Capítulo #1

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(2004, noviembre, Santuario de Atena)

En el santuario dedicado a honrar a Atena, diosa de guerra y sabiduría, donde los destinos se entrelazan y los secretos arden como brasas, un niño nació en la penumbra. Su llegada, un desafío a las reglas impuestas por la hija de Zeus, resonó en los pasillos de mármol y reverberó en los corazones de los guerreros.

Su madre, una ex santo, sostenía al recién nacido en sus brazos. La luz de la luna filtrándose por las altas ventanas iluminaba su rostro fatigado. El bebé, frágil y ajeno a las intrigas celestiales, dormía en paz. Pero el alma de ella estaba en un profundo tormento.

Había sido una guerrera valiente, una defensora de la justicia. Pero el destino puso en su camino a santo de gran poder, que la había llevado al abismo. Ellos dos, habían desafiado las normas divinas. Y ahora, su hijo, un resultado tangible del pecado, yacía en sus brazos.

El dolor de la mujer no provenía solo de las cicatrices físicas que marcaban su piel. Había sido torturada, acusada de traición, entregada como un trofeo a un guerrero corrupto. A pesar de todo, su amor por su hijo no se extinguía. Pero no podía protegerlo.

El Santuario, con sus columnas majestuosas y sus estatuas de dioses antiguos, no era un lugar para un niño. Mucho menos para el hijo de su unión prohibida. Las miradas de los demás santos, llenas de desprecio y juicio, pesaban sobre ella. Los entrenamientos inhumanos a los que la sometían, a pesar de su condición humana, amenazaban con romperla.

Miró al bebé. Sus ojos cerrados, sus manitas aferrándose a sus ropas. ¿Qué futuro le esperaba? ¿Cómo podría protegerlo en este mundo de intrigas y batallas? La respuesta se formó en su mente: debía huir.

Tramó un plan que les daría a ambos tan ansiada libertad, aunque llevarlo a cabo llevo más de lo que quería.

Esperaría el momento adecuado, cuando las sombras se alargaran y los guardianes estuvieran distraídos. Entonces, tomaría a su hijo y escaparía del recinto sagrado de la diosa de la guerra.

La luna, cómplice silenciosa, observaba desde lo alto.

—Ya es hora—Acunó al bebé con ternura—No temas, pequeño—Susurró—Tu madre te llevará lejos de aquí. A un lugar donde puedas crecer sin miedo, como un chico normal. Un lugar donde ese cosmos y esas marcas no sean una maldición, sino una bendición.

Y así, en la oscuridad del Santuario, comenzó la huida, su puesto anterior le daba la ventaja de pasar desapercibida, como si fuera parte de la noche misma.

No le costó llegar al sendero rocoso que marcaba la frontera del recinto sagrado y la entrada a Rodorio. Con cada paso que se alejaba, sentía cómo el peso de su pasado se desvanecía, permitiéndole respirar un poco más libremente.

Se detuvo un momento, permitiendo que la brisa juguetona despeinara su cabello carmesí. La tranquilidad del momento la embargaba, y con un suspiro de alivio, se quitó la capucha que había ocultado su identidad. No más sombras, no más esconderse; ya no había que temer.

El llanto de un niño rompió el silencio, un recordatorio de la vida que ahora llevaba en sus brazos. Con cuidado, se quitó la máscara, revelando un rostro marcado por la resolución y la ternura, ese niño la había ablandado definitivamente.

—No llores—Acomodó al pequeño entre sus brazos, meciéndolo suavemente, y comenzó a cantar una canción de cuna que había aprendido hace mucho tiempo—“Mis lágrimas son una canción, tan dentro de mí llevo el dolor, él robó mi corazón”.

Cantaba en voz baja para no llamar mucho la atención; sin embargo, la dulzura y su voz parecían hacer que todo a su alrededor entrase en calma, como si todo se hubiera detenido a oírla.

Saint Seiya: El Sacrificio de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora