Siu había hecho todo lo posible por liberarse de aquel sueño de tortura para su alma. Ella sabía perfectamente que algo no andaba bien con Gao, y posiblemente Mei también era sospechosa de algo descomunal que terminaría afectando la inocente vida de Yun y la de ella.
Cuando al fin Siu pudo mover su cuerpo, el entorno había cambiado, de caótico a tranquilo. La cercanía que había sentido por parte de Gao, había sido algo totalmente diferente de lo que vio en su aterrador sueño.
El joven le había puesto un paño con agua fresca en la frente y al parecer había limpiado su rostro y sus brazos de la sangre que había quedado impregnada en su cuerpo. Aquella sensación de debilidad había desaparecido de su cuerpo y eso era una señal de que ella había descansado su cuerpo de tanta tensión, peleas y sufrimiento.
«Talvez solo sea producto de mi imaginación, por lo que pasé con mis padres. No debería acreditar malos pensamientos a los que no han demostrado ser malos. Siu, deberías prejuzgar».
Su mente la llevó hacia sus padres. Lo más probable era que jamás sabría qué había pasado con ellos ¿Acaso ya no los vería más? ¿Los había perdido para siempre?
Esa sola idea, acompañada de la sensación de haber matado a sus padres comenzaron a invadir su pecho y un calor subió a su rostro. Las lágrimas brotaron como dos ríos y el sollozo se hizo presente en su garganta, lo cual hizo voltear a Gao, quien paciente esperaba a que ella recobraba el conocimiento.
—Al fin despiertas —dijo sonriente y animado—. Creí que no ibas a volver en sí. Por un momento pensé que habías muerto.
—Quizá algo parecido —esbozó Siu una sonrisa, mientras se tocaba la cabeza, ya que le dolía horrores.
—Toma un poco de agua —ofreció Gao a la chica, pero ella negó con la cabeza. Él opacó su sonrisa y dejó su cantimplora a un lado.
Siu intentó levantarse rápido, pero al tiempo su vista se ennegreció y se sintió mareada, tanto así que tuvo que reclinarse en el suelo por unos segundos.
—Oye... ¿estás bien? —inquirió Gao mientras la ayudaba a levantarse.
—S-sí, descuida, no pasa nada —respondió ella mientras intentaba dar algunos pasos.
—¿A dónde vas tan deprisa? —interrogó Gao con preocupación—. No puedes adentrarte en ese estado, ¿qué no ves que hay monstruos en el bosque? Andar por aquí es muy peligroso.
—Agradezco tu ayuda, pero debo irme. Necesito decirle a él... —comentó Siu—. Decirle lo de mis sueños.
—Chica, creo que estás delirando y necesitas descansar —sugirió Gao, pero ella no planeaba escucharlo.
Siu siguió caminando, mientras Gao la seguía. Al parecer la chica tendría a alguien quien se preocupara por ella durante todo ese trayecto, aunque la presencia de él no la hacía sentir segura de ninguna manera.
(...)
Yun se había quedado enrarecido, algo le decía que debía ver con más cautela las acciones de aquel grandulón. Por otra parte, la prisa por llegar a un monumento del Fenghuang del que ni siquiera sabía a ciencia cierta si era la respuesta ante la necesidad que todos tenían con su madre An. La desesperación se asomaba por todos lados y Yun no sabía cómo deshacerse de ese sentimiento de zozobra y desaliento.
Mei comenzaba a caminar con paso lento y estaba esa otra parte de Yun, la cual se arrepentía un poco al ofrecerse a ayudar a alguien a quien no conocía del todo. Ahora él ni siquiera sabía si los hijos de ella estarían dentro de aquel espeso bosque. Ella tampoco tenía idea de nada y él solo sentía cómo el tiempo se le iba de las manos como si de agua se tratase, colándosele entre los dedos y perdiendo aquello tan valioso para él en esos momentos.
Ese era el último lapso que le quedaba de tiempo. El tercer ocaso amenazaba a cada segundo con acercarse más sin tener un ápice de piedad, el tiempo no conocía de eso, ni de la consideración que pudiera tener él ni nadie. Solo quedaba rezarle al Fenghuang para que apareciera lo más rápido posible.
Ante esa horda de pensamientos caóticos, Yun comenzó a acelerar el paso, dejando a Mei un poco atrás. La prisa le carcomía el alma y la tranquilidad parecía inexistente, a tal punto de dudar de su existencia; él ya no conocía esa sensación. Si por su tardanza perdía a su madre, juraba no volver a sentirla en lo que le restara de vida.
—Joven Yun... espere, que no puedo alcanzarlo ¡Joven Yun! —Mei jadeaba y cada vez le costaba más acercarse a Yun para caminar a su lado. Tuvo que esforzarse sobremanera y aun así le costaba demasiado llevar el ritmo de sus ligeros pasos.
Yun por primera vez perdió el sentido de la cordialidad. Su objetivo se salía de sus capacidades y eso él no lo iba a permitir. Algo en su corazón explotó y direccionó su mirada hacia arriba, para buscar algo en lo qué treparse. Pronto divisó un árbol que parecía tocar el cielo con su altura; aquel sería el impulso que necesitaba.
«Ya estoy harto de caminar en círculos. Fenghuang, te voy a encontrar, aunque me cueste la vida en las alturas de este árbol. No te vas a escapar de mí».
—Joven Yun, está demasiado alto, se va a caer ¡Escúcheme por favor! —suplicaba la viuda Mei, pero Yun no estaba prestando la mínima atención a lo que ella le decía.
Sin siquiera pensarlo mucho, Yun había comenzado a trepar al árbol y la voz de Mei ya no lograba ser captada por sus oídos. Era como si se hubiera liberado de una carga muy grande y solo resaltara lo que en verdad importaba; a su parecer aquello podría sonar un tanto descorazonado, pero su ser le gritaba que siguiera subiendo aquel árbol frondoso.
El joven príncipe no sabía por qué o cómo, pero parecía como si el árbol estuviese acercando sus ramas para que él saltara con tanta propiedad en él. Eso le trajo recuerdos de su infancia, cuando todo parecía más fácil aún y aquel cálido resplandor lo llamaba desde la copa de aquel viejo árbol del palacio.
Con tan solo cinco años, Yun había sentido ese confort que le permitió subir dicho árbol, como si este le brindara un apoyo extra para facilitarle las cosas. Aún no estaba seguro si así había sido, el tiempo podía tergiversar los recuerdos, pero ese en especial siempre lo tenía presente como algo tan vívido, que hasta podía sentir el regaño del laoshi y su insistencia para que bajara del árbol.
Yun recuerda haberse frustrado, ahora podía escuchar el llamado, pero no era el laoshi; se trataba de Mei, que exclamaba cosas ininteligibles. Ella aún estaba allí, esperando a ser ayudada, pero él debía sincerarse consigo mismo: no tenía tiempo de ayudar a nadie más que a su madre.
Con facilidad, Yun logró llegar a la copa del árbol y pudo sentir la gélida caricia del viento, como si le diera la bienvenida hacia las alturas. Por primera vez pudo sentir que podía observar todo el entorno y así poderse guiar más.
De pronto sus ojos divisaron a la distancia el famoso monumento del que tanto hablaban. Su corazón sintió un poco de alivio y hasta una posible emoción. Estaba seguro de que por fin podría encontrar la pluma de esa ave legendaria de una vez por todas.
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Continuará
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¡Aquí con otro capítulo de esta novela oriental!
Definitivamente la desesperación ha llegado al príncipe Yun ¿Podrá traerle buenos resultados para salvar a su madre? ¡Lo verás en el próximo capítulo!
¡Gracias por leer!
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La guerrera del Príncipe Dragón
RomanceLa desgracia ha llegado a Ciudad Prohibida. Una maldición se apodera de la vida de An, la esposa del Emperador y amada Emperatriz del reino. El tiempo es muy limitado, pero aún hay esperanza. Un sabio de dudosa procedencia, dijo que la única salvaci...