Epílogo.

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Ruggero termina de desenredar mi cabello y lo sujeta con una liga antes de besar mi hombro y bajarse de la cama.

Matteo recoge sus lápices de colores y los guarda en su cajita antes de bajarse también de la cama. Sonríe.

—Me gusta mucho este lugar, mami.

—A mi también. —confieso acariciando mi vientre de cuatro meses.— Tu papi y yo vivíamos aquí cuando éramos novios.

—¿Entonces yo también vivía aquí?

Ruggero asiente desde el baño mientras se cepilla los dientes, acuesto a mi hijo a mi lado porque hoy va a dormir con nosotros.

Y todos los días que nos quedemos aquí.

Estamos en New York, en nuestro departamento, habíamos venido a la boda de Mike. Y como vamos a estar unos cuantos días aquí, y Matteo no tiene una habitación, va a dormir con nosotros.

Está emocionado.

Y es que, ama tomar sus siestas de la tarde mientras abraza mi vientre o simplemente está cerca de mi.

Su actividad favorita del día es sentarse a mi lado y acariciar mi vientre mientras le habla a su hermanita.

Porque sí, es niña. Nos enteramos hace dos días. Justo antes de viajar.

Y por supuesto Ruggero y Matteo lloraron por diferentes razones pero con la felicidad en común de por medio.

Cuando mi esposo nos alcanza, apaga las luces y finalmente se acuesta a mi lado antes de intentar cubrirnos con las mantas.

—Espera, papi. —le detiene Matteo.— No le dije chao a la princesa.

Se mueve hasta quedar a la altura de mi vientre. Le susurra algo apenas audible. Sonrío cuando besa mi vientre y se estira a besar mi mejilla.

—Las amo, princesas.

Sonrío, mi hijo es un amor.

—Ya, papi.

Ruggero le sonríe y finalmente nos cubre a los tres con las mantas. Posa su mano en mi vientre antes de besar mi hombro.

—Te amo.

—¿Y eso a qué viene?

—A que eres mi muñeca. —susurra besando mi mejilla.— Y te amo.

Tomo su mano y dejo un beso en esta antes de dejarla de nuevo sobre mi vientre.

Abrazo a Matteo y él pone su manita junto a la de su padre. Y si, no tardo nada en quedarme dormida.

El calor colabora con la causa.

Cuando despierto, son las nueve y media de la mañana.

Ruggero ya no está a mi lado y Matteo mucho menos. Suspiro profundo.

No me gusta despertar sola.

Pero, Ruggero es consciente de ello y por eso cuando la puerta se abre, me estiro cruzándome de brazos.

—¿Y mi bebé?

—Se fue con tu mamá. —se encoje de hombros.— Ama a Federico, no puedes pedirle que no se vaya con él cada que venimos o él va a Italia.

—Con razón. —me dejo caer de nuevo en la cama.— Ven, la boda es a las cinco, tenemos todo el día para dormir.

—¿En serio sigues pensando solo en dormir?

Hago un mohín, asiento.

Mi nena solo quiere dormir y comer de vez en cuando.

No quiere nada más.

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