Bajo vigilancia.

Capítulo 16

Los meses pasaban y, cómo no, las cosas seguían su triste y aburrido curso. Por eso, voy a dar un pequeño salto en el tiempo para contaros algo mejor. No quiero aburriros con la monotonía del día a día, porque sé que estáis aquí para lo importante y jugoso, lo malvado y entrenido, ya sabéis. Por eso, vamos a adelantar el tiempo y pararnos en mitad del verano. ¿Que por qué precisamente ahí y no antes? Bueno, lo veréis en cuestión de minutos, pero, antes de eso, debo poneros en situación.

Como he dicho, no hay muchas novedades, sin embargo, estará bien hacer un breve repaso por la monotonía de estos aburridos meses. Empezaremos por el aburrido número uno: Carlos. El desesperado ha creído poder rehacer su vida, intentando no pensar demasiado en que Helena aún desea su espacio y no volvería con él ni aunque fuese el último hombre del planeta. ¿El motivo? Aún desconocido, para él, claro. Y, por lo tanto, toda una incógnita que le ahoga. 

Ya os decía, aburrido. Nada fuera de lo común. Por otro lado, Helena ha intentado centrarse en sus estudios, dejando de lado los chicos por una temporada, prefiriendo pasar la mayor parte de su tiempo con sus amigas, entre ellas, Sara.

Sara,  vaya, otro tema aparte. Daniel y ella siguen siendo la parejita perfecta de siempre, y a pesar de creer firmemente que su nuevo paso de vivir juntos sería un paso hacia atrás, bien por pequeñas pero molestas diferencias o por incompatibilidad a la hora de vivir juntos, han resultado ser de lo más vomitivos. Mucho mayor que con anterioridad. Terrible. 

Y, por último, la pareja de la gran ciudad, Rodrigo e Irene. La relación parecía flotando en el limbo. Los mejores días eran aquellos en los que no se veían, puesto que las discusiones no existían. ¿Por qué discutían? Uf, creo que antes terminaría diciendo por qué cosas no lo hacían. Irene era maniática a la hora de hacer las cosas que conllevaba una casa, Rodrigo prefería la ignorancia, cosa que molestaba aún más a la chica. Al final, la tensión era el pan de cada día entre las cuatro paredes que tenían y llamaban "hogar". De eso no parecía quedar demasiado.

Ahora que ya sabéis cómo está el ambiente, os conduciré hasta el verano. Momento en el que Helena decide ir a visitar a su papi rico de Miami. Él y su nuevo marido solían invitarla a pasar un mes entero con ellos, a lo que, solían recomendarle que invitara a algunos amigos, para que fuera menos aburrido. Y aquí es donde entra la parte divertida de la historia, puesto que, como os habréis imaginado, Helena decide invitar a su hermano Daniel, el cual, decide invitar, por razones obvias, a Sara y a Carlos. Y Sara, a su vez, decide invitar a Rodrigo, por supuesto.

En momentos como este, adoro la inocencia de Sara. Sobre todo, porque ni siquiera ella sabe cuánta maldad lleva esa ingenua decisión. Y, lo mejor de todo ello es que ni Daniel conoce esa información, por lo que, será doble sorpresa. 

A primera hora de la mañana de un tranquilo día de principios de agosto, el timbre retumbó en la casa de los padres de Helena. Sara y Daniel llegaban los primeros. Se acomodaron en una de las habitaciones libres que había, deshicieron las maletas y pasaron una tarde los cinco: los papis, los hermanitos y Sara. Al día siguiente, muy temprano, los dueños y señores de la casa, decidieron despedirse para dejarles más espacio e intimidad, a la vez que se aprovechaban para pasar unas cortas vacaciones juntos. 

Al día siguiente, llegó Carlos. Entre él y Helena seguía existiendo tensión. Eso convertía las reuniones grupales en situaciones extrañas con un ambiente muy cargado que solo parece divertirme a mí, pero en fin, será cuestión de la maldad. No duró mucho, realmente. Puesto que la tensión reinante fue sustituida poco después por otra mucho más generalizada. Eso fue cuando Irene y Rodrigo se presentaron en la puerta de la casa, un par de días más tarde. Eso pilló desprevenido por completo a Daniel, que fue quien abrió la puerta en aquel preciso momento. Su cara era un poema, pero un poema lleno de sorpresa y cabreo.