Capítulo #4

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Andrómeda caminaba junto a cisne, pero debido a la explosión decidieron desviar su camino para ver que pasaba.

—Ryuga: Oímos la explosión, ¿Están todos bien?—Volteaba a todos lados buscando heridos o algo así.

—Albafica: Tranquilo, no se murió nadie.

—Kenyo: Aún.

—Syun: ¿Qué fue lo que pasó? ¿Están bien?—Se agachó para verlos.

—Ryuga: Alcahueta—Tosió.

—Edén: Tranquilo tío, solo estábamos entrenando—Dijo con una risa mientras que Syun buscaba algo—¿Qué buscas?

—Syun: Algo con que limpiar ese horrible raspón.

—Albafica: Su sangre no te lo dejará, mejor deja que él se lo limpie luego.

Ryuga se apartó unos pasos, Syun también había sentido los cosmos de los tres caballeros de bronce, así que no se preocupó por eso.

—Kōga: Estamos bien, te lo prometemos—Detuvo las manos de Andrómeda—Entiendo que tu instinto de médico está preocupado, pero de verdad estamos bien, ¡Edén y yo somos más fuertes de lo que parece!

—Edén: Llegarán tarde a su reunión con la señorita Atena, será mejor que ya se vayan—Indicó viendo la hora en el reloj del santuario.

—Ryuga: Tienen razón, debemos irnos.

—Syun: Los veremos en la noche.

—Nagisa: Los verán si ellos terminan su entrenamiento.

—Ryuga: Hazlos llorar.

—Kōga: ¡Tío!—Reclamó.

—Ryuga: Por irresponsables—Resopló, su esposo no pudo hacer más que reírse.

Ambos regresaron al camino, a la sala del patriarca, Andrómeda tenía los nervios a flor de piel, cosa que no paso desapercibida.

—Ryuga: ¿Qué sucede?—Se detuvo, le sostuvo por los hombros—Esa máscara no me engaña, tras esa capa de plata puedo sentir tu angustia.

—Syun: Soy más obvio de lo que pensé—Se escuchó una risa, pero Ryuga sabía que esa risa no era verdadera—Tantas cosas han pasado en estos años, un lugar que antes adoraba ahora solo me hace querer correr lejos—Miró los templos blancos que se veían a la distancia entre las montañas y colinas de roca.

—Ryuga: No permitiré que nadie te haga daño—Le abrazo contra su pecho—Ambos nos cuidaremos hasta que podamos volver a casa con Touka y Natalia.

—Syun: Lo sé—Correspondió el abrazo de su esposo—Es lo único que me brinda calma en estos momentos. Siguieron caminando, pero esta vez el cisne sostenía la mano del de cabello verde, como si se fuera a desvanecer si lo soltase.

No les costó mucho atravesar las doce casas, los templos de Acuario, Piscis y Sagitario fueron abrumadores de recorrer, como si las paredes hubieran guardado en ellas tanto dolor y sufrimiento. Pasaron lo más rápido posible, llegando ante el templo del sumo pontífice.

El gran salón del Patriarca resonaba con una tensión palpable. Los cinco Santos que en su juventud lucharon tantas guerras santas se habían congregado ante la imponente presencia de Atena y el Patriarca Mu de Aries. La atmósfera estaba cargada, un contraste marcado entre los humores dispares de los guerreros.

El santo del ave Fénix se mantenía al margen, su postura rígida y su mirada ardiente reflejaban su enojo interno. A pesar de su turbación, su voz no traicionaba su respeto por la diosa y su patriarca.

Saint Seiya: El Sacrificio de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora