En el proceso, Siu había reconocido a muchas de las personas a quienes estaban salvando, y se dio cuenta que por eso la aldea estaba vacía, cuando lo que ella había pensado era que habían abandonado aquel lugar; que emigraron a otra parte.
¡Era increíble! Nunca se hubiera imaginado que existieran vidas dentro de aquellas protuberancias de escamas, ni en sus más alocados sueños eso podía ser posible, pero eso era lo que estaba aconteciendo y se sentía maravillosamente el hecho de ayudarles.
La joven estaba exhausta, su frente estaba perlada de sudor y sentía como si fuera ella la que estuviera corriendo desde el monte Yumai hasta la que fue su casa. Era evidente que la energía de Siu se drenaba un poco con cada persona que liberaba, así que tenía que tomar un descanso de al menos diez minutos, eso atrasaba un poco la faena.
Mientras Siu se encargaba de traer de vuelta a aquellas diez personas, Yun las llevaba hasta la casa de ella en la aldea. En cuanto menos lo esperaba, ya estaba colocándolos encima de sábanas para que entraran en calor.
Yun meditó en lo eficiente de su velocidad, recordó que, desde hacía algún tiempo, podía correr a su antojo, como quería. Cayó en la cuenta de que, muchas veces las personas se olvidan de sus increíbles capacidades y se subestiman, pues ese era su caso en esos momentos.
—Oh, por los dioses... Señor y señora Zhao, no puedo creer que esto haya sucedido —Se lamentó Siu y así lo hacía cuando se encontraba con uno que otro conocido, hasta que al fin ella logró liberar a todas esas personas que lo necesitaban, incluyendo a quienes no eran de la aldea y que evidentemente llevarían en el carruaje rústico hacia sus hogares.
Las personas estaban casi congeladas, pero no era para menos, estaban en la cima de la montaña Yumai, la altitud hacía estragos cuando de clima frío se trataba ya casi se acercaba el ocaso, era increíble que hubieran pasado.
—Listo, vengo por los últimos —dijo Yun con la respiración entrecortada, mientras que tomaba entre sus brazos a cuatro personas al mismo tiempo.
Siu se quedó sentada, admirando la increíble fuerza que él poseía ¿Habría incrementado con el pasar de las horas? Ella presentía que sí, después de todo, ese suceso con el pendiente no solo la había afectado a ella, sino que a él también. Además, también podía ver lo exhausto que estaba, ambos lo estaban y tenían que descansar o morirían en medio de otro ataque draconiano.
Luego de unos minutos de recuperación, Siu volteó a ver aquel sagrado monumento con el que había vivido tanto y se había descubierto a ella misma. Sonrió e hizo una reverencia de gratitud. En cuanto se enderezó pudo sentir que algo la llamaba a reformar ese lugar, para que más personas pudieran transitar el monte sin problemas para visitar dicho homenaje de sus antepasados a esa ave legendaria.
«Si vivo lo suficiente, prometo que lo haré», se dijo aquello, aún sabiendo que ese deseo podría no cumplirse.
Pero estaba convencida que con soñar no perdía nada, así que, mientras se daba vuelta para caminar de regreso se regodeó en las ganas de traer aquellos tiempos en los que las personas subían hasta ese lugar, agradecían la protección del Fenghuang y convivían en familia, degustando platillos caseros; en definitiva, era una tradición muy linda que valdría la pena traer de vuelta.
Ya casi llegaba a donde estaban esos dos árboles que creaban un atajo-portal, tan inusual como asertivo, pero una sombra corriendo hacia ella la hizo sobresaltar y lanzar un puñetazo hacia el frente mientras apretaba los ojos.
—Oye, guerrera... Tranquila, que soy solo yo —dijo él en una mueca de dolor, porque ese puñetazo casi le saca el aire.
Ella abrió los ojos como platos e hizo su mano hacia atrás, pero él la atrapó con la suya y la acercó un poco a su pecho.
—Lo siento, su majestad, es que estoy muy predispuesta a un ataque sorpresa —Se excusó ella, mientras sonreía con vergüenza.
Yun tomó el puño de la joven y este se suavizó, mientras ella lo veía y sonreía apenada. Él se dedicó a besar cada uno de sus nudillos y acunó su mano, porque estaba fría.
—Vámonos de aquí, o nos congelaremos, como la vez pasada —pidió él y sin previo aviso la cargó entre sus brazos.
—¿Qué haces, Yun? —preguntó divertida.
—Lo que mi corazón me indica, nada más —respondió él y con la misma echó a correr con la chica en brazos.
Ese sentimiento de euforia mientras él corría a toda velocidad, era inigualable. Siu nunca habá ido tan rápido en su vida y aquella sensación cosquilleante en su estómago le sacaba una que otra carcajada mientras miraba todo el panorama. Para él, escucharla tan contenta y en ese estado de emotividad, sonaba como una sinfonía épica que no deseaba que acabara jamás; amaba verla y escucharla reír.
—Hemos llegado —Yun se detuvo y bajó con delicadeza a Siu.
—Gracias por el paseo, señor. Ojalá se repita —Siu dejó un beso en la mejilla de Yun y él cerró los ojos para disfrutar aquel contacto.
En cuanto entraron a la casa, se habían dado cuenta de que el trabajo aún seguía y contaban con tan poco tiempo. No era el momento para ponerse a atenderlos de manera médica, puesto que una vez más, el pecho de Siu y su vista, le avisaban presencias de dragones acechando para atacarlos. Estaban justo afuera, esperando a que salieran.
—Yun... Hay dragones afuera y tengo que curarlos todavía, esto va para largo —dijo con preocupación.
—Encárgate tú de eso y yo ganaré algo de tiempo con esos monstruos —Yun no dejó que ella respondiera, porque con la misma se dio la vuelta, se colocó su casco, desenvainó la espada y salió de la casa sin decir nada más.
Siu no pudo evitar preocuparse, pero con la misma despabiló, porque, por nada del mundo podía quedarse inmóvil cuando él había tomado aquella iniciativa tan riesgosa. Se concentró y respiró profundo, el amuleto se encendió y así se acercó a la primera persona para aliviarle todo lo que le aquejaba en su cuerpo.
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Continuará...
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La guerrera del Príncipe Dragón
Lãng mạnLa desgracia ha llegado a Ciudad Prohibida. Una maldición se apodera de la vida de An, la esposa del Emperador y amada Emperatriz del reino. El tiempo es muy limitado, pero aún hay esperanza. Un sabio de dudosa procedencia, dijo que la única salvaci...