la religión, mucho menos en la iglesia. Pero cuando tú mundo amenaza con derrumbarse, cualquier opción es válida.

Tengo miedo.

Pero un miedo real.

Miedo a perderlo todo, miedo a fracasar. Miedo a salir lastimada.

No quiero perder a mi bebé.

No quiero volver a pasar por eso ni quiero sentirme tan vacía de nuevo. Yo solo quiero estar bien, solamente quiero que me digan que se equivocaron y que mi bebé está más sano que nunca.

Ya no quiero sufrir.

—Espera aquí, los quirófanos están ocupados y tendremos que esperar, pero la medicación que te van a poner aliviará el dolor y...

—No quiero que me pongan nada. —me encojo en la camilla.— No me van a tocar.

—Muñeca, es necesario que te lo pongan. —Ruggero se pone a mi lado.— Para que deje de doler.

—No quiero. —insisto.— Nadie va a tocarme hasta que llegue el doctor.

—Eso no va a pasar en algunas horas, y no puedes seguir así.

—Si dejas que me pongan algún medicamento que me haga perderlo, no te lo voy a perdonar jamás. —le aseguro sin apartar mi mirada de sus ojos.— La decisión es tuya.

Suelta un pesado suspiro, limpio mis lágrimas mientras él voltea a mirar a la doctora.

—Intentaré ponerme en contacto con su ginecólogo.

—Está poniéndose en riesgo al hacer esto.

—No me importa. —aseguro.— ¿Quieren que firme algún documento que les exonere de culpa si algo me pasa? Okey, lo firmo.

La mujer mira a Ruggero, él asiente sabiendo que la idea más cuerda es hacerme caso o las cosas se van a terminar lo iendo peor de lo que ya están.

La doctora y la enfermera abandonan la habitación y yo me muevo en la camilla haciéndole un espacio a Ruggero.

Él me mira sin saber qué hacer, limpio mis lágrimas mientras susurro;

—¿Te quedas conmigo, por favor?

Asiente acariciando mi cabello, niego.

Quiero que se acueste conmigo, aquí y ahora.

Y lo entiende poco después cuando se acuesta a mi lado y me atrae hacia él en un abrazo. Suelto en llanto aferrándome a su torso.

Él acaricia mi espalda y besa mi frente manteniéndose ahí por unos segundos.

—Perdón, perdóname. —sollozo.— Yo no quiero esto, no quiero perder al bebé, sé que aún podemos hacer algo.

—Es lo que más deseo. —susurra con la voz quebrada.— Pero no podemos hacer nada más, muñeca. Tenemos que soltar.

—No quiero, Ruggero. Por favor, no quiero.

—Ya, pequeña. Ya está.

Lloro abrazada a su pecho mientras en mi mente se repite con frecuencia el deseo de que todo vuelva a estar bien.

Necesito que un milagro suceda ahora mismo.

Termino quedándome dormida veinte minutos después, y si despierto es gracias a que una nueva punzada de dolor se hace presente.

Almas Que Si Son Gemelas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora