10. Nunca digas nunca.

1.1K 73 3
                                    

El salón tenía un enorme reloj de cuco que parecía tan antiguo como bonito. En él, nada más marcar las once, el búho salió de su refugio para cantar la hora acordada en ese preciso momento, y conseguir así, sacar a los chicos de su conversación acerca Bécquer.

        — Nunca imaginé que odiaría tanto un trabajo, ni una asignatura. —Dijo el chico mirando su reloj y lanzando un profundo suspiro al viento.— Es tarde. Debería irme.

Carol parece pensárselo con detenimiento, la verdad es que hasta ella por dentro, podría avergonzarse de lo rápido que se le han pasado las horas, a la vez que no admitiría nunca la verdad. Se estaba divirtiendo con las bromas del enemigo. No exactamente, ni directamente eran enemigos, pero ellos dejaban ver que así era. Aunque fuera de manera relativa.

        — Más te vale que digas eso no por mí. O te las verás con mi cabreo. —Suelta ella de repente tras un par de minutos en completo silencio.

El chico no pudo menos que reírse ante su comentario y niega con la cabeza a la vez que recoge sus papeles dentro de la carpeta. Ella le observa con detenimiento de nuevo, pero entonces cae en la cuenta de algo.

        — Espera. Tengo algo para ti. Unos papeles del tema. Para que te los estudies para la presentación. —Se corrige ella rápidamente ante sus primeras palabras y se levanta de su asiento.— Los tengo en mi cuarto. Vuelvo ahora.

Ella desaparece entonces del salón, dejándole completamente solo. O al menos, eso piensa él.

De detrás del sofá aparece una cara angelical que le mira con admiración a la vez que lleva adornada una enorme sonrisa de alegría. Víctor no puede reprimir una también sin dejar de mirarle.

        — ¿Hola?

La voz del chico, suave y dudosa, choca en las paredes de la sala esperando la respuesta a qué hace allí, cuánto tiempo lleva ahí y qué quiere de él por su mirada. El niño se queda en completo silencio sin perder ni por un segundo, aquella ferviente sonrisa.

        — ¡Hola! —Responde de manera animada.— ¿Juegas conmigo?

Durante el tiempo que el silencio invade la estancia, el niño no deja de mirar al pobre chico, que lejos de estar intimidado, no sabe qué pensar de nuevo, ni tampoco qué decir. Pero de repente, la sonrisa apareció sin dudar, asintiendo tranquilamente.

Carol por su parte, rebusca y rebusca entre sus cosas y se maldice por lo bajo el tener siempre tan desordenada la habitación. Lanza profundos suspiros cuando tras apartar parte de la ropa de un sitio, no aparecen los dichosos papeles que necesita para que el idiota del novio-lapa se largue de su casa, que ya va siendo hora.

Tras un buen rato de búsqueda, por fin da con ellos en el fondo de uno de los cajones del escritorio. Ni siquiera recuerda haberlos puesto allí, pero se resigna y baja rápidamente las escaleras, de dos en dos. Para entrar por la puerta del comedor y encontrarla completamente vacía. Ella resopla dejando los papeles encima de la mesa y mira a todos lados.

        — Menudo imbécil... —Murmura con suavidad mientras fija la mirada en el frente, sin observar nada en realidad.

El silencio que había en aquella casa, era típico cuando sus padres no estaban allí. De repente, un sonido de cristales rotos mató el silencio dejándolo en un rumor alejado y bastante suave, casi como de reniegos entre susurros.

        — ¡Gabriel! —Chilla a la vez que se pone manos a la obra a encontrar al culpable y a la víctima que ahora yace en el suelo echa añicos. Pero una vez que entra en la sala, lo primero que ve es a Víctor junto a su hermano, ambos de pie mientras hablan entre susurros.— ¡Tú!

Bajo vigilancia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora