Cuando el fracaso se hace presente

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Aquel sentimiento de victoria y de esperanza se acababa de ir por la borda en cuestión de segundos. Un arma metálica parecida a un gancho, había tomado a Yun por el cuello y lo había traído estrepitosamente de regreso a la tierra. Las ramas habían amortiguado un poco la caída, pero el golpe que se había dado en la cabeza le nubló la vista de inmediato.

Yun solo se dio cuenta de que, frente a él había tres sombras que no pudo reconocer. Antes de quedar inconsciente por completo, él podía escuchar una voz grave que decía cosas ininteligibles y una voz aguda gritando algo más, pero hasta allí llegó su conocimiento. Lo último que pudo pensar de manera consciente fue en su querida madre.

¿Acaso había fracasado? ¿Sería posible que su conciencia no volviera a tiempo? ¿Despertará hasta el anochecer y habrá perdido la oportunidad de salvarla? Ni siquiera pudo sentirse dolido por aquello. No pudo sentir nada en absoluto, solo la presencia de la oscuridad y el ápice de todas sus dudas acumuladas.

(...)

El emperador yacía destrozado al pie de la cama en la que An había estado luchando entre la vida y la muerte. Los espasmos la dejaron con muy pocas fuerzas para seguir moviéndose. A él poco o nada le importaba que sus hijos estuvieran al frente de una batalla sin sentido o con un inicio ambiguo. Solo sabía que sin ella su vida no tenía ningún sentido y que estaba a punto de perderla.

—Su real majestad, necesita descansar —dijo uno de los sirvientes—. Venga conmigo a su alcoba, es mejor que ya no se torture más.

Heng se zafó del agarre de manera abrupta y la mirada que le dio al sirviente le dijo todo: no quería que lo apartaran del lado de ella, no cuando parecía estar dando sus últimos respiros de vida. Sin decir palabra, el joven comprendió que él no dejaría la habitación y se retiró para seguir con sus labores asistenciales hacia la emperatriz.

Luego de eso, cuando Heng pensó que al fin podía regodearse en su zozobra en soledad, uno de los guardias del palacio se hizo presente. Su aliento sonaba agitado, pero eso no hizo que el emperador siquiera volteara a verlo.

—Su alteza... —dijo y tomó aire para proseguir—. Es su hijo Shun, está gravemente herido. Al parecer fue con una espada, pero aún están viendo las causas.

Por un momento los ojos de Heng se abrieron como platos y pudo despabilar de su estado provocado por la agonía de An. Se levantó del suelo y de prisa se sacudió su traje para esbozar palabra luego de horas de silencio.

—¿Dónde está mi hijo? —inquirió fingiendo seriedad.

—Lo tenemos justo al lado mi señor. Está siendo atendido, pero al parecer pierde sangre a borbollones —respondió el guardia.

Heng no dijo más y se dirigió hacia la sala contigua a la que él estaba. Lo primero que identificó fue un fuerte quejido de dolor y aquello le había estrujado el corazón.

—Hijo mío... pero, ¿qué te han hecho? —inquirió con angustia.

—Padre... he fallado en la batalla. Son numerosos y no tienen piedad —dijo entre lágrimas y jadeos.

—¿Acaso las cosas están tan mal allí afuera? No entiendo a qué se debe esta emboscada —esbozó Heng mientras veía cómo el torniquete de la pierna de Shun no funcionaba del todo. La sangre salía como quería de aquella herida.

—No pudimos arreglar las cosas con diplomacia —La respiración de Shun era pausada—. Tampoco supimos de dónde venían esos hombres, pero allá afuera las cosas pintan demasiado mal, padre. Jin se quedó al mando, pero él solo no podrá con eso, estoy seguro.

—Jin... —musitó al recordar al rebelde de sus hijos y se levantó de golpe para dirigirse a los curanderos y sirvientes—. Miren ese sangrado... ¡Atiéndanlo de inmediato, hagan que pare, por un demonio! ¡Y abran esa cortina, quiero ver el panorama! —exclamó Heng de manera irracional y desesperada.

Cuando las cortinas se abrieron de par en par, Heng al fin pudo contemplar el caos y sentir lo que nunca había podido vivir en su reino: una guerra sangrienta. El último atardecer para traer la pluma amenazaba con llegar y aquel color carmesí parecía haberlo traído con anticipación.

(...)

Cuando despertó, Yun podía sentir el mareo que le produjo el haberse desmayado. La cabeza le dolía y de a pocos su vista comenzaba a funcionar nuevamente. Lo primero que pudo notar fueron unos barrotes de bambú justo rodeándolo y de inmediato pensó lo peor.

El frío le calaba los huesos y no pudo evitar que su cuerpo reaccionara con un leve temblor de mandíbula y extremidades, el cual logró apaciguar a medida que iba recobrando el sentido de la conciencia.

Seguido de aquello, su mirada se fijó en el lugar en donde estaba atrapado y el corazón le dio un vuelco enorme. Estaba en la cima del monte, justo enfrente de aquel tan anhelado monumento del Fenghuang. Era tan injusto que estuviera tan cerca y tan lejos a la vez. Un sentimiento de impotencia, tristeza y enojo, llenaron el corazón de Yun. No podía creer lo que estaba pasando.

Intentó moverse, pero no pudo, algo se lo impidió. Al reaccionar se dio cuenta que estaba atado a aquella jaula de bambú, tanto de sus tobillos como de sus dos muñecas; lo único que podía hacer era ver y quizá hablar. El corazón se le aceleró al sentirse atrapado y sin opciones.

Cuando volteó a ver allí, casi a su lado yacía otra jaula y dentro de ella estaba Siu, atada de la misma manera que él y al no más verlo ella le dedicó una mirada de miedo y angustia, pero... ¿Quién había sido tan sádico como para atreverse a hacer tal cosa? Y lo más importante: ¿Por qué a ellos?

—Siu... —musitó con sorpresa y debilidad al mismo tiempo, mientras intentaba moverse hacia ella por inercia, pero sin éxito alguno.

—Yun, gracias a Buda, al fin despiertas —dijo la chica entre lágrimas y desesperación.

—Siu, no desesperes, por favor. No hay tiempo para que hablemos mucho, pero solo sé que todo se va a arreglar. Saldremos de aquí a toda costa. Creo que... debí escucharte cuando me dijiste que podrías guiarme  —aseguró Yun, mientras comenzaba a forcejear una vez más para liberarse.

—Escúchame, Yun, necesito advertirte sobre los enemigos que nos rodean, escúchame por favor ¿Recuerdas cuando mi padre te dijo que las apariencias engañaban? Bueno pues... —Siu tomó aire para poder soltar todo lo que sabía y de manera resumida—. Los seres que nos han atacado desde la entrada de Yumai... no son humanos. Son unos monstruos parecidos a serpientes. Los he visto —dijo Siu y su voz sonaba temerosa.

—¿Qué? ¿Es por eso que, cuando les lanzabas tus flechas se convertían en escamas, como una muda de piel? —inquirió Yun horrorizado y eufórico, mientras trataba de asimilar todo lo que la arquera le estaba diciendo.

—Sí, y esas cosas se llevaron a mis padres, me niego a creer que están muertos ... No sé nada de ellos ahora —respondió Siu con la voz entrecortada, pero aquella conversación no pudo seguir su cauce, dado que una presencia les erizó la piel al no más comenzar a acercarse.

De pronto, entre las sombras de los árboles una figura alta y corpulenta apareció ante él; se trataba ni más ni menos que de Gao, aquel que les había dado referencias sobre cómo llegar al monumento. Su semblante de odio e ira le provocó a Yun un terrible escalofrío. Ahora sí que estaba perdido y sin indicios de que el Fenghuang apareciera por ninguna parte.

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Continuará

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¡Ahora sí que todo está empeorando! ¿Cómo podrán salir de esta? Espéralo en el próximo capítulo :3

¡Gracias por leer!

La guerrera del Príncipe DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora