CAPÍTULO 31

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Me levanto algo desanimada, el cuerpo me pesa pero debo hacer algo, el pueblo está a punto de colapasar ante la falta de líderes aptos. Debo seguir los consejos de Amadeo y vela por mi tierra.

Me alistó en pocos segundos y ya con el vestido de tela suave y mangas largas en color azul oscuro me dirijo hacia la entrada de la hacienda, mi cabello castaño cae al borde de mi cara y reposa pegado a mi espalda. El día está nublado parece que pronto lloverá, una fuerte llovizna caerá. El viento provoca que varios de mis mechones enloquezcan moviéndose de lado a lado.

He cumplido con todas mis labores y hoy es mi día de descanso, le he pedido el día a Isabel con la excusa de visitar a mi tía pero he mentido, me escabullire en el pueblo en busca de respuestas y erradicando malos tratos y líderes políticos. Frente a la entrada yace Jorge como de costumbre, ya está en el carruaje como de costumbre, le avise desde ayer cuando visite a Amadeo, el hombre ha roto todos nuestros prejuicios y aún cuando parecía imposible se recupero, su mejora es notoria, cada día está más fuerte y sano.

Una mirada me cala en la nuca, tan fuerte y penetrante que temo me rompa el cuello. Se quien es su dueño y aunque no quiero girar lo hago, encontrándome instantáneamente con aquellos ojos azules, hoy lucen tan fríos como el hielo, me mira con tanta intensidad mezclada con indiferencia desde lo alto de su balcón. Sus ropas negras hacen contraste con su blanca piel y los leves moretones que cubren su pómulo y mandíbula, una punzada de preocupación aparece en mi pecho pero la aparto, igual que mi mirada.

Pavoneo mis caderas siguiendo mi camino mientras siento aquella mirada bajar por mi cuerpo y bajar a mis nalgas, lugar que le encanta, siento su deseo y de plena causalidad uno de los guantes que llevo cae al suelo, me inclino a recogerlo, dándole una vista perfecta de mis curvas, disfruto provocarlo pero disfruto más fastidiarlo al recordarle que no lo podrá tocar y que ya no soy suya.

Desde nuestra discusión hace un par de días, no me ha vuelto a buscar ni yo a él, ambos demasiado orgullosos para ceder. He dictaminado algo y lo cumpliré así me muera por romperlo. Un gran desprecio ha aparecido en mí hacia Salvatore, su solo imagen o presencia me enojan e incómoda pero ese algo que aún no logro distinguir y mucho menos sé explicar sigue presente en mí, ese deseo por someterlo y hacerlo mío me carcome, pero mi orgullo es más grande que mis ganas.

Dejo al hombre atrás adentrándome en aquel carruaje, Jorge me da una mirada cómplice antes de emprender el camino, observo por la ventana como el ojiazul nos sigue con la mirada, atento a cada uno de nuestros movimientos, su cabeza llena de suposiciones con planes que ha trazado desde el instante que me vio. Salvatore era un hombre muy inteligente y astuto, pero sobretodo peligroso, tanto para los demás como para él, aquello sería una jugada que utilizaría a mi favor. A fin de cuentas era un Masaveu.

Mi desliz no significado nada y ahora con la mente clara ejecutaría mu venganza, empezando ahora por los dictadores indolentes que permitieron la muerte de mi padre. El pueblo se cierne sobre nosotros y junto a Jorge nos escondemos tras uno de los callejones desolados en medio de este pueblo en construcción, cada vez es uno nuevo, nunca repetimos callejones, no podemos dejar pistas ni patrones que nos inculpen. Jorge esconde el carruaje con una larga tela negra que he traído y a mi espalda se apresura por seguirme el paso. Traigo una capa del mismo color del vestido, la hice ayer, me rehusó a utilizar de nuevo la que me regalo Salvatore. Cubro mi cabeza con la capota y después de colocarme un antifaz que deja libre mis labios y otras pocas facciones de mi cara, ni siquiera un allegado a mí podría reconocerme.

Nos infiltramos por la sombra de las frías calles del pueblo de Santa Fe, uno detrás del otro, cuidando nuestra identidad e integridad. Vislumbro a lo lejos una de las chicherias más grandes del pueblo, la del amigo de Amadeo, esta cerrada y esto me indica que en su interior hay una reunión. Me apresuro a llegar cubriendo mi rostro y al hacerlo toco la puerta más pequeña, la que conecta a la casa y no al local. Espero por segundos que se me hacen eternos, empiezo a darme por vencida ante la falta de respuesta, me giro resignada par abandonar el lugar pero escucho la manija de la puerta ceder y me doy vuelta.

LASCIVIA. (Pecados Infernales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora