15 de septiembre

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—Deberíamos tener, como mínimo, una copia del libro —niega Sofía con la cabeza, vehemente. —¿De qué sirve montar toda esta obra de teatro si la gente no puede ver la obra de Shakespeare?

Chiara ladea la cabeza, dubitativa.

—¿Sabes cuántas páginas tiene? —Cuestiona, con los ojos muy abiertos. —Porque no es una historieta corta.

—Nunca escuchas mis ideas —repone, irónica.

Gira sobre sí misma, dramática y, sin contemplaciones, aporrea los botones de la fotocopiadora, que se resiste a escupir los folletos. Levanta la tapa, exasperada y, de nuevo, recoloca el documento oficial. Chilla de nuevo la máquina.

—Falta papel —musita su amiga, a sus espaldas.

Rebusca entre los cajones, los armarios un paquete de folios reciclados, concreto para el aparato. Deja escapar un eureka poco disimulado que apacigua la frustración de su amiga y, con unas tijeras, desgarra el plástico. Coloca las hojas en el compartimento específico para estas y, con el pie, cierra el cajón. Ambas cruzan una mirada hastiada.

—No sé qué puedes aportar a la exposición, Sofía —reitera, seria. —Te recuerdo que no te has leído Romeo y Julieta.

—Es absurdo que me apartes del trabajo creativo porque no me haya leído una de las novelas más famosas del mundo —desentona su tono de voz a propósito, para molestarla. —¿Quieres que te recuerde quién ha redactado la información de la página web o elaborado las guías?

—Oh, por favor, otra vez estás con el puto título en la boca —contraataca la amiga. —Tienes un grave caso de titulitis.

Da un puñetazo al botón de la fotocopiadora quien, con un gemido, comienza a escupir los folletos.

—No, no es titulitis, es el hecho de que me quieres apartar de todo bajo la excusa de que tú sí te has leído la obra —la acusa.

Clava su dedo índice repetidas veces en la solapa de su camisa de Chiara, que ruge en voz baja. Reprime el impulso de darle un merecido manotazo a su amiga.

—Tiene delito trabajar en la Casa de Julieta y no conocer la historia —reprocha.

—¡Es imposible no conocer la historia, por Dios!

—¿Ah, sí? —La pincha. —Hazme un resumen si es que tanto sabes sin haber abierto el libro, listilla.

Sofía cesa el conjunto de suplicas, demandas o acusaciones que, a borbotones, emergen de su boca, incontroladas. Abre la boca, incrédula y, después, aprieta la mandíbula, rígida e inflexible. Un destello de ira, de rabia envenenada engulle el color suave color miel de sus iris. Las pupilas abarcan su ojos en plenitud. Chiara no retrocede, aunque admite, para su fuero interno, sentirse intimidada. Orgullosa como ella sola, levanta una ceja, la cuestiona.

—Chicas, por favor —solicita el guardia de seguridad, tenso. —No merece la pena que discutáis.

Recibe un par de miradas acusatorias, graves que lo obligan a dar un par de pasos hacia atrás, hasta chocar con el marco, pero no aparta la mano de su porra. Está dispuesto a inmiscuirse en la pelea, en caso de que llegaran a las manos.

Romeo y Julieta es una obra de teatro escrita por el dramaturgo inglés William Shakespeare, ambientada en Verona, que cuenta la historia de los Capuleto y los Montesco, dos familias enfrentadas —comienza, muy despacio. —La historia emplea de forma sublime, casi magistral la comedia con la tragedia y gira entorno a un amor prohibido entre los dos protagonistas. Como sus familias se oponen a que se casen y vivan juntos, prefieren la muerte antes que una vida vacía, gris separadas la una del otro, ¿qué más hay que saber? ¿Quieres que me ponga a hacer un análisis literario de la estructura, el lenguaje y el contexto de Shakespeare, Chiara? Porque no he leído la novela, pero sí que la he estudiado.

—La verdad es que se la sabe —interviene el guardia, ante el gesto molesto, de incomodidad que exhibe la interpelada.

—Oh, Romeo, ¡cállate! —Ordena. —Esto es una pelea de amigas.

—Cuando tengas un rato, si quieres, puedo mandarte mi trabajo final de Literatura Inglesa, en la que analicé la obra.

—¿Cómo eres capaz de analizar un libro que no te has leído? —Insiste, incapaz de admitir su derrota.

—Querría haberle echado un vistazo —reconoce Sofía, con el ceño fruncido. —Pero tuve que hacer el trabajo a contrarreloj, así que me serví de cosas sueltas que había visto, leído o me habían contado. Saqué muy buena nota. La profesora jamás sospechó de que no había abierto un puñetero ejemplar, ¡quiero que escuches mi idea!

—¡Está bien, está bien! —Retrocede, inquieta.

Con las manos firmes, sudadas, recoge los folletos que ha terminado de imprimir la fotocopiadora, hace rato y, en la mesa contigua, los apila. Los dobla sobre sí mismos, con más fuerza de la necesaria. Rápida, Sofía se adjudica parte del montón.

—Prometo que me leeré la novela esta vez —susurra, en voz baja. —Pero creo que sería una buena inversión exhibir pasajes, aunque estén fotocopiados, de las partes más importantes de la obra en su idioma original, el inglés moderno, por toda la Casa. ¿No crees que eso le daría un aspecto más culto?

—¿Cuánta de toda la gente que nos visita a diario crees que va a entender el inglés moderno, Sofía? —Cuestiona, sin saber muy bien cómo recibir la nueva idea.

—Es que no tienen por qué entender el pasaje original, burrita —admite, juguetona.

Regresan a su dinámica habitual, distendida y muy poco formal.

Chiara amontona los folletos en una cesta de mimbre para acercarlos a la entrada y, de nuevo, ordena a la fotocopiadora que imprima. Dedica una mirada atenta, de soslayo a su amiga.

—¿Ah, no?

—Podríamos hacer un trabajo en equipo —propone. —Yo buscaré el manuscrito original por tierra, mar y aire, mientras que tú ilustras las escenas que seleccionemos. Luego, podemos hacer tus «dibujos» prints para llevar, ¿qué te parece?

—Horas extras.

—Más salario —contraataca. —¿Es que no quieres terminar de pagar tu coche?

—Si sirviera, me arrancaría la piel a tiras y la vendería por eBay con tal de dejar de tener deudas —se queja. —Todo lo que cobro, se me va en seguida entre la casa, las hijas, los gastos... ser adulta es horrible.

—Lo peor de todo: tener que trabajar para ganar dinero —pone los ojos en blanco. —Qué sistema más absurdo, ¡ogh!

—Voy a hablar con la encargada, a ver si nos da luz verde —comenta.

—Trato hecho.

Y chocan las palmas.

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