Unos momentos antes de que se llevara a cabo la reunión real...
La joven observó como el príncipe se retiraba a ver lo que su padre, el Emperador, necesitaba tratar con urgencia. Los latidos de su corazón habían incrementado niveles altísimos por dos situaciones:
La primera se debía al momento en el que Yun le había tomado la mano para entregarle su pendiente. Él en definitiva no tenía idea de lo que provocaba en ella con su cercanía y no podía creer lo atento que se estaba comportando con ella luego de su desventura allá en las lejanas montañas de Yumai.
La segunda quizá era mucho más obvia que la anterior, porque en definitiva, estar en la presencia del mismísimo Emperador Heng, era más aterradora de lo que podía imaginar. La vibra que ese hombre emanaba le causaba escalofríos con tan solo recordar, además que, si su intuición no le fallaba, él no la había visto con buenos ojos, debía ser porque ella, ante ese gran palacio lleno de riquezas se sentía tan insignificante, que era natural en ella no sentir que encajara en lo más mínimo.
Una sensación cosquilleante llenó su pecho al sentirse que no era bienvenida, tanto así que sintió unas incontenibles ganas de salir corriendo de allí e ir a los brazos de sus padres. Aunque, por el contrario, otra parte de su ser le decía que estaba en el lugar correcto y que debía actuar en pro de recuperar lo que aquellos dragones oscuros se habían llevado, además...
La imágen de Yun acercándose lentamente a centímetros de su rostro en aquel momento de adversidad, la invadió y sintió arder sus mejillas. Nunca había sentido algo tan fuerte por algún hombre, a pesar que en la aldea y ciudad vecina, sobraban pretendientes que intentaban cortejarla, pero ninguno había calado tanto como él ¿Por qué tenía que ser un príncipe? Si fueran de un mismo estatus social, quizá se sentiría con la libertad de expresar eso que sentía arder en el centro de su pecho.
Siu sacudió la cabeza con sutileza, se sentía una tonta al estar pensando en el príncipe de esa manera. La única relación que podía unirlos era la de la lucha por la paz, no habría cabida para dar rienda a caprichos tontos que solo se transformaban en vagas ilusiones. De pronto un gruñido proveniente de su estómago la sacó de todas las demás sensaciones que pudiese estar sintiendo.
«Ya basta de pensar en tonterías, mejor iré adentro y esperaré a... el príncipe Yun, ya después me encargaré de lidiar con todo lo que me angustia».
Con aquel sentimiento de sentirse ajena a ese lujoso palacio, tan adornado y espléndido, tal y como le habían contado sus vecinos de la aldea, Siu respiró profundo y comenzó a encaminarse hacia la sala de enfermería. Subió las gradas y atravesó la sala principal a paso rápido. No podía negar que los nervios la seguía consumiendo. Faltaba otro tramo de gradas para llegar al área de la que había estado recuperándose hacía unos días.
La joven siguió caminando mientras observaba a lo lejos un retrato con una hermosa mujer de tez blanca y ropas rojas; al mirarla, no pudo evitar sentir un deja vú, era como si ya la hubiese visto en alguna otra parte, pero por el momento el nerviosismo no la dejaba pensar con claridad.
Siguió su camino por ese largo corredor del segundo nivel, la sensación refrescante del palacio era indescriptible y los ornamentos dibujados en el techo eran toda una obra de arte. En ellas había miles de dibujos de emperadores pasados y allí estaba retratado el dibujo del Fenghuang, justo al lado se encontraba un dragón.
A la joven le pareció curioso que ambos estuvieran dibujados muy juntos, pero ya no pudo seguir con sus cavilaciones, porque sus pasos ya habían llegado a la entrada del cuarto Real de enfermería. Entró sigilosamente, como si no quisiera despertar al joven que yacía convaleciente y que estaba siendo vigilado por un par de enfermeros jóvenes que de inmediato la volteó a ver.
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La guerrera del Príncipe Dragón
RomanceLa desgracia ha llegado a Ciudad Prohibida. Una maldición se apodera de la vida de An, la esposa del Emperador y amada Emperatriz del reino. El tiempo es muy limitado, pero aún hay esperanza. Un sabio de dudosa procedencia, dijo que la única salvaci...