CAPÍTULO 7

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Habían pasado cuatro días desde que me vi obligada a ceder contra aquel hombre. No estaba en la casa, había desaparecido ese día. Después de mi ritual de escritura con Laila y Ana junto con sus compañeras decidimos ir a llevarle algo de comer a su gente, la señora Isabel les había regalado comida como obra de caridad, aunque he de confesar que he tomado un par de cosas de la mejor calidad para Liam y Rafael.

Al llegar todas fueron bien recibidas salvo yo que al parecer sentía una tensión palpable con ellos, decidí no darle importancia. No encontré ni a Jorge ni a Matilda, estaba buscando detrás del quiosco cuando siento que alguien me agarra fuerte por la cintura, me giro a la defensiva pero me relajo completamente al ver a Rafael frente a mí, su gran sonrisa dejaba al descubierto sus dientes. Llevaba una camisón rojo de una tela muy delgada y se veía mucho mejor.

—¿Como estas, pequeño? —pregunté tomándolo entre mis brazos, pesaba muy poco.

—Bien, ama. —respondió sencillo.

Inmediatamente lo deje en el suelo y le dedique una mirada dura.

—¿Que paso, ama? —preguntó preocupado— ¿dije algo malo?

Tome su rostro entre mis manos.

—No soy tu ama. Ni yo, ni ellos. —le aclaré— no me vuelvas a llamar así, ¿esta claro?

El asintió.

—Mamá decía que así se les llamaba por ser blancos. Que yo les pertenecía.

—Mi piel es igual a la de ellos pero no pertenezco ahí. Y ellos no son tu dueños, a lo único a lo que le perteneces es a esto  —toque su pecho con mi indice donde queda el corazón— y esto —moví mi dedo a su cien rumbo a su cabeza.

El me observo analizando y grabandose mis palabras.

—¿Entendiste, Rafael? Tu eres tu único amo.

Asintió y sonrió.

—Me gusta como piensa, Briga.

—¿Briga? —pregunté confundida.

—Sí, es Victoria en voz céltica.

Me pareció un lindo gesto el seudónimo que me colocó, le di un beso en la mejilla y le ofrecí la bolsa llena de galletas y comida fresca que le había traído a él y a su hermano, la acepto gustoso y nos dirigimos a la parte delantera del quiosco, mientras lo haciamos le pregunte sus edades, la suya era 9 años y la de su hermano 12 años. Al llegar se despidió de mí y corrio hacia Ana tan pronto la vio. A lo lejos visualice a Liam quien al reconocerme vino hacia mí. Al llegar hizo una casta reverencia y reí.

—Victoria. —me saludo.

—Liam. —respondí.

—¿Como se encuentra? —preguntó.

—Bastante bien, ¿Y usted?

—Mucho mejor, gracias a usted.

—No hay de qué.

Se acercó más hacia mí.

—Claro que sí, de no haber intervenido usted, el amo no hubiera parado.

—Ni me lo recuerde porque de nuevo me lleno de furia.

Él frunció sus labios y lo note indeciso igual que la otra vez, por lo que imagine que divagaba entre hablar y no.

—Habla. —le ordene

—¿Puedo preguntarle algo? —asentí— ¿Por qué lo hizo?

Pensé las palabras que diría.

LASCIVIA. (Pecados Infernales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora