CAPÍTULO 26

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NARRADOR OMNISCIENTE:

Victoria se encuentra sentada en el carruaje frente a la casa, acaba de subirse cuando la puerta se abre. Se gira desconcertada para encontrarse con la mirada del pelinegro.

—No irá sola. —zanja este.

La mujer rueda los ojos.

—Como diga el guardaespaldas. —comenta con algo diversión, solo para molestarlo, lo logra.

Bufa molesto.

—Que apodo tan original... —comenta el hombre irónico.

Jorge se echa a andar.

—Ey, respete mi creatividad. —se queja la ojiverde.

Hace una mueca después de verlo.

—No haga así. —le ordena el hombre

—¿Por que? —pregunto para desafiarlo

—Se arrugara. —informa.

—Es justo lo que quiero.

Salvatore le asesina con la mirada.

—Calmese —pide Victoria aun divertida—, pensé que era cosa de amigos que se conocen los secretos.

—No somos amigos. —zanja frío.

Golpe duro para Victoria. Rueda los ojos.

—Sabemos nuestros secretos.

—No se equivoque. Yo sé los suyos. —taja contradiciendome.

El día este hermoso, despejado y el cielo azul invade el ambiente con fuerza y los rayos del sol iluminan el camino de Jorge, es temprano. Faltan quince minutos para el mediodía.

La mujer no deja de mirarlo mientras se muevo al asiento de frente para verlo a la cara.

—¿Que lo hace estar tan seguro? —cuestionoa desafiante. A Victoria realmente le encantaba molestarlo.

—Simplemente lo sé, es fácil hacerlo. —los ojos helados del hombre la miran obligándole a pasar saliva.

La mujer piensa que esos ojos hermosos ojos azules pueden ser un cielo calmado y brillante o un tsunami rebelde que arrasaba con todo. Le gustaban las dos facetas, a decir verdad.

—No este tan seguro... —casi susurra inclinándome a él.

—Pruebelo. —la reta.

—¿Y si no que?

—Quédara como una tonta que lanza acusaciones y amenazas falsas. —acusa el pelinegro.

—Sabe que no lo soy.

—Demuestrelo.

Calla y se acerca un poco más, inclinando su torso, él reposa el codo sobre su pierna por lo que quedan muy cerca, peligrosamente cerca.

—Las cicatrices en sus hombros. Estoy segura de que son todos sus asesinatos. —piensa unos segundos para continuar su declaración— probablemente las hicieron sus victimas pues todas son diferentes e irregulares, cicatrizaron con tinta negra, lo que me hace pensar que usted siempre la cargaba junto con una cuchilla. Antes de asesinarlos se las ofrecía, tal vez como un acto de superioridad o culpa. —confiesa sin dejarlo de ver siquiera un segundo.

Salvatore asiente satisfecho y se inclina para atrás, rompiendo la cercanía.

—Buena deducción, pero se equivoca en una parte.

—¿En cual? —cuestiono imitando su pose erguida.

—No son todos mis asesinatos, son los niños a los que mate. —confiesa.

LASCIVIA. (Pecados Infernales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora