Una vez que Rodrigo, junto con Irene, se fue de la ciudad, ésta se quedó completamente vacía. O eso le parecía a Sara y también a Helena, aunque jamás lo admitiera en voz alta. Ambas chicas empezaban a echar de menos a aquel chico. Una por ser su mayor confidente tras tantos años, y haberse hecho realmente indispensable, sin embargo, la otra tenía serias dudas acerca de sus contradictorios sentimientos por él. Y le gustaba pensar que si le echaba de menos y pensaba en él era ni más ni menos que por la última conversación que habían tenido, así que una vez que la olvidara, podría seguir con su vida como si él no existiera.
Y sin embargo, a pesar de creer ciegamente en aquella teoría, tenía un problema aún mayor. Carlos. Tras la huida de Rodrigo a Madrid, su novio había supuesto para ella una carga de la que no sabía como quitarse. No era que fuera realmente una carga, sino que se había convertido en alguien más, al que tenía cariño, con el que había compartido demasiadas cosas y de fuerte importancia, que les había cambiado la vida para siempre, pero al mirarle a los ojos, había olvidado por completo lo que le decían una vez que habían empezado a salir juntos.
A veces, estando a su lado, se sentía sola. Se sentía apagada, y nada conseguía volver a animarla. No comprendía como toda la felicidad que había sentido por él, todo lo que había conseguido perdonarle, al final no significara nada. Quería creer que aún quedaba algo y por ello, arrastraba aún la relación que tenían, como esperando que alguna señal le indicara si debía abandonar o no. Nada de eso llegaba. Y ella esperaba pacientemente. Con resquicios de una esperanza que llevaba muerta meses.
Y finalmente, un día, la señal llegó. No en la forma que más le hubiera gustado. Una mañana se levantó con el ánimo más levantado que en las últimas semanas. Aquel día era viernes. Sus clases en la universidad la obligaban a madrugar, y aunque no solía estar de buen humor por ello, ese día sonaba a ser diferente. No supo muy bien porqué, pero sus sueños habían hecho que la energía fuera mayor y sus pasos sonaran más certeros. Caminaba con calma por la calle, con una suave sonrisa mientras repasaba algunos apuntes del día anterior.
La calle estaba oscura, apenas era Noviembre. Solo habían pasado un mes y un par de semanas desde la ida de Rodrigo, y aquella mañana, había conseguido no pensar en él. Ni tampoco en Carlos. Seguramente estaría feliz por ello. Y no la culpo, los hombres solo dan dolores de cabeza. Pasó toda la mañana inmersa en sus clases, sin dejarle espacio a los pensamientos banales que solían recorrer su cabeza sin descanso.
Solo cuando salió de las clases y volvía dirección a su casa, llegó su "señal divina". No creía en esas cosas, claro que no, pero desde luego, aquello le pareció lo más parecido que jamás estaría de una. Un pequeño y tonto tropiezo, hizo que todas sus hojas cayeran al suelo y tuviera que agacharse a recogerlas, mientras maldecía lentamente en bajo. Todas las hojas, mansas, se dejaron atrapar. Todas, menos una. El viento jugaba con ella, balanceándola de un lado al otro, dejándola viajar por la calle sin preocuparse porque la chica tuviera que correr detrás.
El viento se frenó repentinamente y como un paso preparado, hizo elevar la hoja un par de metros hacia arriba. Helena se quedó completamente quieta al ver aquello y esperó a que el viento se detuviera de nuevo y lo dejara caer hasta la acera. Pero cuando eso estaba a punto de suceder, y la hoja descendía lentamente como una pluma, los ojos de la rubia se quedaron atrapados en una de las ventanas de aquel edificio. Sobre los cristales había algo que captó toda su atención.
Un letrero. Solo eso. Y sobre él, unas letras que declaraban que el piso se alquilaba. Luego, unos números.
La hoja tocó el suelo y todavía pasaron unos cuantos segundos hasta que la chica, por fin, la cogió y guardó entre sus cosas. Respiró hondo y una vez que acabó, volvió a mirar hacia arriba. Esa era la señal. Necesitaba un cambio. Bueno, en realidad, necesitaba muchos, pero aquel podría ser el primero de todos los demás. El pequeño desencadenante que conseguiría despejar su mente en gran medida.
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Bajo vigilancia.
Novela JuvenilDescubrir que la vida tiene sus inconvenientes puede ser un duro golpe, más aún cuando eres joven y crees que eres invencible. En esta historia, sus protagonistas se van a enfrentar a su propio destino, creyendo estar preparados y encontrándose con...