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Me bajo del taxi, escucho el grito de Matteo y me inclino a tomarle en brazos. Sonrío cerrando los ojos mientras beso su mejilla.

Ruggero se acerca mientras me pongo de pie, me hace un repaso visual y relame sus labios. No puedo evitar reírme.

—Perdóname pero no puedo evitar pensarlo.

—¿Pensar qué?

—Que hermosa que estás. —besa mi frente.— Te esperaba con un vestido negro y de abuela. No así.

—Bueno, reglas de la abuela.

Saco la tarjeta que me dieron en la breve reunión en el hospital. Porque si, la abuela dió la orden (y pagó) para que no saquen el cuerpo hasta que todos estemos reunidos ahí.

Y en mi defensa, no fui la última en llegar.

La ante penúltima si. Pero la última jamás.

—Reglas para mí velorio y sepulcro. —leo cómo introducción. Ruggero se ríe.— Nadie puede vestirse de negro y con ropa de abuela. Mis nietas y mujeres de mis nietos, especialmente, deberán ponerse lo que yo les elegí.

—Gracias, abuela.

Golpeo su abdomen, se ríe tomando mi mano para hacerme dar una vuelta.

—Es que te ves bellísima.

—Sigo. —ignoro su tono de voz mientras Matteo juega con mi arete.— Está prohibido que alguien a excepción de Federico llore mi muerte.

—Tiene sentido.

—Disfrútenlo como si estuvieran en una fiesta, hay comida, buena música y nada de llanto. —suspiro.— En la lectura del testamento, no se quejen, cada uno tiene lo que se merece. Y, por último pero no menos importante, mis nietas solteras, cásense ya, por amor a Dios.

Vuelvo a doblar la tarjeta y la pongo en el bolsillo de mi abrigo. Ruggero se fue cruzándose de brazos.

—Ni modo, hay que cumplir las órdenes de la abuela. Tenemos que casarnos. —se encoje de hombros. Sonrío.

—Si, tienes razón, ¿Cuándo nos casamos? ¿Ahora mismo?

—No, lo que quiero hacer ahora no se puede mencionar delante de nuestro hijo.

Indignada jadeo y le pateo antes de adentrarme al lugar. Ruggero se pone a mi lado llevándose mi cartera al hombro.

Es justo, yo estoy llevando a Matteo.

—Pero mira quién está aquí.

—Ay Dios, dame paciencia. —susurro dibujando una sonrisa en mi rostro.— ¡Tía!

—¡Sobrina! —finge la misma hipocresía.— Pero qué bonita te ves, eres la más hermosa de las nietas. No se lo digas a Meredith.

—Ay, gracias, tía. No se lo diré a Meredith.

—¿Y este apuesto joven quién es?

—Tía, te presento a Ruggero, es mi marido. Y él es Matteo, nuestro hijo. Amor, ella es Marcela, mi tía.

Ruggero estrecha su mano. La mayor le sonríe encantada.

—Pero muchacho, ¿Ya viste tus otras opciones? Si estar dentro de la familia es lo que quieres, tienes opciones mejores y con la sangre de la familia, no solo el apellido.

Y ya comenzó a destilar veneno...

Arqueo una ceja, Ruggero le mira fijamente y cuando sé que va a decir una de las suyas, le detengo tomando su mano.

—Mi mamá.

Tiro de él alejándolo de su futura pelea, bufa molesto.

—¿Por qué no me dejaste responder?

Almas Que Si Son Gemelas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora