CAPÍTULO 50

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Héctor

El sol golpea mi rostro, despertándome de inmediato, hago una mueca tan pronto abro lo ojos y los rayos de este me obligan a apartar el rostro. Me estiro somnoliento y observo las personas a mi alrededor, a pocos metros están Ana, Laila y mi hermana, más allá Jorge y su familia y en el otro extremo se encuentran Salvatore y Victoria, quienes  duermen plácidamente uno al lado del otro, los observo y me es inevitable no sonreír, por sus poros se desborda todo el cariño y deseo que se tienen.

Miro un poco más de cerca, aquella posición aterrorizaria a muchas personas, pues indebido que una mujer blanca duerma con un hombre antes de casarse y más públicamente, sin embargo, a Victoria no parece importarle, ella va en contra de todo lineamiento que la oprima o sentencie, es ella y ya. Admiraba mucho esa parte de ella, lo resistente, rebelde y valiente, no cualquiera haría lo que ella si, y esto es una muestra de eso.

Continúo observado a los demás y aún duermen, muchos con sus familias y parejas, sonrió con melancolía, esto me hace sentir tan solo... Desearía que alguien me quisiera, que viera más allá en mí.

Ayer cuando veníamos por el bosque hallamos un pequeño río y decido ir allá para bañarme antes de que los demás lo ocupen, tomó mi ropa y emprendo camino hacia allá. Paso los árboles y sigo el camino que memorice hasta que el sonido del agua corriendo aparece y decido seguirlo, el río aparece rápidamente frente a mis ojos y sin pensarlo me desvisto rápidamente y salto hundiéndome hasta las piedra y permitiendo que la corriente se lleve cualquier rastro de suciedad y sangre.

Me permito disfrutar del agua mientras froto mi piel y relajo mis músculos. Voy saliendo del agua cuando una voz femenina me detiene.

—Dios mio, padre y señor nuestro. —esa voz familiar me hace girarme de inmediato encontrándome así con la señora Isabel.

La pena me carcome y de inmediato cubro mis genitales con mis manos, la vergüenza aumenta cuando mis ojos van a las otras tres mujeres que la acompañan. Paso saliva tan pronto veo a Antonia, esta me mira pícara enarcando una ceja.

—Señora Isabel, ¿que hace aquí? —preguntó asustado.

Esta gira su rostro y cubre su visión para no verme, el gesto le causa gracia a Antonia, y deseo que el agua me lleve y escupa en el magdalena.

Entro en alerta mientras la señora que nunca he visto me mira como si tratara de reconocerme, es raro pero tiene un parecido a Victoria y a Ivette. Todas visten prendas costosas y finas, parecen venir solas. Delia lleva un maletín de cuero fino que brilla más bajo los rayos del sol.

—Miguel nos mandó a traer, dijo que estaríamos más seguras con ustedes, justo ahora solo quiero saber donde esta mi hijo. —explica y tiene lógica cuando escucho los cascos de los caballos a lo lejos.

—¿Quienes las tragieron son una fuente confiable? —cuestiono antes de revelar el paradero de los demás.

—Claro que sí, Hec —habla Delia con un sonrisa en el rostro—. Pero por favor, cúbrete o a mi madre le dará algo.

La del parecido con las hermanas ríe junto a Antonia y juro que se me encienden las mejillas ante todas estas mujeres pero en especial cuando la última me mira, repasando mi cuerpo, siento la necesidad de cubrirme de los pies hasta el cuello.

—¿Hec? —pregunta Antonia burlona.

—Sí, así le decimos en casa. —explica Delia con una sonrisa amable.

Las mujeres me miran y me hundo más en el agua, hasta que esra llega a mí ombligo.

—Están por allá, al final del sendero, en el campo de trigo. —señaló el lugar desviando su atención de mí.

LASCIVIA. (Pecados Infernales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora