CHAPTER NINE: THE PIGGYBACK I

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Part one: May we meet again

Casi dos años atrás, Grace Mayfield era una adolescente torturada por su familia y sus pensamientos. Grace había conocido el miedo y la lucha por la supervivencia muchos años atrás, estaba segura de que a lo primero que había aprendido era a sobrevivir. Sobrevivió a la clase baja, al divorcio de sus padres, a no tener dinero, a ser una marginada. Sobrevivió al hombre que la estaba matando en vida. Era lo que Grace siempre hacía; veía el problema, se adaptaba al entorno hostil y sobrevivía. Era una maldita experta sobreviviendo.

Ahora, Grace Mayfield era una joven adulta torturada por una pesadilla hecha realidad. Notaba a Vecna en el fondo de su mente, como un pequeño quiste sebáceo en el interior del canal auditivo. Un quiste que molesta, daña, perturba. No, Vecna no era una simple acumulación de grasa inocente; él era un tumor cerebral. Un conjunto de células que habían mutado hacia la malignidad, juntándose y creciendo a gran velocidad e invadiendo todo tejido sano a su alrededor. Vecna era un tumor que le presionaba detrás de los ojos y solo podría ser extraído bajo cirugía. Una situación que jamás se hubiese imaginado vivir, a la que no esperaba tener que sobrevivir y a la que dudaba poder hacerlo.

Era un nuevo reto, un nuevo nivel de supervivencia desbloqueado. Y Grace detestaba no dominar algún ámbito. La necesidad de control le venía de su infancia, tenía que evitar que los cimientos se desmoronasen, debía salvar el techo sobre la cabeza de Max. Su ambición y su inteligencia le habían permitido dominar diferentes actividades y era su conjunto el que le había permitido sobrevivir y controlar su vida.

Control. Podía resumir su personalidad con esa palabra: control. Ella tenía que tenerlo todo controlado para sentir que las cosas estaban saliendo bien y, durante muchos años, el control había estado sobre la percepción que los demás tenían sobre ella y sobre el bienestar de Max. Y, aunque ahora tenía más bienestares que controlar, jamás podría dejar que Max no fuese su prioridad.

Max era mucho más que una hermana para Grace. Vivió cuatro años sin ella y cuando Max nació fue un cambio radical, una mejora en todos los sentidos. Max, su peque, su mundo. Siempre había luchado por ella, obligándose a continuar cuando lo único que quería hacer era rendirse. Y, por mucho que le dijesen, sí que era su culpa que Max hubiese acabado en esa situación. Pero Max ya no era una niña y lo tenía que aceptar, tenía que aceptar sus decisiones y apoyarla como siempre hacía. Solo que esta vez, Grace le cedía el control a Max.

Giró la cabeza para mirar a Steve y sonrió, probablemente la única que lo estaba haciendo en esa autocaravana. Sonrió porque Steve había sido una agradable sorpresa en su vida. Había aceptado que ella no era digna de que la amasen y dudaba que supiese hacerlo. Había conocido el dolor y la violencia y había decidido contrarrestarlo con la indiferencia y el falso éxtasis. ¿Pero amor? Ella estaba condenada a la soledad. Y, entonces, había acabado en ese pueblo perdido de la mano de Dios. El pueblo donde la esperaba el amor de su vida que iba a compensar todos los horrores.

Steve era un flotador en el océano helado; había aparecido cuando más lo necesitaba y le había evitado hundirse. Se había enamorado de una manera que no sabía expresar con palabras. Su risa, sus ojos, su voz, su pelo, su humor... Amaba cada una de las características que le hacían ser quién era. Por eso había odiado a su cerebro por ponerse en contra de algo tan puro como Steve. Y ahora lo había recuperado y lo tenía a su lado de nuevo, no podía permitirse perderlo una vez más e incluso perderlo para el resto de su vida. Pero una de las cosas que más le gustaban de Steve es que él también era un superviviente, un soldado que vuelve de la guerra cada vez y que jamás falla a su comando.

-He tomado una decisión. -murmuró, aunque con el silencio que había en la caravana era como estar hablando en gritos. Estiró su mano y la dejó sobre la de Steve. Él siempre conducía con una mano sobre la palanca de cambios. Steve no apartó la mirada de la carretera, pero entrelazó sus dedos.

HEART OF GOLD ;; Steve HarringtonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora