Acorralados y sin opciones

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La luz del farol en el carruaje no ayudaba mucho la vista de Yun para tener la identificación total de aquellos hombres, que comenzaron a acercarse con pasos pesados y presurosos. Él trató de guardar la calma, ya que el semblante del conductor al lado de él parecía sereno y ajeno a cualquier conflicto interno; lo denotaba su frente, boca y ojos relajados.

—Buena noche, venimos en una búsqueda muy larga, porque el príncipe Yun de la dinastía Qing está desaparecido —comentó uno de los hombres, que tomaba un farol para tener una mejor vista de ellos.

—Traemos una orden por parte del Emperador Heng Qing para revisar todo lugar que consideremos con tal de llevarlo de vuelta a Ciudad Prohibida, incluyendo casas, vehículos de todo tipo y lugares de propiedad privada —el otro hombre desenrolló el pergamino para evidenciar que, realmente era cierto lo que decían.

«No puedo creerlo... —pensó Yun mientras mordía su labio inferior—. En verdad son los ninjas de mi padre, me reconocerán de inmediato en cuanto me vean más de cerca. Esto debería alegrarme, pero... Hay algo en sus miradas que no puedo descifrar ¿Será correcto que vayamos con ellos si tengo esta sensación?».

Tras pensar aquello, Yun volteó hacia donde estaba Siu, quien no había despertado. Luego volteó a ver al conductor, que se había quedado sorprendido con el hecho de toparse a esos hombres.

—Pues... verán, señores —habló el conductor.

—Aquí no hay ningún príncipe —dijo Yun agravando su voz para que no lo reconocieran y de alguna manera agradecía tener una mascarilla y el traje hanfu azul igual que el conductor.

—No nos convence, debemos hacer una revisión minuciosa —espetó uno de los hombres para colocarse enfrente del carruaje y el otro se dispuso a revisar la parte trasera del carruaje.

—Alteza —susurró el conductor— ¿Qué hace? ¿No debería irse con ellos, o es que acaso son farsantes? Porque tienen el sello real. De verdad, estoy confundido.

—Sí son hombres del palacio —respondió Yun—. Pero no deseo que ellos nos escolten.

El conductor vaya que frunció el ceño y se quedó inmerso en sus pensamientos, a lo mejor preguntándose el porqué de la negación del príncipe Yun, pero sin poder refutarle nada, ya que no era cualquier persona para discutir o cuestionar más de la cuenta.

Mientras tanto, el hombre había revisado la armadura carmín en el compartimiento trasero. Con la mano llamó a su compañero para que viera. Ambos comentaban lo bizarro de la armadura y también el hecho de que estuvieran manchadas de tierra y posibles manchas de sangre seca.

—Mira esto, Kun —comentó el que alumbraba la armadura.

—Esto está raro —respondió el otro y le quitó el farol a su compañero para alumbrar más adelante y allí observaron a la chica inconsciente.

El conductor parecía estar temblando de manera sutil. Ya no se veía sereno y seguro. No pudo resistir más aquella situación y se atrevió a hablar entre susurros.

—Alteza... ¿qué debería hacer? —sus manos se aferraban a las riendas y los caballos comenzaron a inquietarse en sus lugares.

—Usted espere... —respondió el príncipe, elevando la mano para apaciguar las ansias del conductor.

Yun veía los movimientos de los hombres; como se voltearon a ver para luego asentir entre ellos y sonreír de una manera que él consideró maquiavélica.

«Maldición... Conozco ese tipo de miradas y sonrisas», Yun se sobresaltó en cuanto los ojos de aquellos hombres comenzaron a brillar. El miedo se hizo presente una vez más. Su respiración se aceleró y el sentimiento de acorralamiento llenó todo su ser.

—Necesito que vaya atrás, ahora —susurró Yun, mientras tomaba al asustado conductor por la camisa y prácticamente lo lanzó hacia el asiento de atrás, provocando que este se estrellara en el suelo y que, debido al movimiento, Siu cayera sobre él.

Yun no lo dudó más y tiró de las riendas con un movimiento fuerte, tanto así que los caballos salieron corriendo y tiraron con fuerza del carruaje ante unos atónitos hombres del palacio, que enfurecieron y subieron al carruaje enviado por su padre para empezar a perseguirlos bajo el manto oscuro de la noche.

—Pero, ¿qué está haciendo, alteza? —inquirió el conductor, intentando devolver a Siu a su lugar, pero el movimiento brusco del carruaje se lo dejaba muy difícil.

—Intentar huir por el bien suyo, mío y de la mujer que va inconsciente. No tengo tiempo para explicarle todo, pero le sugiero que se agarre bien —contestó agitado por la adrenalina que recorría todo su ser, tan solo de pensar que aquellos eran esos seres cambiantes, que aparentemente tomaban la forma de personas comunes y corrientes.

Los caballos corrían alebrestados y pareciera que lo hacían también por la presencia que emanaban aquellos hombres quizá poseídos. El carruaje se tambaleaba de una manera fuerte, hacia un lado y hacia otro, y tanto Yun como el señor conductor y Siu se movían por inercia de la misma manera brusca, tanto así que él agarró a la chica para intentar evitar que no cayera al suelo y se lastimara más de lo que ya estaba.

Yun de cuando en cuando volteaba a ver hacia atrás, y por un momento suspiró de alivio, ya que los caballos del carruaje habían hecho un buen trabajo; eran bastante rápidos. Jaló de las riendas y con la respiración agitada volteó a ver si el conductor y Siu estaban bien, luego sacó la cabeza para ver el camino trasero y notó que los habían perdido.

El príncipe no quiso correr riesgo alguno y sin titubear bajó del carruaje para dirigirse hacia el compartimiento trasero; necesitaba colocarse la armadura y tener su espada a la mano. El conductor temblaba de miedo y seguía sosteniendo a Siu, sin realizar ninguna pregunta, pero por supuesto había miles de ellas que deseaba averiguar. Todo se sentía peligroso en extremo.

Mientras tanto, Yun se terminó de colocar la armadura, envainó la espada que aún tenía suciedad y sangre salpicada, para ver a sus alrededores. Pronto una luz lo sacó de su tranquilidad; eran ellos y ya no iban en el carruaje, sino convertidos en las bestias que en realidad eran: dragones azabaches con hambre devorador.

Cuando el menor de los Qing volteó a ver hacia el otro lado, el pánico se hizo presente. Un dragón más venía hacia ellos. En definitiva, estaban acorralados y debía pensar algo para salir de aquel embrollo. Yun no dudó en desenvainar la espada y posicionarse para atacar, sus ojos se incendiaron como el fuego y el viento comenzó a emerger de sus poros.

«Ya veremos quién saldrá vivo de esta».

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Continuará

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¡Aquí con un nuevo capítulo!
Los enemigos siguen apareciendo ¿Podrán llegar a Ciudad Prohibida? Descúbrelo en el siguiente episodio.
¡Gracias por leer!

La guerrera del Príncipe DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora