La noche había pasado entre luchas por encender una fogata, líos para poder dividir entre tres la comida para una sola persona y las peripecias que representaba dormir en el duro suelo. Al final terminó siendo una noche tormentosa, pero de lo que Yun estaba seguro, era de que lo hubiera pasado mucho peor en el exterior, allí donde los animales feroces rondaban con mayor frecuencia y las ráfagas heladas amenazaban con congelarlos de cuerpo completo, para posiblemente morir de hipotermia.
Ese momento en el que Yun comenzó a juntar la madera para la fogata, Mei se había asomado para ver lo que hacía. Observó aquella reverencia que él había hecho por alguna razón, pero no quiso preguntarle cuando volviera, solamente le pareció demasiado curioso su comportamiento.
Durante el transcurso de la noche, Yun no había podido pegar un ojo, y al parecer Mei tampoco. Las preocupaciones por sus seres queridos eran mayores a cualquier buen descanso en el que pudieran pensar. Lo que más había sorprendido al joven, era que, llegada la medianoche, cuando Mei y Yun habían terminado de cenar y se disponían a revisar a la convaleciente Siu, algo había cambiado durante ese lapso de tiempo.
—Vaya... Al parecer la señorita Siu ya ha recuperado el color de la cara —dijo Mei con alegría.
—Claro, qué bien... eso es bueno, supongo —respondió Yun, pero él solo veía que la herida que él mismo le había hecho con el arma filosa, cuando aquel hombre la había usado de escudo, ya no se encontraba allí. Era como si algo la hubiese borrado por completo.
«¿Será posible que yo haya soñado que le corté la cara? Ya me comienzo a sentir como si estuviera perdiendo el juicio. A lo mejor no la lastimé... pero a lo mejor sí ¡Por Buda, qué confusión!», pensó Yun mientras se retiraba para acomodarse en alguna parte de la cueva.
—¿Pasa algo? —inquirió Mei, muy curiosa por la expresión que el joven había hecho hace unos momentos.
Yun se quedó en silencio por unos cuantos segundos. No quería sonar como un lunático, pero la incertidumbre de saber si ella opinaba lo mismo o no lo consumían sobremanera, así que aquel sentimiento pudo más y rompió el breve silencio que despertaba más curiosidad en Mei.
—Bueno, es que... —Las palabras se le querían atorar en la garganta, pero se rehusó a que eso ocurriera— ¿De casualidad no recuerda si esta chica tenía una herida en el rostro?, justo en su mejilla derecha... —Yun se rascó la cabeza de manera sutil para deshacerse de su ansiedad.
—Déjeme ver... —Mei se inclinó para revisarla.
Cuando ella tocó su mejilla con las yemas de los dedos, los orbes de Siu se comenzaron a abrir; ahora su mirada tenía más brillo que hace unas cuantas horas.
—¡Señorita! —exclamó Mei al ver la reacción de ella.
—Hola... —musitó Siu con una sonrisa sutil— ¿Dónde estamos? ¿Todo está bien?
—Estamos en la montaña de Yumai —respondió Yun sin moverse de su lugar.
Yun, por una fracción de segundo se quiso incorporar de inmediato al lado de Siu, pero algo en su mente lo hizo frenarse al pensar en la situación. Ya había notado la miradita de Mei, que los veía con picardía mientras él quería ser cordial con la chica arquera. Si su mente no le fallaba, seguramente ella ya estaba comenzando a pensar que entre ellos dos pasaba algo, cuando no era así ni por asomo.
Yun pensó en su verdadera misión, la cual podía salir mal en cualquier momento. No estaba para tontos romances de adolescentes, porque era evidente que ni ella ni él lo eran ya. Él ya un hombre hecho y derecho; debía demostrar que a sus veinte años era maduro y respetuoso con las damas. Así fue pues, que guardó su distancia y le habló desde donde estaba sentado.
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La guerrera del Príncipe Dragón
RomanceLa desgracia ha llegado a Ciudad Prohibida. Una maldición se apodera de la vida de An, la esposa del Emperador y amada Emperatriz del reino. El tiempo es muy limitado, pero aún hay esperanza. Un sabio de dudosa procedencia, dijo que la única salvaci...