Otra agónica madrugada se presentaba en el palacio de Ciudad Prohibida; una más con insomnio y desesperación. Los curanderos hacían todo lo que estaba a su alcance para reanimar al príncipe Shun, quien luego de despertar tuvo una fuerte crisis que le impedía respirar y sus signos vitales estaban demasiado débiles como para guardar reposo. Era una lucha constante entre la vida y la muerte.
El príncipe Jin y el Emperador Heng esperaban con ansiedad y miedo el veredicto que dictara el médico jefe sobre si habían posibilidades para que sobreviviera o debían atenerse a lo peor. Padre e hijo estaban sentados en silencio, y Jin tenía unas ganas terribles de fumar un cigarrillo para calmarse, pero sabía que no debía hacerlo por respeto a su progenitor.
Jin suspiró hondo, con la cabeza hecha un lío y ocultando que aún sentía los achaques de la batalla contra aquel dragón enfurecido. Aún no se atrevía a hablar con su padre de ese tema, pero sabía que los plebeyos le habían contado algo, así que al parecer él tampoco deseaba hablar del asunto de aquellas bestias que atacaron directamente a la realeza.
Era más que evidente que, el tema principal se trataba de Shun. Primero la muerte de su madre, luego la desaparición de Yun y ahora todo apuntaba que habían altas posibilidades de perder a Shun, el príncipe heredero. El caos no quería dejarlos en paz en ningún momento.
—Padre... —Se atrevió a hablar Jin con la mirada puesta en la pared que tenían enfrente.
—¿Sí? —Heng no parecía querer entablar conversación, pero eso ya era costumbre desde hacía semanas.
—¿Y qué hay si Shun no lo logra? —tragó grueso luego de decirlo, porque sabía lo complicado que se había vuelto el tema de la comunicación.
Heng cerró los ojos y suspiró, intentando calmar sus nervios ya alterados de manera crónica.
—No quiero pensar en que eso siquiera pueda suceder, me niego a perder a mi primogénito —el Emperador se levantó ofuscado con la pregunta de su hijo Jin.
—Pero, padre... Debemos estar preparados para lo peor, o si la cadena de caos no nos dejará en paz —respondió Jin con un nudo en la garganta.
—¿Y qué crees tú que ocurrirá si Shun muere? ¿Acaso quieres escuchar que tú serás el nuevo príncipe heredero? —cuestionó con frustración mientras seguía de espaldas a Jin.
—Pues... todo lo contrario, padre. Me da conflicto la sola idea de pensar en ser el futuro emperador de China, es algo que... —suspiró antes de proseguir—. No quisiera que ocurriera.
Heng volteó a ver a Jin con una mueca de desaprobación.
—Entonces realmente no te he educado bien, hijo ¿En qué he fallado para que seas tan rebelde? No entiendo, si a los tres los he tratado de la misma manera —respondió con la voz entrecortada.
—Pero... padre, comprende. Nunca me imaginé algo así en mi vida. Tú mismo nos asignaste un rol diferente desde niños y... tenía una idea diferente sobre mi futuro —Jin tragó grueso, no sabía cómo exponer sus ideas frente a su padre sin ofenderlo en el proceso.
—Así como les asigné un rol diferente, como tú dices, esperaba que aprendieran los unos de los otros y además. Shun ha estado instruyéndose para eso expresamente pero... Por visto tú haces un excelente trabajo como Emperador, me lo demostraste estos días. Solo necesitas un poco más de inducción y podrías hacerlo de manera eficiente, si es que Shun llegara a faltar —contestó Heng para sentarse de nuevo al lado de Jin.
El príncipe se quedó analizando cada palabra que su padre había dicho y una mueca de disgusto se dibujó en su boca.
—O sea que...¿Estás diciendo que, yo sería solo un suplente nada más? —Aquella idea le dolía al joven príncipe—. Esa sería mi única misión en la vida... ser un reemplazo para el príncipe heredero, no porque realmente me merezca ese lugar.
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La guerrera del Príncipe Dragón
RomansaLa desgracia ha llegado a Ciudad Prohibida. Una maldición se apodera de la vida de An, la esposa del Emperador y amada Emperatriz del reino. El tiempo es muy limitado, pero aún hay esperanza. Un sabio de dudosa procedencia, dijo que la única salvaci...