Las prometidas de los hermanos Qing 2

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La reunión en la Sala real del emperador, había sido todo un fracaso, tanto que a Heng casi le da un ataque cuando Jin y Yun habían salido de un portazo y sin haber firmado el contrato de compromiso para un futuro matrimonio. Todos en la sala habían quedado en un silencio sepulcral.

Las familias Wang y Chan no podían ocultar en sus semblantes la sensación de rechazo tras haber escuchado de boca de los mismos príncipes su descontento con la abrupta llegada de ellos sin avisarles previamente y que, por lo mismo no deseaban firmar ningún convenio de compromiso.

—Yo no vine aquí por gusto, con todo respeto su majestad —dijo Wang Gou, el padre de su hija Wang Nian, que tenía los ojos llenos de lágrimas por el desplante que había hecho el príncipe Yun.

En cuanto a la señorita Chan Anong, se veía bastante serena, mas su padre denotaba la ira que se estaba formando en la chica por lo que había ocurrido. Toda esa encrucijada desde la madrugada que habían hecho, prácticamente había sido en vano si los príncipes Qing no colaboraban con la aceptación del trato de compromiso.

Heng se levantó de su asiento y plantó ambas manos en la mesa, provocando que algunos papeles volaran y se cayeran de su lugar.

—Pero claro que no se cancelará esto, no hicieron ustedes un viaje tan largo en vano. Lo que yo digo aquí es ley, así que con mi firma basta para que estos compromisos sean reales y legales. Ya después haré entrar en razón a mis hijos —puntualizó Heng y esas palabras parecieron como música para los oídos de los respectivos gobernadores de sitios tan lejanos de China.

—Bien, su alteza, entonces usted nos dirá qué es lo que procede, porque lo que es nuestra hija, está muy ofendida con lo que acaba de pasar —se lamentó el gobernador, padre de Nian.

—Claro, y yo comprendo, porque hasta a mí me han ofendido con su rebeldía. Pero deben saber, una vez más, que aquí se dice lo que yo ordeno —contestó Heng mientras juntaba los dedos de ambas manos—. Es más, el día de hoy les ofrezco la hospitalidad de Ciudad Prohibida. Siéntanse como en su casa y ahora mismo firmaremos esos documentos.

Las familias se pusieron de pie sin decir algo más. Pronto las jóvenes se acercaron a la mesa y de inmediato firmaron el documento de compromiso, seguidos por el sello del emperador en señal de aprobación. Y aunque los dos príncipes estuvieran ajenos a tal ceremonia, todos en la sala brindaron por aquel pacto cerrado en ese instante.

Luego de aquel brindis, las familias Chan y Wang se dispusieron a descansar en las estancias de huéspedes importantes. Los padres de las jóvenes platicaban de lo más ameno posible, mientras que la servidumbre los atendía como reyes.

En cuanto a las dos jóvenes prometidas, aún no se sentían en confianza para comenzar a hablar. Nian había firmado su compromiso con el príncipe Yun y desde que lo vió algo en su vientre y pecho se había revolucionado, al punto de sentir el calor invadir sus mejillas. Era evidente que le había gustado desde que divisó su figura gallarda y bien parecida, entrar por aquella puerta; estaba dispuesta a conquistarlo con los encantos que sabía que poseía.

Para Anong las cosas habían resultado de manera distinta, porque, a pesar de que reconocía que los príncipes eran bien parecidos, el que menos le había gustado era el príncipe Jin, no porque no fuera atractivo, sino que sus ademanes y comportamientos habían sido toscos como si no fuera de la realeza; eso sin hablar de su forma de vestir, había llegado en una facha tremenda.

El príncipe Jin sin duda era todo lo contrario al príncipe Yun, quien se había portado educado y refinado, sin dejar por un lado lo bien vestido que estaba; aunque aquella buena imagen se había desvanecido en el momento de la firma del compromiso, cuando ambos comenzaron a llevarle la contraria al emperador ¿Qué le había pasado? No tenía idea, poco o nada conocía a los príncipes.

Justamente la ruleta del infortunio había girado a favor del príncipe mediano y no tenía opción, ya que ese convenio no era por afinidad ni mucho menos, así que suspiró con desánimos porque tendría que conformarse con lo que la vida le ofreciera.

El emperador había ido de inmediato a buscar a sus dos rebeldes hijos para que presentaran una disculpa a los invitados por aquel desaire de muy mal gusto. Entre discusiones y cantaletas al final ambos príncipes supieron que ya todo estaba hecho aunque presentaran sus descontentos hacia su padre.

—¿Por qué nos hiciste eso, padre? —se lamentó Jin con el ceño fruncido—. Además, se nota a leguas que con esa mujer no podría salir ni a la esquina ¡Se ve que es un hígado andando! Ni siquiera me dio la mano cuando se la ofrecí, como si hubiera visto un indigente o algo así... Es una maleducada con ropas finas.

—Pues tú tienes la culpa, Jin ¿Cuántas veces te debo decir que andes con tus ropas decentes? Pero tú no haces caso, ahí está el resultado —respondió Heng.

—Yo no tengo nada que decir de la señorita que me ha tocado, pero es que simplemente esperaba ser yo quien escogiera a mi prometida, como me lo habías dicho, padre. Esto nos tomó por sorpresa y estoy supremamente molesto —espetó Yun, dolido porque él pensaba retardar lo más que pudiera ese acontecimiento que le costaría su relación con Siu.

—Hijo, las cosas surgen y hay que actuar por deber y más cuando nuestro pueblo está en peligro con esos enemigos surgidos de la nada —trató Heng de hacerlos entrar en razón.

—Al menos tú tuviste la oportunidad de elegir a nuestra madre y de que ella fuera la indicada para ti, pero nosotros... Ahora no tenemos elección —Yun continuó sus quejas.

—Ya lo hecho hecho está. Mi situación con su madre fue distinta, no pueden comparar lo que nos toca vivir a cada quien. Ahora les pido que pongan en alto a la familia Qing y salgan a convivir con sus nuevas novias —demandó Heng

Jin se cruzó de brazos y escupió por la ventana, mientras Yun negaba con la cabeza y se rascaba la frente.

—Pues si de aquí a la entrada del palacio me encuentro con esa mujer, la saludo —espetó Jin y salió de la biblioteca, donde ambos príncipes se habían ido a resguardar.

—¿Y tú también piensas portarte como él? —cuestionó a Yun.

—Padre, al menos déjame un momento a solas para asimilarlo, luego iré a atender a tu gente... Lo prometo —dijo Yun y con una reverencia corta se retiró hacia los jardines que tanto amaba su madre.

«Ella... se alejará de mí después de esto», pensaba con el corazón dolido mientras se sobaba las sienes para apaciguar la migraña que quería surgir.

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Continuará...

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La guerrera del Príncipe DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora