Discordia entre los hermanos Qing

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Había pasado toda la noche presintiendo lo peor, pero no sabía qué era lo que pasaba. Shun sentía una opresión en el pecho, no podía conciliar el sueño pensando en cómo poder ganarse el afecto del pueblo. De tan solo pensar en que su hermano tenía un monumento con el título "El amado por el pueblo", se le revolvían las entrañas que terminaba con un amargo sabor en la boca.

¿Por qué no podía dejar de pensar en eso? Realmente Aquello nunca le había importado, mucho menos afectado.

De pronto, algo lo sacó de sus pensamientos, el sonido de su puerta, alguien estaba tocando. ¡Se trataba de su hermano, Jin!

—Pero, Jin... ¿Qué te trae por aquí? —inquirió y tragó grueso, porque su hermano llevaba una cara de pocos amigos.

—¿Es cierto que le dijiste a Lin que se aleje de mí y la amenazaste de muerte? —Shun desvió la mirada con extrañeza y se quedó analizando aquellas palabras.

—¡Contesta! —Lo empujó un tanto brusco, aquello vaya que le resultó extremo a Shun.

—¿Pero de quién me estás hablando? ¿De la plebeya que tanto amas? —inquirió descolocado, no sabía por qué le hacía tales acusaciones—. Pues te equivocas, Jin... Yo ni siquiera hablo con la plebe para que sepas —respondió tajante— ¡No puedes venir aquí a acusarme de algo de lo que no tienes pruebas!

—Ella me dejó una carta firmada con su puño y letra y me dijo que se quitaría la vida —le mostró el documento firmado por ella. Su mano temblorosa lo había arrugado de la esquina donde lo agarraba con ira.

—¡Pero qué farsante! Yo no le he dicho tal cosa, te reitero que esa es una acusación muy grande y si la veo la mandaré a encarcelar por ser una mujer mentirosa —amenazó Shun, ya bastante ofuscado por lo que sus oídos habían captado.

—¿Por qué no puedes dar la cara y ser sincero una sola vez? —cuestionó Jin con la respiración entrecortada.

—¡Basta, ya! Te lo advierto, hermano, si no me dejas en paz, esto va a terminar muy pero muy mal —Lo dijo con un aire de amenaza que solo logró encender en enojo a Jin.

—No puedo permitir que me mientan en la cara... ¡Si es que tienes honor, te enfrentarás a mí! Porque veo que no quieres colaborar con la palabra —Jin se retiró fúrico y desapareció por el corredor.

«¿Pero qué demonios fue eso?», pensó Shun, analizando la situación, pero es que no tenía lógica para él que su hermano de la nada viniera con una acusación tan grave.

Ya no pudo estar más en su estancia, salió con angustia hacia la habitación de su padre y tocó la puerta de inmediato. Heng salió con el semblante pesado y asueñado.

—Hijo... ¿Qué es lo que pasa para despertarme a estas horas? —inquirió extrañado.

—Necesito hablar contigo... Alguien me ha puesto en contra de Jin, es grave —dicho aquello, Heng elevó una ceja, no entendía lo que estaba pasando y se rascó la oreja para ver si podía escuchar mejor.

—¿Pero quién... o cómo? ¡Explícame más, por favor! —exigió Heng, consternado, pero no pudieron hablar más, porque Jin ya se encontraba frente a ellos, con la espada carmesí en la mano.

—Siempre tienes que ir a dar la queja, ¿verdad? ¿Es que eres incapaz de resolver las cosas por ti mismo? —preguntó un dolido Jin quien respiraba más fuerte y cortante.

—Jin... ¡Baja esa arma de inmediato, te lo ordeno! ¿Cómo te atreves a venir a pelear con tu hermano? ¡Esto es inaudito! —exclamó Heng y pronto sintió un mareo que lo hizo tambalear. El dolor que él sentía había llegado a su límite y le pasaba factura.

La guerrera del Príncipe DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora