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Ocho de la mañana, entro a la cocina con mis pastillas en mano pretendiendo tomarlas. Me sorprende ver a Ruggero aquí todavía.

Y se lo hago saber con mi jadeo de sorpresa y el;

—¿Por qué no te vas ya?

—Me quedé dormido. —me hace saber.— Siéntate. Tienes que desayunar.

—Estoy esperando.

—¿Qué?

Me encojo de hombros mientras la puerta suena y Sandra va a abrir.

Camino hacia la nevera sacando jugo.

—Ya casi no hay nada, hay que ir al supermercado.

—Sandra irá. —musita llevándose el café a los labios.

—Pero yo quiero ir.

—No puedes ir sola y está claro que tú y Sandra no se llevan para nada bien. Deja que Sandra vaya.

—No. Quiero ir yo y elegir lo que quiera, no estoy tan mal como para no poder hacer aunque sea eso.

—Entonces para las seis te quiero lista, pasaré por ti.

Asiento satisfecha. Veo a Camila entrar y sonrío mientras Ruggero se atraganta con su café.

—¿Qué haces aquí?

—Visitándote seguramente no. —le dice sentándose en una de las sillas libres.—¿Ya podemos desayunar?

—Sí, voy a hacer tostadas con...

—Tú no vas a hacer nada. —me corta Ruggero.— Siéntate.

—¿Ya te vas?

—¿Por qué todo el mundo me quiere echar de mi propia casa?

—Pues quizá porque tengo hambre y nadie me da de comer y nadie me deja hacerme un sandwich. —me quejo golpeando la mesa.

Sandra prácticamente lanza las tostadas sobre la mesa. Miro a Camila haciéndole un gesto de obviedad.

—Ella es Sandra, me cocina y me limpia. —explico.— Pero dice que Ruggero le paga así que no te va siquiera a saludar. Sandra, ella es Camila. La ex más reciente de Ruggero.

—Es un placer conocerte, Sandra.

La antes mencionada rueda los ojos, suspiro profundo tomando una tostada.

—Que rara es tu vida, Ruggero. —musita Camila.— Ah cierto, traje chocolates.

—Que rico, chocolates. Gracias, Camila.

—Uno basta. —me advierte Ruggero. Le miro.

—¿Cómo dices? ¿Que me puedo comer ocho? ¡Gracias, Ruggero!

Me mira arqueando una ceja pero yo le ignoro comiéndome un chocolate tras otro. Hasta que el bebé me dice que pare causándome náuseas.

Aparto los chocolates y muerdo mi tostada sintiendo el agradecimiento del bebé.

Que feo que odie el dulce.

Es terrible.

Poco después se levanta y desaparece fuera de la habitación hasta que vuelve solo para decir que se vaya y que recuerde que debo estar lista a las seis.

Finalmente escuchamos la puerta cerrarse. Sonrío poniéndome de pie.

—Vamos, te voy a contar absolutamente todo.

No quiero detenerme a pensar en lo raro que es ser amiga o algo similar de la ex de mi ex.

Pero lo único que importa de verdad aquí es sencillo.

Almas Que Si Son Gemelas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora