Extra.

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—¿Estás cómoda?

—Estoy agotada. —musito llevándome el vaso de agua a los labios.— Mínimo ya puedo hablar y moverme.

—Dos días después de dar a luz, por supuesto que sí. —besa mi mejilla.— ¿Quieres que te la pase?

—Si, Fede. Por favor.

Federico me pasa a mi niña, sonrío besando su pequeña mejilla.

Hoy es mi cumpleaños. Y aunque planeaba festejarlo con un pastel y muchas cosas más, estoy en la clínica esperando que me vengan a ver porque he sido dada de alta.

Sophia, mi princesa, ya se puede ir a casa con papá y mamá.

Y yo soy una mamá feliz.

—¿Se puede?

—Claro que se puede. —Federico le abre la puerta a Ruggero.— Y que bien que llegas porque tengo que avisar que Karol está lista.

—Gracias, Fede.

—¿Gracias? Soy un tío feliz.

Sonrío viéndole salir de la habitación. Mi esposo se acerca y toma a la princesa en brazos.

—Buenos días, mi amor. Que hermosa que eres. —besa su manito.— El doctor dice que estás muy grande y pesada, pero se le olvidó decir que estabas bellísima, mi amor.

Ah bueno, yo me quedo en el rincón entonces.

Hago un mohín viendo a Ruggero caminar por la habitación con Sophia entre sus brazos.

Que no se note que le emociona más la presencia de nuestra hija que la mía.

La puerta se vuelve a abrir, sonrío viendo a Matteo y sus abuelos entrar.

—¡Papi quiero verla!

—Despacio, Matteo. La vas a despertar. —le dice mi esposo ensimismado en la bebé.

Matteo frunce en ceño evidentemente molesto.

Le pido a Leonardo que me acerque a Matteo y cuando lo tengo a mi lado, sonríe haciendo un mohín. Y cuando menos lo espero, ya está llorando en silencio.

Abrazo a mi hijo y beso su frente.

No me gusta verlo así. Y después de haber visto como cincuenta videos de cómo las madres se sienten culpables por dejar de lado a sus primeros hijos, tengo mucho miedo de hacer algo mal.

Ruggero sale de su burbuja cuando Antonella pide ver a su nieta y se la entrega con mucho cuidado. De inmediato se acerca a Matteo y le toma en brazos.

—Tardaste. —le dice limpiando sus lágrimas.— ¿Qué pasa, campeón?

—¿Ya no me quieres, papi?

—Yo nunca te he querido. —le dice besando su mejilla.— Yo te amo, Matteo.

Mi hijo sorbe su nariz y asiente. Ruggero le abraza con fuerza.

—¿Quieres que vayamos a comprarle flores a mamá?

—Si quiero. —cede más tranquilo. Ruggero sonríe.

—Pues vamos, mi amor.

Sonrío, mínimo logró controlar el pequeño ataque de celos de Matteo.

Aunque no creo que eso baste.

Es que no lo puedo evitar. Me duele.

No quiero que nada cambie en mi familia.

No quiero lastimar a mi hijo.

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Un mes después.

Almas Que Si Son Gemelas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora