Capítulo 5

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Jayden

Los chicos querían hacerle algo así como una fiesta de bienvenida, cosa a la que por mucho que hubiese querido negarme, no hice. Me parecía una pésima idea, teniendo en cuenta que acababa de salir del hospital. Pero merecía distraerse, estar con nuestros amigos y disfrutar de los días que nos quedaban allí, aunque ellos aún no lo supiesen. Las chicas pidieron permiso a su madre para organizarla en su jardín, y esta no lo dudó ni un segundo. A mí me pidieron que la recogiera del hospital y me la llevara por ahí mientras ellos terminaban de montarlo todo. Y ahí estaba. En mi coche, junto a ella, de camino al lugar que más feliz la hacía. El muelle de Santa Mónica. Llegamos, la ayudé a bajar y le tendí una muleta que le iba a servir de apoyo por si se cansaba o perdía el equilibrio. Casi me la tiró a la cabeza. La rehabilitación había funcionado perfectamente y aparentaba como si no hubiese salido de un coma, pero todavía le faltaba reforzar las piernas y no forzar de más. Hicimos tiempo para comer, charlando, escuchando el sonido del mar e imaginando las conversaciones que tenían las personas que había a nuestro alrededor. Pedimos los mismos menús que en nuestra primera "cita", bueno, ella había dejado bien claro aquel día que no lo había sido, no obstante, me gustaba hacerla rabiar. Nos sentamos en el mismo banco.

-Ten, tu cartera. -Repetí las mismas palabras que aquella vez.

-En el coche hemos llegado a un acuerdo ¿Por qué te cuesta tanto ceñirte a las cosas?

-No es que me cueste, es que no me gusta recibir órdenes. -Me burlé-. Además, no te he traído para que pagues.

-No me vengas a decir que... -Sabía perfectamente lo que iba a decir y la interrumpí. Quería volver a decir aquella frasecita.

-Quiero que tengas una buena impresión de nuestra primera cita. -Solté encantado y puso los ojos en blanco como respuesta-. Ahora deberías decir ¿Cita? Esto no es una cita.

-Es que no es una cita. Yo solo tengo citas con mi novio.

-¿Así que tu novio? ¿Y se puede saber quien es el afortunado?

-Un capullo que tengo frente a mí. Lo sé, no me merece. -Se burla ella.

-¿Capullo? No me parece justo que llames así al hombre más interesante, atractivo y maravilloso, del mundo.

-Te ha faltado decir creído. El hombre más creído del mundo.

-Niégame que no te vuelve loca -la reté. Niega-. ¿Estas segura? -Se llevó la hamburguesa a la boca como si no estuviese hablando con ella y se la arrebaté como escarmiento.

-¿Pero que te pasa? -preguntó conteniendo la risa.

-Me pasa que si no me das la razón, no tienes derecho a comer esta delicia. -Respondí señalando la comida.

-Muy bien, me compraré otra. -Se encaminó hacia el puesto ambulante.

-De eso ni hablar. ¿De verdad prefieres eso a darme la razón? -Se me encaró.

-Señor Fisher, jamás, óigame bien, jamás, le voy a dar la razón. -Soltó muy digna pinchándome con un dedo, mi pecho.

-Sé que algún día lo harás. -Con su mirada me dio a entender que por mucho que lo intentara, no lo conseguiría, y en el fondo lo sabía. No había chica más orgullosa y segura, que ella.

Finalmente se comió la hamburguesa, la mía, porque la cogió a modo de venganza por haberle arrebatado la suya. Subimos a la noria, me la comí a besos, nos tomamos una foto. Echaba de menos esos momentos junto a ella. Eran increíbles. A dos cabinas de bajar, mi móvil comenzó a emitir sonido. Supuse que era la llamada de aviso para ir hacia su casa y lo aparté de su vista para que no viera quien llamaba. No fue la persona que esperaba...

Quiero BesarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora