Un sonido estridente, parecido al de una explosión, se hizo presente en la cima de la montaña Yumai. Gao, Mei y sus secuaces voltearon sobresaltados de inmediato. Se acercaron a donde estaban seguros que yacían sus rehenes, pero en lugar de eso se dieron cuenta de que las jaulas improvisadas que fabricaron habían volado en mil pedazos y no había rastro de los jóvenes.
—Maldición, se escaparon —gruñó Gao con la respiración demasiado sonora.
Mei lo golpeó en la cabeza, muy enfurecida por lo ocurrido.
—¡Imbécil! Te dije que no les quitáramos los ojos de encima, pero nunca me escuchas —regañó la mujer.
Gao frunció el ceño y se sobó donde ella le había golpeado.
—No hay tiempo para tus malditos regaños —Gao se volteó hacia todos los demás— ¿Qué no oyeron? Se escaparon, búsquenlos hasta el cansancio, no creo que se hayan ido muy lejos.
Todos, tanto hombres como mujeres asintieron con una leve reverencia y se encaminaron hacia los alrededores para tratar de buscar al par de jóvenes, pero en especial al príncipe Yun.
Allí, desde la copa de un árbol, Yun observaba en especial a aquellos dos que creía tan inofensivos y de quienes no se esperaba un cambio tan radical. Sus ojos escocían en calor y tuvo que controlar su respiración para no evidenciar la ira que lo consumía por dentro.
Siu había hecho lo mismo. Ella había saltado hacia otro de los altos árboles, pero no había dejado de ver a Yun, no deseaba perderlo de vista. Él era su única salvación para salir de ese embrollo.
—¿A dónde se habrán ido esos dos? —Se preguntaba Mei en voz alta mientras abría los arbustos con sus dos manos para hallarse con la sorpresa de que ninguno estaba allí.
Mei comenzó a levantar la vista para ver si los veía entre los árboles, pero sin obtener resultados. A tiempo el rostro de Yun comenzaba a perlarse en sudor y observó que la mirada de la mujer a la que había intentado ayudar se comenzaba a dirigir en dirección a donde Siu se encontraba.
La joven se llevó una mano a la boca de solo pensar que la fueran a descubrir en ese momento, pero Yun le hizo un ademán para apaciguar un poco su miedo. Estaba claro que no debían moverse de donde se encontraban, o de lo contrario ella les diría a los demás dónde se encontraban.
«Por favor, Yun, piensa algo colosal que te saque a ti y a ella de este problema -pensó con los nervios a flor de piel-. No puedes dejar morir a tu madre, tienes que intentarlo todo. Si tan solo pudieras alcanzar el monumento... algo me dice que allí encontrarás al menos una respuesta».
Yun entrecerró los ojos, el monumento estaba tan cerca de él. Vio hacia todos lados y se percató de que, quizá el hecho de estar separados dejaba en desventaja a Gao, Mei y los demás. Debía actuar rápido.
Sin un ápice de duda, Yun se abalanzó hacia Mei desde lo alto de aquel árbol. De inmediato la tomó de los brazos y cubrió su boca para que no gritara. De alguna manera la convivencia que habían tenido le había permitido a Yun saber que en cuestión de anatomía él llevaba la ventaja.
Mei intentaba gritar y patalear, incluso trató de morder la mano de Yun, pero la fuerza que provenía de las entrañas del príncipe era mucho mayor ante la que ella tenía... o eso era lo que él creyó en un principio.
Aquella mujer que se veía sumamente frágil comenzó a respirar fuerte; Yun podía sentirla con su tacto. Él no quiso correr ningún riesgo y comenzó a caminar junto con Mei hacia el monumento. Sus pasos se convirtieron en zancadas en cuanto notó libre el paso. Siu, con mucho sigilo se movió entre las ramas de los árboles para seguir a su compañero de peleas.
«Ya casi llego», pensó Yun, victorioso.
Cada vez el monumento hecho de piedra se hacía más grande a la vista de Yun. Su corazón latía de alegría en cuanto divisó aquella estatua casi en sus narices. Unos cuantos pasos más le faltaban, cuando Yun sintió una patada en su abdomen, era demasiado fuerte que le sacó el aire y lo trajo de vuelta al suelo.
Mei saltó de inmediato haciendo una pirueta en el aire que la hizo caer de pie frente a él. Ella le había propinado aquel golpe con uno de sus pies, ya que estos se encontraban libres y por lo visto eran muy flexibles. La fuerza de las piernas de la mujer, se asemejaba a la de un hombre corpulento y musculoso; Yun no podía creerlo mientras trataba de recuperar el aliento.
—¿Creíste que era una mujer sumisa y buena, príncipe Yun? —Mei rió a carcajadas—. Para tu información yo se cuidarme y si quieres salvar a tu madre tendrás que pasar sobre mi cadáver —aseguró mientras se cruzaba de brazos y le mostraba unas armas shuriken, con las que jugaba entre sus dedos—. Esa no va a ser tarea fácil.
Yun se puso de pie, pero una de aquellas shuriken le rebanó la piel del hombro. Él se quejó, pero a tiempo vio cómo volaba hacia él una más y la logró esquivar.
—Mei... ¿Y a ti en qué te afectan mis razones para estar aquí? —cuestionó Yun, mientras intentaba detener la hemorragia con su mano, pero la sangre se resbalaba entre sus dedos.
—No tengo porqué darte explicaciones, así que cállate y pelea o márchate de aquí... Espera un segundo... No podrás, porque de aquí te irás directo a la tumba —Mei lanzó más shurikens afiladas y Yun las esquivó lado a lado.
—Este juego me está divirtiendo —comentó Mei mientras rápidamente se rasgaba su vestido de la parte de la falda y de las mangas, mostrando así la esbeltez de su figura.
«La atacaré y la dejaré lo suficientemente herida para que me deje en paz».
Yun gruñó y corrió hacia ella para atacarla, pero ella se alejó un tramo más y le lanzó una vez más las shurikens. Yun saltó para evadirlas y no dejó de correr, pero un dolor punzante en la pierna lo hizo detenerse y ver cómo Mei le sonreía a alguien que estaba atrás de él.
—Parece que alguien está rodeado —comentó Gao, quien había lanzado la navaja que se quedó clavada en la parte trasera de la pierna de Yun.
—No podrá escapar de nosotros —afirmó Mei con una sonrisa pícara.
A tiempo una flecha le atravesó el pecho a Gao y este se quedó perplejo y vió cómo la sangre comenzaba a salir a borbollones para luego caer al suelo, precedido por un estridente grito de Mei. Aquella flecha había salido de la nada, posiblemente desde alguno de los tantos árboles que rodeaban aquella montaña.
«Siu —pensó Yun y su corazón latió rápido al sentirse apoyado por ella, aunque no pudiera verla. Yun frunció el ceño y se puso en posición de combate en cuanto vio más enemigos acercándose—. Ya no huiré más. Por mi madre, por mi padre y hermanos. Por Siu... pelearé».
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Continuará
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Hola, vengo con un capítulo más. Esa flecha fue bastante acertada, ¿pero será auficiente para vencer? Yun no piensa darse por vencido y ahora tiene más motivos para luchar ¿Quién ganará? Descúbrelo en los próximos capítulos.
¡Gracias por leer! <3
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La guerrera del Príncipe Dragón
RomanceLa desgracia ha llegado a Ciudad Prohibida. Una maldición se apodera de la vida de An, la esposa del Emperador y amada Emperatriz del reino. El tiempo es muy limitado, pero aún hay esperanza. Un sabio de dudosa procedencia, dijo que la única salvaci...