Capítulo #22

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Kōga se escabulló cómo pudo hasta la fuente de Atena, apagando su cosmos y usando un suéter con capucha para pasar desapercibido.

Entró una de las oficinas, se quedó esperando con su hermano Raion en brazos, hasta que entró la médico que el estaba buscando.

—Kōga: Tía Erina—Saludó. En realidad ella era su tía abuela, pero como no llegaba a tener más que cuarenta años realmente le decía solo "tía".

—Erina: Kōga, ¿Cómo te va?—Kōga se retiró la capucha mientras dejaba a su hermano en manos de Erina—Hola pequeño Raion, haz crecido mucho.

—Kōga: Tío Dita llevó a Amour a Asgard a visitar a tío Syun, me dijo que llevará a Raion a su revisión—Se sentó en la silla del escritorio.

—Erina: Me extraña mucho que hayas venido tu, Kōga. Pensé que vendría Heros como siempre.

—Kōga: Logré convencer al tío Dita que me dejará salir de la casa para llevar a Raion—Exclamó con felicidad—Si me esmero y portó bien tal vez me permita salir a otro lugar que no sea Rodorio, tal vez hasta me deje tener amigos.

—Erina: Sabes que Heros no te prohíbe tener amistades—Sentó al bebé en la camilla, era parte de los médicos qué revisaban a los santos cuando volvían heridos de alguna guerra o misión—Sabes que este lugar es... Rudo con la gente como tú.

—Kōga: ¿"Con la gente como yo"?

—Erina: La gente amable, dulce y demás. El santuario las carcome hasta que ya no quede más de ellos. Eso le pasó a muchos de tus tíos, y tememos que eso te pase a ti.

—Kōga: ¿Atena no se supone que es una persona buena?

—Erina: Lo es, pero esta gente está acostumbrada a la anarquía, y con la Saintia general de Guerra que se tiene ahora, no se puede esperar mucho.

—Kōga: ¿Atena no dirige el santuario
directamente?

—Erina: Claro que lo dirige, y se esfuerza, pero no la criaron para ser una dirigente militar. La criaron como una niña normal, tu abuelo decidió eso.

—Kōga: ¿El papá de tía Saya?

—Erina: Ajá—Puso su estetoscopio en el pecho del bebé—La general de Guerra Olivia y el Patriarca saben más referente al tema, la orientan y enseñan.

—Kōga: Si ella es la hermana de tía Saya ¿Por qué jamás la he visto visitarla?

—Erina: No lo sé, Saya solo vino al santuario una vez, hace dos meses, o al menos fue la única vez que yo la vi en el santuario.

—Kōga: Comprendo—Suspiró—Tía Eri, ¿Me puedes dar información de cómo es mi papá?

—Erina: Kōga Misumi Kido—Manifesto en tono de reprimenda, con cara algo enfadada—Debes dejar de pensar en tu padre, ¿Que tanto buscas saber de ese hombre? ¿Por qué esa obsesión?

—Kōga: ¡Nunca me hablan de nada! Me gustaría saber de mis raíces, ¡Ni siquiera se de qué nacionalidad es mi papá! Al menos Edén sabe que viene de América latina—Explicó—Tío Ellen y los demás siempre le dicen de todo a Edén ¡Eso no me parece justo! ¿Por qué yo no tengo derecho a saber?

—Erina: ¿Qué es lo que de verdad quieres? ¿Tus raíces? Tu mamá es mestiza y tu papá japonés.

—Kōga: Wow, eres muy informativa—Expresó su sarcasmo mientras ponía los ojos en blanco—Tu eres la médico del santuario, deberías saber un poco más.

—Erina: El tiene 27 años, mide 1.65 cm, y creo que tiene esposa e hija—Tenía un tono que expresaba una no muy ligera colera—¿Estás satisfecho?

—Kōga: No, pero supongo que lo dejaré hasta ahí—Desvió la mirada hacía un costado—Espera, ¿27 años?!

—Erina: Si, 27 años, no me equivoqué—Respondió secamente mientras evitaba que Raion la mordiera—Tus padres te tuvieron jóvenes, pensé que te había quedado claro.

—Kōga: Se que mamá era joven, pero ese tipo debió haber tenido 14... ¡Tal vez 13 años cuando nací!

—Erina: Exacto, pero eso tuvo que ver con algo diferente, o eso es lo que yo entiendo de esa historia—Dejo al bebé en manos de su sobrino—Si quieres saber más de él tal vez deberías buscar entre las cosas de tu abuela Nagisa, cuando tú padre era un niño estuvo a su cargo por un tiempo.

—Kōga: ¿De verdad?

—Erina: Si, extrañamente cuando llegó primero fue alumno de Nagisa.

—Kōga: Entiendo—Miró a su hermano—¿Vamos a casa de la abuela?—Preguntó como sí el bebé le fuera a dar una respuesta concreta, el se echó a reír y extendió las manos tratando de alcanzar a su hermano—Tomare eso como un sí.

***

Edén se estaba preparando para ir a la Palaestra, aunque no estaba tan emocionado de ir a un lugar donde no se hablaba su idioma, y dónde, la verdad, él no gustaba de la compañía.

—Ellen: ¡Que no se te ocurra olvidar tu armadura!—Le exigió mientras hacía el desayuno—Que tu tía no me vuelva a decir que te saltaste clase de español—Vaya insulto para alguien que vivía en América latina.

—Edén: Lo siento, esa fue la última vez—Guardó en su morral algunos cuadernos, y no podía olvidarse de sus audífonos—¿Me mandarán una merienda al menos?

—Ellen: Pregúntale a tu madre—Señaló a la pelirroja, que jugaba alegremente con su hija menor—Aunque creo que está muy ocupada con Seira.

—Edén: ¡Mami!—Fingió un tono de tristeza mientras se acomodaba encima del sofá—Merienda, porfa—Pidió usando japonés, a lo mejor así su mamá se ablandaría.

—Marín: Dile a tu padre que te guardé los tequeños que sobraron ayer—Se levantó con las bebés.

—Edén: Con ustedes todo es un pin pong—Se quejó mientras se sentaba a la mesa y guardaba el recipiente con su merienda—¿Y qué harán hoy?

—Ellen: Nosotros cuidar a las niñas y tú ir a la escuela—Sirvió los desayunos—Sin excusas, Edén Kido y Kido.

—Edén: ¿Qué necesidad de utilizar mi nombre completo, papá?

—Ellen: Porque es una amenaza—Despeinó al niño—Pórtate bien, cuídate.

—Edén: Siempre lo hago, papi—Se colocó un guante en la mano derecha.

—Marín: Por nada en el mundo te quites los guantes allá—Le colocó el guante izquierdo—Te queremos mucho.

—Edén: Lo sé, mami—Levantó un poco uno de los guantes—¿Cuánto crees que cobren por una cirugía para quitarme estas cosas?—Preguntó con buen humor

—Marín: Te quitas la de la mano derecha y te mato—Abrazo a su hijo—La otra, quítatela por el amor de dios, me harté de verla.

—Ellen: —Abrazó a su hijo—Si no nos vamos llegarás tarde, jovencito—Beso la mejilla de su mujer, y la de sus hijas menores—Despídete de tu mamá que ya nos vamos.

—Edén: Bendición, mami—le respondió el abrazo a su madre.

—Marín: Que dios te bendiga—Le dio un beso en la frente—Ahora vete.

Ambos salieron de la casa para dirigirse al colegio, no era un problema la distancia, ya que al ser un santo de platino Ellen podía manipular su velocidad de tal forma que tardaba unos segundos en ir de América a Asia.

Continuará...

Saint Seiya: El Sacrificio de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora