CAPÍTULO 35

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VICTORIA

Me encontraba descargado bultos de abono y fertilizantes en los cultivos, llevaba por lo menos una hora en esta tarea y los brazos ya me comenzaban a temblar, el peso era bastante elevado en comparación con lo que podía alzar, la espalda se me iba hacia adelante y cada paso me costaba más, sentía que en cualquier momento caería de rodillas al piso.

—¡Victoria! —me llama Villicus.

Descargo el gran bulto que llevaba en las costillas y me giro hacia el hombre negro que cumple con la función de capataz.

—La requiere el amo Salvatore. —informa.

Maldigo para mis adentros, prefiero descargar la carreta entera yo sola antes que ir con el demonio de ojos azules. Se que algo tiene planeado y que comenzará a cobrarme una por una cada munición que le arrebate. Dios mio, protegeme.

Tomo valor y descargo mis últimos cinco bultos antes de encaminarme hacia la hacienda, durante todo el camino no puedo parar de pensar en que haré, no estoy dispuesta a dejarme golpear de nuevo. Me preparo para lo peor e ideó varios planes para huir si es necesario, aunque tratare de tener todo bajo calma.

Llego a la casa y subo a la segunda planta, la madera de las escaleras rechina bajos mis pies y noto como mancho los pulcros escalones con el barro de mis alpargatas. Continúo y tomo varias bocanadas de aire para golpear a su puerta.

—Siga. —avisa desde adentro y la piel se me eriza al imaginármelo solo, en su cama, preparando un castigo para mí.

Giro el pomo de la puerta y me adentro en la habitación, está más despejada e iluminada que nunca, las cortinas están abiertas de par en par y por el gran balcón entran oleadas de viento fresco, que me erizan hasta la punta de la nuca.

Tomo aire y me giro hacia Salvatore, lo encuentro sentado sin camisa en el borde de la cama, con su mirada penetrante clavada en mí, las piernas me tiemblan y busco mi voz, la cual parece haberse ido.

—¿Para que soy buena, señor? —trato de sonar lo más segura posible pero fallo en el intento.

Mi mente me lleva a aquel día en la cabaña cuando me dijo que era muy buena haciendo orales y manejando mi mano sobre su miembro, alejó la imagen de mí cabeza. Y me concentro en la de ahora, la cual tampoco ayuda mucho, pues su pecho desnudo me hace recordar las veces que lo bese, como sus fornidos brazos me sostenían cada vez que hacíamos algo prohibido, como bajaba por su abdomen con mi lengua, y luego hasta su miembro...

Me siento estúpida ante estos pensamientos, es mi carcelero, me lastima cada vez que le viene en gana y yo siempre lo permito, pues me es imposible resistirme ante este hombre. Siento mis cachetes hirviendo por lo que sé que debo estar roja como un tomate.

Salvatore parece darse cuenta del rumbo de mis pensamientos y una leve sonrisa maliciosa se aparece en sus labios.

—Siempre de pervertida...

Le doy una mala mirada para que se calle pero este no lo hace.

—Al menos por eso, el castigo de hoy le gustará.

Señor... —trato de hablar pero este me lo impide colocando su índice en mis labios.

Paso saliva ante la acción.

—Acuestese en la cama. —ordena.

—No. —respondo de inmediato asustada.

—Victoria... —la paciencia comienza a agotarse.

—No quiero hacerlo.

Él calla y se acerca un poco más a mí, la calor que emite su cuerpo se me es tan familiar, me da calma y al mismo tiempo desconfíanza. Pasa su mano por una de mis mejillas hasta llegar a mi oreja y pasar el mechón suelto por detrás de esta. Su mano baja hasta mi mentón helandome en el acto y lo sube con delicadeza obligándome a mirarlo fijamente.

LASCIVIA. (Pecados Infernales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora