24. Discutir nunca está de más.

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Durante los silencios incómodos que se formaron entre Carol y Víctor. Nunca ninguno había sido nunca tan pesado y tan doloroso para ambos como aquel que estaban manteniendo en ese momento. Ninguno sabía qué decir al respecto y eso lo hacía más inquietante. Ella no estaba segura de si deseaba que él no mencionara sobre lo que acababa de escuchar de sus propios labios.

Y él... bueno, él no podía aún creerse lo que acababa de escuchar de ella, y a pesar de que deseaba preguntar más acerca del tema, algo le impedía hacerlo.


Ambos tenían clara solo una cosa en ese preciso instante y es que no sabían cómo actuar a partir de ese segundo que la puerta se cerró y solo quedaron ellos dos en la sala.


Ni siquiera sabían cómo habían estado tantos segundos con la mirada pausada sobre el otro. El amor hace muchos estragos, ¿pero hasta el punto de haberles dejado tontos de por vida?


Cuando por fin, uno de los dos separa los labios para decir algo, parece que ambos recobran el aliento y se dignan a intentar explicar sus acciones. Ella le ha defendido delante de su padre y él ha estado escuchando detrás de la puerta como un intruso.


Cuando se dan cuenta de que ambos se intentan interrumpir, procuran volver a su silencio, donde se intentan refugiar de nuevo, aún a sabiendas de que ese silencio va a seguir siendo demasiado incómodo.


Por fin, el chico se digna a cortar el maldito silencio que tiene todo el tema en un odioso suspense. Se adelanta y no se corta cuando ella parece querer volver a decir algo, o quizá solo hace el amago para ver si de nuevo el silencio les rellena. Pero ve que esta vez va en serio y termina por adelantarse con lo primero que se le ocurre, levantándose de su asiento.


— He de irme.


Las prisas y sus movimientos se hacen torpes. No consigue toda la movilidad que tiene. Incluso los nervios se vuelven en su contra y se pelean contra ella, haciendo más caso a la mirada inquietante del chico que tiene delante que a su subconsciente. Él no sabe si cortarla en ese mismo momento que se levanta de la silla o si esperar a que se calme ligeramente, ya que hasta un ciego podría ver lo nerviosa que se ha vuelto de repente.


— Carol, siéntate. No te voy a comer. —Termina por certificar él.


Ella para instantáneamente sus movimientos para mirarle con mayor atención que segundos atrás. Ella se lo piensa mucho, pero ni siquiera se mueve de su última posición, en la que se encuentra de pie, enfrente de él, a un metro y medio. Muy cerca de la mesa y con una mano sobre ella, dando la ligera sensación de que sin la sujeción de la mesa, puede caerse en cualquier momento. Y ni siquiera está muy segura de porqué.


— Está bien. No te sientes si no quieres. —El chico la observa sin perder ni el más mínimo detalle, haciendo que ella se ponga ligeramente más nerviosa.— No entiendo porqué lo has hecho. —Entonces es cuando el rostro de la chica se convierte en una mueca de incomprensión.— Defenderme.


Ella sabe que él necesita una explicación. Pero, sinceramente, esa explicación también la busca ella en su subconsciente que fue el que la obligó a protestar minutos antes delante del progenitor del chico que ahora pide explicaciones. Ella no puede encontrar la respuesta que los dos buscan en ningún lugar, por lo que, tras pasar la mirada por toda la sala, vuelve a posarla sobre él.

Bajo vigilancia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora