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Tres meses después.

—¡Vete a la mierda, Ruggero!

Cierro la puerta de golpe, me tomo un tiempo de calmarme y respirar profundo antes de caminar al armario y sacar dos maletas.

Comienzo a guardar mis cosas en una de estas antes de salir con la otra maleta para guardar las cosas de Matteo.

Nos largamos.

—No vuelvas a lanzar las puertas así.

—Cállate. —exijo cerrando la maleta.— Llama a tu hermano y dile que traiga a mi hijo porque hoy mismo nos vamos.

—¿Quieres calmarte un poco? Estás haciendo un excesivo drama por nada.

—¡¿Por nada, Ruggero?! —le golpeo en el pecho.— ¡¿Por nada dices?! ¡No jodas, maldita sea!

—Deja de gritar. —me toma de los hombros.— Pareces una loca, cálmate.

—Déjame. —insisto.— Estoy harta de pedirte tiempo para nosotros, nunca estás en la casa, apenas y llegas a dormir y cuando estás, ni siquiera tienes tiempo de estar con Matteo.

—¿Otra vez con eso?

—Si, otra vez con eso porque estoy cansada de pedirte que vengas con nosotros. —retiro sus manos de mis hombros.— Llevo un maldito mes recordándote la fecha, ¿Y qué haces tú? ¿Decirnos que simplemente no vamos a ir?

—Te estoy diciendo que vayas tú. Yo no puedo.

—¿Por qué no, Ruggero? ¿Por qué no?

—Porque tengo mucho trabajo. —repite su típica maldita excusa.

Frustrada limpio mis lágrimas y él suspira pidiendo que me calme.

Pero es que no puedo.

No es fácil calmarse cuando literalmente nos está poniendo por debajo del maldito trabajo. Como si Leonardo no fuera capaz de hacerlo también.

Por algo trabajan juntos, ¿No?

Un día Ruggero se va a retirar de ahí y Leonardo va a ocupar su lugar. ¿Por qué no deja que su hermano se haga cargo aunque sea una semana?

Es todo lo que le estoy pidiendo. Una semana para nosotros.

Y eso porque el sábado que viene es la boda de Agustín. No pido nada más que una semana.

—Siempre es el maldito trabajo. —reprocho.— Nunca tienes tiempo para nada y siempre pones la misma maldita excusa.

—Bueno, perdón. —gruñe perdiendo la paciencia.— Perdón por trabajar para que puedas seguirte quedando todo el día en la casa sin mover un maldito dedo.

Así que eso es lo que piensa...

Sin apartar mi mirada de él asiente saliendo de la habitación de Matteo para ir a la suya y sacar mi maleta.

Bajo con ambas maletas. Me detiene.

—Perdón, no quise decir eso.

—Una persona molesta siempre dice lo que piensa. —me suelto de su agarre.— Y ahora sé lo que piensas, déjame.

—Muñeca, no quise decir eso. —insiste.— No es lo que pienso, al contrario, estoy feliz de que...

—No, Ruggero. Ni siquiera lo intentes.

Abro la puerta y abandono la casa mientras busco la llave de la puerta principal. Y tan pronto la abro, veo a Leonardo parado a punto de tocar.

Tomo a mi hijo en brazos antes de decir;

Almas Que Si Son Gemelas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora