El alba llegó más rápido de lo que Ciudad Prohibida se podía imaginar y dentro del palacio las cosas iban de manera muy ajetreada desde antes que comenzara a asomarse el sol. Ese día sería en parte tranquilo si tan solo el príncipe Yun se hubiese levantado animado, como casi siempre solía hacerlo.
Desde la hora del ritual de agradecimiento por el nuevo día, pasando por el desayuno y la hora de lectura obligatoria –misma que Yun y Jin aprovechaban para planear un contraataque en caso de apariciones draconianas imprevistas–, pero el príncipe menor no hacía ni por tomar uno de los miles de ejemplares literarios que albergaba la Biblioteca Real.
El príncipe Shun y el emperador se encontraban demasiado ocupados organizando el festival, así que solo los dos príncipes se quedaron a leer. Jin pensó que podía ser el momento propicio para hablar de la misión que sabían, se acercaba más para vengar la tragedia hacia Ciudad Prohibida.
Jin leía mientras movía los pies y de reojo observaba los movimientos opacos y errantes de su hermano. Jin había descubierto que los dragones eran cambiaformas, pero no pudo decir una sola palabra de ese descubrimiento a su hermano.
Arqueó la ceja y se limitó a callar sobre lo que presenciaba, pero las ganas de sacar a Yun de ese trance y traerlo de vuelta al mundo de los vivos, lo consumía tanto que no lo dejaba concentrarse en la lectura.
Pronto el momento del entrenamiento había llegado y a torsos descubiertos, Yun y Jin habían comenzado a calentar para iniciar de una vez por todas el combate de espadas que tanto solían esperar, porque podían usar sus espadas especiales y eso siempre lo agradecían; eran las armas que habían logrado vencer a los dragones, por ende necesitaban volverse diestros utilizándolas.
Jin desenvainó su espada y sin dudarlo se volteó para atacar a Yun, quien detuvo el golpe y ambos se quedaron haciendo fuerzas para ver quién caía primero. Ambos tatuajes se encendieron sin ellos darse cuenta. La fuerza de ambos los hizo moverse hacia atrás y Jin esbozó una sonrisa socarrona.
—Que... ¿eso es todo lo que tienes, Yun? ¿Qué te pasa el día de hoy? —inquirió Jin para intentar animar a su hermano, pero este frunció el ceño y se volteó para mostrar su marcada espalda, aunque esa no fuera la intención— ¿Ya te desinflaste tan rápido? Y creía que tenías más potencial, pero me equivoqué.
Yun se volteó hacia su hermano y con la espada entre sus dos manos, acompañado de un grito se abalanzó hacia Jin, quien no dudó en darle rienda a la danza de espadas que prosiguió después de sus irónicos comentarios.
Así permanecieron unos minutos, batallando cuerpo a cuerpo, sudando, gruñendo y lanzando gritos por la fuerza con la que esgrimían las espadas.
Mientras sus ojos se encendían en ese combate, la mirada de Yun se distorsionó y ya no veía a su hermano, sino al comandante Qiao; le sonreía con burla y un desprecio que pronto causó reacciones en el príncipe menor.
Pronto los espadazos eran más fuertes, constantes y con más rabia que otra cosa. Jin sintió el cambio de inmediato y comenzó a temer por su vida; Yun estaba atacando a muerte.
—Hermano... detente —decía Jin casi en una súplica, porque Yun no pensaba parar. Él seguía viendo la imagen del comandante de la armada de su padre y su ira se volvió incontenible.
—¿Te crees mejor que los demás? ¡Yo te voy a enseñar que es un combate de verdad! —exclamaba Yun con la rabia ardiendo en sus entrañas y logró someter a su hermano.
—¡Detente, carajo! —Prácticamente Jin quedó debajo de él y con su propia espada, la cual había bajado al nivel de su garganta y comenzaba a ahorcarlo.
Pronto el Yun encolerizado suavizó su mirada al darse cuenta de que casi estaba matando a su hermano. De golpe retiró su cuerpo de donde Jin se encontraba y con el remordimiento arremolinándose en su pecho, tiró la espada para correr en su auxilio.
Jin se había volteado para apoyarse en sus dos manos e intentar jalar oxígeno a sus pulmones. Por suerte no había sido una lesión grave, pero sin duda ese movimiento violento de Yun lo había dejado casi fuera de combate.
—Hermano, dime que te encuentras bien, di algo por favor —insistió Yun—. Lo siento, me excedí un poco.
Jin se quedó unos segundos tomando aire y volteó hacia su hermano con cara de pocos amigos.
—Maldita sea, Yun ¿Qué fue eso? Es decir... Es cierto que necesitamos hacernos fuertes a como de lugar, pero no recordaba que hubiéramos acordado luchar a muerte —reclamó mientras se sentaba y Yun hizo lo mismo.
—Claro que no era ese el plan, Jin... Yo, no sé que me pasó —Yun se llevó las manos a las sienes, el arrepentimiento de sus acciones pesaba más que cualquier rencor o ira contenidos.
—¿No sabes? —cuestionó Jin con ironía—. Para mí que sí lo sabes y pretendes hacerte el tonto. Hoy sí que has estado muy raro, hermano ¿Ya me vas a decir qué demonios te pasa? Hoy es un día festivo, deberíamos estar relajados.
Jin codeó a Yun, las gotas de sudor caían una a una en el concreto del ring de entrenamiento y se unificaban para crear pequeños cúmulos de líquido salado, producto de ese combate tan intenso.
El príncipe menor se desató el cabello, porque ya en sí lo tenía más suelto que atado. Con ansiedad comenzó a peinarse mientras se preparaba para contestarle a su hermano.
—Jin... ¿Alguna vez has sentido que odias a alguien, pero no tienes argumentos de peso para eso, simplemente sucede? —preguntó mientras desviaba la mirada con vergüenza.
El príncipe mediano quedó un tanto descolocado con aquella pregunta. Se llevó una mano al mentón, tratando de decodificar el extraño y poco directo lenguaje de Yun ¡Él siempre había sido así de complicado para expresarse!Excepto cuando eran pequeños. No sabía si ese cambio radical se debía al carácter de su padre, las quejas constantes de Shun hacia el pequeño Yun, o a ambas... Realmente le costaba deducir aquello.
—Hermano, mejor contéstame algo ¿De quién se trata? ¡Ya, sin rodeos por Buda, que me exaspera la incertidumbre! —Jin terminó dándole un buen golpe en el hombro para que fuera claro de una buena vez.
—No deseo hablar de eso abiertamente —dijo esquivando la mirada.
—No me digas que estás odiando a la arquera, porque eso sí que no te lo creo, es más... Ya me dejaste más que claro que sientes algo más —Jin lo codeó con una sonrisa pícara.
—Talvez mi vida sería más fácil si la odiara —afirmó Yun ante un atónito príncipe mediano.
—Creo que nunca voy a poder entenderte si sigues así —Jin negó con la cabeza y se levantó—. Eres un caso, hermano. Resuelve tus conflictos o gente inocente va a pagar los platos rotos... Piénsalo, Yun, esto no es un juego.
El príncipe mediano se dirigió hacia los trinchantes, donde tomó su camisa y Yun se debatía si decirle que estaba odiando al comandante Qiao, pero más su sentimiento hacia Siu.
—Espera, Jin... Te diré qué pasa —dijo al final de tantas y Jin rodó los ojos mientras levantaba las manos en señal de agradecimiento irónico.
Aquella revelación no pudo llevarse a cabo, porque Heng se asomó en el instante en que Yun iba a abrir la boca para decirle su sentir a Jin; el príncipe menor bufó de frustración y mejor se dirigió a traer su camisa de su traje hanfu, para evitar el contacto visual con su padre; él menos que nadie debía saber sus estados de ánimo.
—Hijos míos, necesitamos que se alisten. El festival está por comenzar y ustedes deben estar en primera fila. Y como ya saben, hoy se anuncia el compromiso de Shun, los necesito frescos y dispuestos a recibir a las visitas como se debe.
Heng no dijo más y se retiró en compañía de sus consejeros.
—Apresurémonos, Yun —bufó Jin entre dientes, intentando sonreír ante la idea de sonreír ante la gente sintiéndose tan magullado como una fruta madura caída de lo alto de la copa del árbol.
Yun asintió mientras se sentía peor al saber que ahí estarían Siu y el comandante Qiao; debería tragarse una vez más su amargura y aceptar su realidad, después de todo, las cosas no podrían ponerse peor en su opinión.
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Continuará...
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La guerrera del Príncipe Dragón
RomanceLa desgracia ha llegado a Ciudad Prohibida. Una maldición se apodera de la vida de An, la esposa del Emperador y amada Emperatriz del reino. El tiempo es muy limitado, pero aún hay esperanza. Un sabio de dudosa procedencia, dijo que la única salvaci...