Capítulo #8

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—Edén: Debo irme, gracias por invitarme a tu casa, Yūna, pero ya es tarde, debo volver con mi padre.

—Yūna: Descuida, ve con cuidado, el santuario en la noche es algo peligroso.

—Edén: Gracias, tomaré en cuenta tu consejo—Estrechó su mano, el tacto frío de ese guante erizo los vellos del brazo de Yūna.

—Haruto: Espera—Le apoyo la mano en el hombro para detenerlo—Déjame acompañarte a tu casa, así le explico a tu papá porque llegaste tarde.

—Edén: No, descuida, tú quédate—Le agarró del rostro y lo acercó para darle un beso en la mejilla—Yo te aviso cuando llegue, ¿Okey?

—Haruto: Pero—Edén era una persona un tanto insistente, y aunque quisiera acompañarlo, no quería causar una discusión con él—Está bien, solo prométeme llamar.

—Edén: Lo juro por mi vida—Dijo con una sonrisa, se volteó para así poder despedirse de todos ahí—¡Chao!

Él se fue, pero Souma y Haruto no eran tontos, habían sentido el raro cosmos en el templo de Ofiuco, y por descarte tenía que ser el de Edén.

Decidieron quedarse un rato en casa de Yūna, iba a parecer extraño que lo siguieran de manera tan desvergonzada.

Ellos esperaron a que todos ya se fueran a sus hogares para aprovechar y seguirlo, no tardaron mucho en encontrarlo, estaba hablando por teléfono.

—Edén: Prometo ayudarte, solo si me das algo a cambio—Logró entender Souma—No voy a arreglar tus tonterías de a gratis Lucy—Dijo a su teléfono riéndose—¡Tú sabes lo que hiciste, bruja!

Esa risa tan estruendosa y escandalosa despertó un sentimiento de ternura en Haruto, siempre lo veía serio y con timidez, a pesar de no entender el idioma que él estaba hablando, esa risa era como una linda melodía.

El camino a la casa de Heros era confuso, incluso para una persona que lo conocía de memoria como Edén.

Heros había ubicado su vivienda de tal forma que era prácticamente un suicidio para cualquier otra persona, debido a la cantidad inhumana de obstáculos que el propio Santuario tenía de manera intrínseca. Nadie con dos dedos de frente se atrevería a ir a ese lugar.

Souma y Haruto no podían hacer más que asombrarse, eran partes del santuario que ellos ni siquiera sabían que existían, y Edén, un extranjero, parecía saber a la perfección, el americano ni le prestaba atención al camino, parecía que su conversación telefónica era más relevante.

En el camino, el santo de Orión se topó con un campo de rosas; las flores no eran comunes en el santuario, pero las rosas, era imposible que fueran rosas normales, todo indicaba que eran rosas Demoníacas como las de los caballeros de piscis.

Al ver esto, Haruto corrió con todas sus fuerzas, no le importaba nada, solo quería que él no se acercará a esas rosas.

Souma empezó a correr tras de Haruto, estaba divido entre disuadirlo por no saber cómo eso acabaría, e ir para ayudarle a advertirle a Edén.

—Edén: Rosas—Dijo arrodillado a inicios del jardín ya con una flor en mano, reconocía el intenso color carmín y el aroma a veneno de estas, hoy en especial lucían precioso—Le llevaré unas a mamá y papá—Acercó la planta a su rostro para poder apreciar su aroma.

Se levantó dándose cuenta de que ya se le había hecho muy tarde por lo que se acomodó la rosa en el cabello y siguió con su camino, saltando entre las flores para no dañarlas.

León menor y Lobo estaban pálidos, la escena les había sacado el color de la cara. Se habían detenido a unos metros del campo.

El pelirrojo tenía que claro que ese chico no tenía ni una pizca de amor propio o por su vida, mientras que al de lentes le distrajo la linda imagen de Edén con una rosa en el cabello.

Saint Seiya: El Sacrificio de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora