CAPÍTULO 6

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Había pasado una semana desde mi último encuentro con el ojiazul, él había desaparecido desde eso, hacía eso seguido. No volvía a casa por días, me daba curiosidad saber lo que hacía.

El día de hoy había optado por una falda color oliva que en el centro era color esmeralda, en la parte de arriba una camisa de algodón blanca con bordados del mismo color, encima de esta iba un corset del mismo color de la falda, la cual caía a mis pies en largos metros de tela.

Me encontraba explicándoles a las mujeres de la cocina como se conformaban las palabras y que era una sílaba. Me emocionaba esta tarea y sabía que a ellas también, todas habían practicado su nombre y ya sabían escribirlo, aunque aún seguían practicando el abecedario. Estaba corrigiendo a Laila cuando a lo lejos se escucharon gritos, supuse que venían de la parte de atrás de la casa. Todas salimos a ver. Con rapidez bajamos las escaleras y salimos de la casa, en la parte de atrás varios esclavos estaban amontonados, todos con cara de preocupación, ví a Jorge a lo lejos y me dirigí hacia allí.

Al llegar le pregunte que pasaba y con angustia e impotencia en su mirada me señaló con la cabeza el centro del lugar, dirigí mi vista allí y la imagen que presencie me subió la cólera y me dolió en cantidades iguales. Dos niños negros de no más de 12 años estaban amarrados por las manos a troncos de árboles mientras eran castigados con numerosos latigazos, sus espaldas desnudas estaban reventadas dejando expuesta su carne y por su piel brotaba sangre en grandes cantidades. Trate de acercarme allí decidida a parar con eso pero Jorge me tomó de la muñeca impidiéndomelo.

—No.

Me zafe de un manotazo de su agarré y me dirigí allí mientras la mirada de todos se postraba en mí, furiosa me acerque y a pocos pasos de los niños observe a alguien que no había visto antes, al parecer era el que estaba al frente de esto. Nunca me había molestado tanto verlo a él y su estúpida capa. Su pulso y porte no temblaban ante esto y me pregunte cuantas veces más lo habría hecho. Por impulso me pare frente a él y sin titubear, le dije:

—Ordene que los liberen en este instante.

Él siguió con sus ojos fijos al frente y sin mirarme respondió.

—No. —negó rotundamente.

—No le estoy pidiendo, le estoy ordenando.

Los látigos se siguieron escuchando y los jadeos de los espectadores no se hacían esperar junto a uno que otro llanto.

—He dicho que no. —dijo mirándome desde arriba— ¿Que incapacidad neuronal tiene para no entender aquella respuesta?

La sangre me hirvio ante aquella respuesta.

—El que tiene una incapacidad neuronal es otro, —le escupi rabiosa— se tiene que ser muy imbécil para condenar a alguien por su color de piel.

No respondió y me desespere ante su silencio, aquello me llevó a rodear su muñeca con mi mano. Su mirada se postró en el agarre pero su rostro no dijo nada.

—Sueltelos, por favor. —le pedí al escuchar los llantos desesperados de los niños.

Un grito de ellos sonó por todo el lugar haciendo que me sobresaltara e inconscientemente clavé mis uñas en la muñeca del hombre, su mirada nuevamente se dirigió al agarre y por instinto baje mi mano de su muñeca.

Los niños se encontraban de rodillas, llorando, juré que ambos estaban cerca al desmayo. Me desespere ante aquella imagen y un recuerdo vino con fuerza a mi mente, la muerte de mi padre. Aleje el recuerdo de mi cabeza y supe que el hombre frente a mí no iba a sentirse culpable ni ser consciente de lo que estaba haciendo y por ello no pararía, tenía que darle algo que quisiera para que se detuviera.

LASCIVIA. (Pecados Infernales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora