Analizando sentimientos

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En sueños, lo único que podía escuchar era algarabía de voces que no podía alcanzar a reconocer. Por momentos sentía su pecho arder, como si estuviese dando todo de sí para mantenerse con vida; luego la calma se hacía presente. A pesar de permanecer en ese limbo de oscuridad, alguien estaba en su mente como si se hubiera adueñado de ella casi por completo.

—Siu... —repetía con insistencia al no saber qué había sido de ella ¿Su padre le habría permitido curarse en el palacio? ¿La habría enviado a otro sitio del cual el no tuviera idea alguna?

Tantas dudas se agolpaban etereas en su mente, una tras de otra y la desesperación lo consumía en aquellos pocos momentos que tenía de lucidez ¿Cuándo acabaría ese suplicio? Intentaba moverse, pero era una lucha prácticamente inútil. Esa situación lo obligaba a esperar paciente a que se le antojara acabarse por su cuenta.

De entre las sombras, una vez más se le presentó el rostro pacífico de su madre, que le sonreía con dulzura. Pronto sintió unas manos acunando su rostro; eran las tersas manos de ella, que lo sostenía en su regazo. Por un momento se sintió como un niño frágil y solo deseaba quedarse con ella así, para siempre.

Aquel momento, como era de esperarse no fue eterno, ella se había ido como por arte de magia y las penumbras eran las que le acompañaban, si es que a esa sensación de zozobra y desasociego se le podría llamar "compañía".

—Madre, no te vayas —suplicó en un hilo de voz, pero ya hacía tiempo que ella había dejado de escucharlo. Tan solo venía a él cuando le apetecía,

Al fin de tanta lucha contra aquella inmovilidad e incertidumbre, pudo mover su mano. La levantó como si estuviera saliendo de un pozo sin fondo en el cual se había pasado ahogando durante tiempo inefinido.

Al no más abrir sus ojos solo pudo sentir como la luz, que se filtraba por entre las cortinas, le acariciaba el rostro, como dandole la bienvenida. En un inicio la estructura de la gran habitación, con sus colores cremas, dorados y rojos, no le parecía reconocible.

«¿Dónde estoy?», se dijo Yun mientras con lentitud volteaba a ver a un lado.

Allí, casi al lado de él, en otra cómoda cama, se encontraba postrado su hermano, ¿y cómo no reconocer su rostro?, si prácticamente habían crecido juntos, razón por lo que, la extrema palidez en su rostro y las vendas en su cabeza no le impidieron saber que se trataba de él. Una sonrisa se dibujó en el rostro del príncipe al notar que su hermano seguía respirando.

—Shun... —susurró, pero no obtuvo respuesta de su hermano que parecía librar una batalla entre la vida y la muerte—. Pero... ¿Qué te pasó, hermano? —cuestionó más a él que a su mismo hermano, porque de él era lógico que no obtendría una respuesta, no en ese deplorable estado.

Yun intentó estirar el brazo para tocar a su hermano, pero estaba demasiado separado, así que bufó y con el ceño fruncido desistió, para volver a su postura inicial. Como sus ojos no podían estar quietos, rápidamente volteó al otro lado y su corazón saltó con una emoción que no podía explicarse.

Allí estaba Siu, tan golpeada como su hermano, le dolía todo lo que la joven había pasado desde que se conocieron, ella merecía estar tranquila haciendo su vida en el lugar que la vio nacer y al lado de sus padres. Sin duda, el hecho de que ella padeciera por haberlo seguido a la montaña, era algo que quizá nunca podría superar en la vida, y de lo cual sentía una tremenda culpabilidad devorarle las entrañas.

Cuando escrutó su rostro sereno y su vista se paseó por todas las hermosas facciones que pudiera apreciar de su tez, su mente lo llevó hacia aquel momento en el que ambos habían aportado igualdad de energías para darle fin a aquella criatura con su espada.

Ambos juntos, codo a codo frente a aquella adversidad que acechaba sus vidas y al cantar victoria, todavía podía sentir como ambos cayeron al suelo, rodeados por esa nube de polvo que parecía cubrirlos, mas no ahogarlos. Sus miradas habían conectado como si se trataran de los polos opuestos y simplemente él no podía y no quería apartar su mirada.

Por primera vez desde que la conoció la estaba viendo directamente a los ojos y era algo que había disfrutado; sus brillantes ojos tenían ese poder para no querer dejar de contemplarlos, como si se trataran de dos lagunas en las cuales él deseaba permanecer por tiempo indefinido.

Pero Yun estaba seguro que eso solo había sido el inicio, porque cuando sus pupilas dilatadas se dirigieron hacia sus prominentes y exquisitos labios, que parecían dos pétalos de rosa, un poco maltratados por su estado de salud, pero eso no impidió que el deseo de acortar la distancia lo venciera y por primera vez él se dejara llevar por sus impulsos, para saciar aquel sentimiento que lo llamaba y al que en su mayoría de veces quería ignorar.

«Si no hubiese habido interrupciones yo... nosotros... ¿nos hubiéramos... besado?».

Yun despabiló mientras volteaba a ver hacia otro lado, ya que, al quedarse viéndola por tanto tiempo, aquellos deseos habían resurgido de su pecho y deseaba acercarse a ella para llenarla de caricias e intentar despertarla con ese primer beso que anhelaba tanto y seguía allí, al parecer no era momentáneo ese sentimiento.

Lo que más lo tenía intrigado era saber si ella también se había sentido así, o solo actuó por mero impulso y obediencia al saber que era un príncipe.

«Me siento tan ridículo pensando estas cosas que nunca había sentido, ni cuando mi padre intentó convencernos de ir a cortejar damiselas en la celebración del Dragón —se dijo Yun mientras intentaba calmar los latidos de su corazón—. Ella y yo... No creo que sea posible ni correcto esto que siento. Lo único que debe prevalecer es el sentimiento de gratitud y de amistad, como mi hermano Jin y su amiga del pueblo, de la que tanto habla».

Yun salió abruptamente de sus cavilaciones, porque a tiempo un grupo de personas abrió la puerta con un crujido indiscreto y entró a la habitación. Quien entró primero había sido su querido padre, secundado por su hermano Jin. Los ojos de Yun se expandieron con una emoción indescriptible. Sentía que habían pasado años desde que no veía a su familia.

—Este día tiene que ser el definitivo —puntualizó Heng sin voltear a ver hacia las camas, ensimismado en sus discursos como de costumbre—. Es necesario ver la manera en que aceleremos las recuperaciones, no sé... Alguna solución tiene que haber, esta desesperación me está matando.

Mientras su padre demandaba cosas que no parecían ser posibles ni lógicas —a los ojos del príncipe Jin, vaya que él estaba volviéndose loco desde el fallecimiento de An—, Jin hacía una mueca de desaprobación, pero con la misma volteó a ver a los alrededores y un movimiento atrajo su atención, ¡su hermano estaba despierto!

—¡Yun! —corrió Jin en dirección de la cama donde su hermano se encontraba y Heng no pudo seguir hablando más, porque al escuchar aquello se olvidó de todo y salió al encuentro de su hijo más pequeño.

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Continuará

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Hola, aquí con otro episodio de esta novela. Después de tanto tiempo Yun puede ver a su familia, eso traerá cosas buenas y otras no tanto ¡Gracias por leer!

La guerrera del Príncipe DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora