Capítulo #41

20 1 0
                                    

Pandora, después de varios intentos, y un poco de ayuda de Radamanthys, logro que el grupo fuera a cumplir su misión al Castillo Heinstein.

—Pandora: Un problema menos—Expresó sobándose las sienes, ¿Por qué los guerreros personales de la Reina del Inframundo eran tan tercos?—¿Sigues aquí, Radamanthys?

—Radamanthys: Sí, señorita Pandora.

—Pandora: Qué bueno, por qué necesito algo de ti—Las monjas obscuras le sirvieron una taza de té a la joven agobiada—Quiero que vayas a la isla de Creta, al sur de Grecia.

—Radamanthys: ¿A Creta?—Levantó ligeramente los brazos ante la sorpresa—¿Qué hay en Creta como para que usted quiera mandar a uno de los tres Jueces del infierno?

—Pandora: Verás, Radamanthys—Se acomodó nuevamente cerca de su arpa, soplando el humo que desprendía su bebida—Gracias a la muerte del espectro de Profundidad, me he dado cuenta de que las fuerzas del señor Hades aún no deberían ir de lleno contra Atena.

—Radamanthys: Si es así, ¿Por qué quiere mandarme a la tierra?—Cuestionó mientras la hermana mayor de Hades degustaba el té. 

—Pandora: Quiero que pelees contra una persona—Explicó dejando la taza a un lado—No es un caballero de Atena, así que no veo por qué no mandarte.

—Radamanthys: ¿Contra quién quiere que luche?

—Pandora: Cuando llegues a la isla, podrás divisar un castillo, unas ruinas sumidas en un bosque—Ignoró de forma olímpica la pregunta del juez—Es probable que salga un hombre de cabello negro y armadura negro verdoso para interrogarte, tendrás que pelear con él hasta que yo te diga que te retires—Apoyo la mano en su arpa—Ah, y no te presentes, no es necesario. Pandora chasqueó los dedos, por lo que el espectro sin más dilataciones viajo para cumplir con su cometido.

—Pandora: —Una de las monjas obscuras le entregó un juguete—Al menos esto me dará un poco más de tiempo para encontrar a mi señor—Del anillo de Pandora emergieron relámpagos, que envolvieron a la muñeca de trapo. Un cosmos de oscuridad rodeo al objeto, a Pandora usar esa cosa ya era una rutina.

—Pandora: Si no fuera por esa maldita diosa, y ese semidiós odioso, hace mucho tiempo mi señor estaría aquí conmigo en el inframundo—Murmuró furiosa con ambas deidades—Son un dolor de cabeza—Admitió mientras usaba aún más cosmos.

En el interior de un castillo, jugaba una pequeña, era feliz a pesar de lo deplorable que era su hogar, y del poco número de personas que cuidaban de ella.

—Galia, ¿Qué sucede?—Preguntó la pequeña, la mujer que jugaba con ella se veía distraída, volteaba constantemente a un lado.

—Galia: ⟨⟨ Hay un cosmos cerca del palacio, ¿Pero cómo?⟩⟩—Volvió la mirada a la niña. —Galia, ¿Qué te pasa?—sacudió el brazo de la mujer—¿Por qué tienes esa cara?

—Galia: Espere un momento—Dejo con cuidado el juguete en el suelo, y se dirigió a un hombre que estaba a la esquina del cuarto—Cuida a la señorita, por favor, saldré un momento—Tomó una espada y se retiró respetuosamente.

—¿A dónde fue Galia, Titán? ¿Acaso no quiere jugar conmigo?—Cuestionó abrazando los juguetes—No debí molestarla—Se entristeció al pensar que había molestado a una de sus cuidadoras.

—Titán: No diga eso—Se sentó a su lado para acompañarle a jugar—Ella solo ha ido a tomar aire fresco. Galia saltó de una ventana para llegar rápido al frente del palacio, ahí se encontró con un hombre con armadura morada, unas grandes alas y un cosmos desafiante.

—Galia: Tú has atacado, ¿Verdad?—Apuntó el filo de su espalda en dirección al soldado—¡Respóndeme! El rubio no le respondió, se lanzó contra la soldado con un puñetazo en la cara.

Saint Seiya: El Sacrificio de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora