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Semanas Después.

—¡...Que los cumplas feliz!

Valentina termina su serenata de media noche y aplaude emocionada mientras yo miro mi vela en el pastel.

Soltando un suspiro cierro los ojos y finjo pedir un deseo mientras ella me enfoca en la cámara para grabar el video para mamá.

Finalmente soplo la vela, mi mejor amiga me felicita emocionada y finalmente me pasa el teléfono para que hable con mamá y la abuela en lo que ella va a dejar el pastel en la cocina.

Mamá me felicita lamentando el no poder estar conmigo, le resto importancia mientras le cuento cuáles son mis planes (falsos) de cumpleaños.

Y dos horas después de recibir amor por parte de ambas, y de que mi mejor amiga haya estado abrazándome hasta que le dió sueño, por fin puedo colgar y acostarme.

Estiro mi mano tomando el collar de girasol, mi último regalo de cumpleaños de... De él.

Relamo mis labios mientras acaricio el dije. Es precioso.

Bañado en oro, y con pequeñas piedritas preciosas.

Me lo envió para celebrar mi cumpleaños aunque no pudo estar conmigo. Y es mi posesión más preciada.

La más bonita.

—Es oficialmente, mi tercer cumpleaños sin ti. —susurro dejando el collar en su lugar.— Perdón, Ruggero. Lo siento.

Limpio mis lágrimas, suspiro y me acomodo en la cama intentando volverme a dormir.

Pero no funciona.

Y eso por supuesto hace que mi estado de ánimo sea un asco cuando el reloj marca las ocho y me levanto a preparar algo de comer. Me estoy muriendo de hambre.

—Ya me voy. —Valentina se asoma por la puerta de la cocina.— ¿Estás segura de estas cosas, Karol?

—Si, quiero que este sea tu regalo de cumpleaños para mí.

Suspira, se acerca a darme un último abrazo y finalmente se marcha dispuesta a dejarme sola.

Si, ya sé...

Desde que soy una niña, lo único que hago es hacer listas de regalos anuales para que todo el mundo sepa qué quiero de regalo.

Pero desde hace tres años no hago esas listas. Y especialmente este año, no quiero regalos.

Solo necesito estar sola.

Termino de cortar mis sandwiches y me siento en la mesa de la cocina con mi batido frente a mí.

Suspiro mientras juego con mi plato.

Hace mucho que no hacía sandwiches con forma de ositos. Había olvidado cómo se hacían.

Y aún así me quedaron geniales.

Limpio mis lágrimas con el dorso de mi suéter.

—Ahora me odias, y me lo merezco. —susurro mordiendo mi sanduche.— Incluso yo me odio...

Almas Que Si Son Gemelas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora