—Ciudadanos del pueblo chino, en estos momentos están ante su nuevo Emperador así que todos en este mismo instante deberán rendir honores ante mí e inclinar sus frentes cada vez que estén en mi presencia, de no ser así la muerte será su castigo. No toleraré a gente rebelde.
Las personas que aún rodeaban el albergue estaban anonadadas accionar y no deseaban inclinar sus cabezas ante él una gran mayoría tuvo miedo y de inmediato hicieron reverencia desde su lugar otros huyeron despavoridos del lugar. A pesar de eso, Dí mantuvo su postura y dejó ir a los que quisiesen.
—Necesitamos encontrar a Shun, hermano, creo que solo así podremos vencer este mal que nos ataca —dijo Jin, con la respiración profunda y afligida.
Yun volteó a verlo con seriedad.
—Estoy de acuerdo contigo, Jin, pero siento que no debo irme todavía ese hombre trama algo con las cenizas de Siu. Aún creo que podemos detenerlo.
Jin suspiró y negó con su cabeza. Por una parte comprendía a su hermano realmente se veía que la amaba con el alma a esa chica, pero por otra no comprendía Por qué no podría querer correr detrás de su hermano como él, sin duda era algo muy difícil para Yun y él comprendió perfectamente.
Por otro lado, Jin volteó a ver a la gente atemorizada, sus miradas de pánico y ver como algunos tomaban lo que podían y huían despavoridos, también veía como muchos otros, como se inclinaban con resignación; todo eso le hizo replantearse las cosas. Su querida ciudad no merecía perecer así.
Pronto, la voz de Yun sacó a Jin de su momento reflexivo:
—Te propongo algo hermano, busquemos la forma de derrotar a este monstruo y luego podremos ir a encontrarnos con nuestro hermano Shun ¿Qué dices?
Jin, aun decidiendo qué era lo mejor, titubeó un poco mientras temblaba sutilmente de impotencia, pero se resignó y asintió porque sabía que su hermano menor tenía la razón no podían dejar que ese se apropiara de esa manera de toda China. Su hermano Shun debía estar refugiado en alguna parte, él estaría bien, o eso quería pensar.
—Bien... Me has convencido hermano, yo tampoco estoy dispuesto a ver perecer a mi ciudad —dijo Jin, mientras desenvainaba una vez más su espada—. Esto lo hacemos por el pueblo y por nuestro hermano también.
—Así se habla Jin, ese tipo no nos podrá derrotar si unimos fuerzas respondió Yun con convicción.
《Cuánto has madurado, hermano —pensó Jin, con una débil sonrisa orgullosa—. En verdad, tienes un corazón valiente, has encontrado el centro que mueve tu ser. Espero que lo hayas notado》.
Ambos hermanos asintieron mientras se veían con determinación y sincronizando sus movimientos se colocaron en posición de ataque. Sus espadas relucían con la poca luz del ocaso que se filtraba de entre las nubes y con un grito al unísono corrieron y se lanzaron hacia el campo de fuerza de Dí, quién con el colgante de Siu aún en su mano, observó hacia arriba a los dos intrépidos jóvenes y soltó una carcajada más mientras negaba con ironía.
—Es inútil muchachos idiotas, nada de lo que hagan va a traer las cosas a la normalidad otra vez.
—¡Ya lo veremos! —lo retó Yun.
—¿Cuánto apostamos, alimaña? —inquirió Jin.
Dí intentó ignorarlos dándoles la espalda, pero el grito del esfuerzo que estaba haciendo ese par lo desconcentró de tal manera que los volteó a ver con una mirada de odio y desdén. Pronto su semblante pasó a ser diferente. Por primera vez en todo ese tiempo se alarmó y sus ojos lo reflejaron por una fracción de segundo.
Como suspendidos en el aire, Yun y Jin empleaban toda su fuerza con sus respectivas espadas para acabar con aquel campo de fuerza maquiavélico y por fortuna, estaba surtiendo efecto.
—Solo un poco más —dijo Yun entre dientes utilizando todo su esfuerzo.
—Debemos resistir, ya falta poco —agregó Jin, ejerciendo más presión contra aquella fuerza invisible.
El sonido de algo vidrioso resquebrajándose se sentía como casi una victoria para los dos hermanos. Pero en cuanto estuvieron a punto de romper el campo de fuerza, una luz cegadora brotó de entre las cenizas de Siu, que les lastimó los ojos a los dos y los hizo caer de golpe al duro suelo, haciéndoles sentir derrotados y a la vez confundidos.
—¡Al fin! Mi amada está aquí, mi futura Emperatriz ha terminado de renacer ¡Dichosos mis ojos que la verán de nuevo, después de todo un siglo! —gritó Dí a los cuatro vientos, emocionado por lo que iba a acontecer.
Los dragones oscuros ovacionaron con las cabezas dirigidas al cielo mientras lanzaban rugidos estridentes, meneando sus colas sus palabras. Había emoción en el ambiente, una que Yun no podía compartir.
Los ojos de Yun se agrandaron al ver aquella silueta femenina tan familiar para él, su amada Wu Siu había vuelto de la muerte y estaba de pie encarando a Dí, con una mirada indescifrable y un aura reluciente, dorada, que emanaba de su cuerpo.
Pero lo que sin duda era más extraordinario era su atuendo. Ya sus trajes no eran un simple qipao de aldeana o de la armada, no... Aquel elegante traje era de la mismísima realeza, acompañado de brazaletes de oro y el pendiente de jade brillando con luz propia colgado de su cuello. La joven parecía toda una imponente Emperatriz.
No tuvo tiempo para razonar más. En lo que duraba una fracción de segundo, Siu lo había buscado con la mirada, lo miró con intensidad. Sus ojos brillaban de un verde esmeralda intenso que pareció traspasar su alma, pero Yun no apartó la mirada, al contrario, algo lo hizo mantener la suya fija y atenta a ella.
《Despierta...》, fue la palabra que escuchó en su mente.
En ese instante algo cambió para Yun. El tiempo pareció detenerse tras haber escuchado esa simple palabra. Su cuerpo tenía la sensación de que estaba a punto de ebullición, comenzó a temblar levemente y su vista se nubló.
《¡Pero, si... eres tú! —dijo Yun en su mente, con una sonrisa amplia e indicios de lágrimas en sus ojos. Al fin había recordado quien era él y quién era ella—. Un siglo ha pasado exactamente, mi amor eterno》.
Siu sonrió hacia él, pero con la misma, su semblante cambió a uno de desprecio en cuanto encaró a Dí. Siu apretó los labios y respiró fuerte, mientras el hombre le extendía sus brazos, como si ansiara que ella corriera hacia él.
—Shang Dí —espetó Siu, con convicción y firmeza mientras apuntaba hacia él—. Tú y yo tenemos que hablar muy seriamente.
Aquellas palabras, dirigidas hacia aquel déspota y de la manera en que Siu las había pronunciado, provocaron en Yun, un escalofrío.
Ella se veía imponente, y a pesar de que ahora ya sabía de qué se trataba todo lo que había acontecido desde la enfermedad de su madre, en ese instante, Qing Yun estaba temiendo lo peor.
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Continuará...
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La guerrera del Príncipe Dragón
RomanceLa desgracia ha llegado a Ciudad Prohibida. Una maldición se apodera de la vida de An, la esposa del Emperador y amada Emperatriz del reino. El tiempo es muy limitado, pero aún hay esperanza. Un sabio de dudosa procedencia, dijo que la única salvaci...